Cada vez son menos los países que mantienen vigente la pena de muerte. Según los datos de los servicios diplomáticos franceses, «más de dos terceras partes de los países del mundo han abolido la pena de muerte de iure o de facto». Por supuesto, este dato se refiere exclusivamente al ajusticiamiento y ejecución de seres humanos, pero… ¿qué hay de los animales? Por increíble que parezca, en alguna época también a ellos se les aplicó la pena capital en determinadas circunstancias, previo juicio. Uno de los ejemplos más curiosos es el que protagonizó un gallo en 1474.
El blog Anomaly Info recupera algunos datos sobre esta insólita historia, que tuvo la ciudad de Basilea como escenario. El gallo en cuestión fue procesado por la justicia; se le examinó a fondo y finalmente se decidió darle muerte. No de cualquier manera: se le ató a una estaca y se le prendió fuego. Murió de manera brutal, quemado vivo. ¿Cuál fue su crimen? ¿Por qué tanta saña contra él? Supuestamente, según los escasos documentos conservados, lo que hizo el ave fue poner un huevo.
Como es evidente, algo extraño tenía que pasar, porque a priori no es posible que los gallos hagan tal cosa. Pero en este caso no solo se entendió así, sino que se aseguró que en el interior del animal sacrificado se encontraron tres huevos más. Quizá otros, en otro lugar y otro tiempo, hubiesen creído que se trataba de una criatura extraordinaria, que merecía la pena conservarlo con vida. Por desgracia para el gallo, las cosas no funcionaban de ese modo en la Basilea de finales del siglo XV.
Lo que pensaron aquellos que le llevaron a juicio fue que había brujería detrás de todo aquello. Una de las creencias extendidas por aquel entonces era que las brujas utilizaban los huevos de gallo como ingredientes básicos para sus pociones y experimentos maléficos. Es más, también se creía que del huevo puesto por un gallo podían nacer monstruos terribles y sanguinarios, como los basiliscos. Fue el miedo lo que provocó no sólo que se ejecutase al pobre ave, sino también que se hiciese con ira y eliminando todo rastro de él.
La anécdota fue encontrada en los archivos de Barthelemy Chassaneux, un jurista francés de la época. Otros documentos indican que el caso se repitió 256 años después, también en tierras helvéticas. Pasado tanto tiempo es imposible conocer la verdad sobre estos gallos condenados a muerte, pero lo más probable es que no fuesen otra cosa que gallinas con plumaje de macho. Hoy sabemos que ciertos problemas en los ovarios pueden provocar que las hembras adopten ese aspecto e incluso canten gallos.
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