Hombre cabal. Autodidacta. De estampa artística y cuerpo de Adonis. Talento y músico natural con sus propios dones. Guitarrista pero, sobre todo, arpista de hechura propia. Creador de todo tipo de música llanera venezolana: Las caricias de Cristina, Esteros de Camaguán o Valencia son joyas de la inspiración fina y melodiosa de este venezolano nacido en la esquina del Rosario de Caracas un 20 de Febrero de 1917. En efecto, un pura cepa único, emblemático, singular y creativo que hoy, cumpliendo sus 101 años de edad, sigue cerrando capítulos y abriendo oportunidades.
Caballero completo, amigo de todos, esposo digno de seguir no solo por su calor humano sino por la forma mágica de llevar y combinar una media intimidad de su hogar con su tiempo y espacio para su teatro actuarial y sus viajes nacionales e internacionales sin fallar en ningún compromiso. Por otro lado, el amor fiel y sensato a su terruño familiar, desde el Hato Banco Largo en Camaguán del Guárico, hasta el pueblo La Unión del Estado Barinas y cuyas originalidades parecieron llegar de Dios para dotarlo hacia lo grande. Tomó decisiones difíciles en su carrera, algunas criticadas pero las tomó. Ha sido ciudadano de corte y estatura como pocos. Así, sembró su amor por Venezuela a sus hijos y, por “ósmosis”, les incorporó su arte. Todos respetuosos y orgullosos de su padre. Su lucha desde los tiempos temerarios de Pérez Jiménez ha servido para lo útil y no solo para lo importante. El maestro Torrealba, maestro como uno de sus mejores símbolos como autodidacta; con ese afán aprendió y con santa voluntad enseñó el llano espiritual y musical de sus composiciones. En efecto, no se apartó jamás de los tonos de Venezuela y sus llanuras. Más interesante aun, no se olvido tampoco de las corrientes y de las líricas de su Caracas y, además, revolucionó el uso de las mantas llaneras sobre el perfil de sus hombros y cuello. Su álbum “hasta ahora” suma sobre trescientas composiciones llenas de dulzura, fuerza y frescura. De esencia neta de hato, ganado y tierra, creciendo en conducta para un tamaño visionario distinto, e individuo de casta modesta pero organizadora y tenaz. Su sonrisa llena de vida y de cariño no se parece a ninguna otra, como el vigor de su corazón sano y generoso y su actitud y roce gentil y carismático.
Mucho no será bastante para distinguir a Juan Vicente Torrealba y sus Torrealberos. Torrealba dió altura y correspondencia a la Torre de su apellido desde joven, junto a su hijo Santana y su hermano Arturo. Los familiares y sus compinches de lucha musical van a tener que esperar mucho porque los venezolanos nunca lo querrán soltar y dejar ir aun cuando están convencidos de su inmortalidad: inmortal por la energía para amar a su familia; para otear en su corte feliz el bello azul del sur de Venezuela; inmortal por la figura física y original para la mejor fotografía o el más llano recuerdo; e inmortal por su hermosa y cumplida vida cuyos resultados de excelencia le aseguran otros años más.
Compañeros de ayer, como Magdalena Sánchez, Rafael Montano, Mario Suarez y Héctor Cabrera junto a él formaron y forman un quinto de estrellas de alta factura y de valores inolvidables que a nuestra pluma no le provoca parar porque su prestigio no fue fabricado ni otorgado a dedo sino ganado al vigor del trabajo y de la siembra de su talento. Juan Vicente Torrealba Pérez y sus compañeros de arpa, cuatro y maracas. De las danzas de Yolanda Moreno, de la nueva flauta de Oscar Barrada, las soberanas, dichosas y el ritmo formidable al cumplir y festejar sus 101 años oyendo en ese día del onomástico su pieza musical más notable: “Concierto en La Llanura” al trote de caballos y yeguas y al ruido de las vacadas en los hermosos valles y praderas del Hato Banco Largo de donde se trajo a Caracas su Arpa de Oro para conquistar a su Venezuela y al mundo.
DC / Luis Acosta