La historia de la periodista venezolana que quedó “enterrada viva” en un cementerio de España

«Volví a nacer a tres metros bajo tierra». Bien podría ser el epitafio que recuerde que en el pequeño cementerio de Canillas (Silvano, 69) la periodista venezolana Michell Alejandra Vargas Rangel regresó al mundo de los vivos tras permanecer media hora «enterrada» en una tumba. «Parece mentira que venga a España huyendo de la muerte y casi acabe encontrándola», acentúa ahora sonriente. Motivos, visto lo visto, le sobran para ello.

El pasado domingo, esta joven reportera, perseguida por el régimen de Nicolás Maduro, pasó el peor trago de su vida. «Y no era fácil superar vivencias pasadas», señala. Por espacio de 32 angustiosos minutos, compartió fosa con Antonio Bisquert, un «inquilino» del camposanto, cuya lápida -o, al menos, lo que queda de ella- denota una longeva estancia. «Quería poner las flores más bonitas en la tumba más vieja», relata, no sin antes explicar el porqué de su decisión.

Michell Alejandra, conocida de manera cariñosa como Michu, estaba contenta. Algo no siempre sencillo para quien, con solo 28 años, vive «mano sobre mano» a 7.000 kilómetros de su familia. Acababa de salir de una entrevista de trabajo y quería devolver a Madrid «un poquito de todo lo bueno» que la ciudad le ha brindado. Así, ni corta ni perezosa, gastó nueve de los últimos diez euros que llevaba en el bolsillo en comprar un hermoso ramo de margaritas y claveles. «Me quedé a caminar por la zona porque nunca había estado en Canillas y cuando vi el cementerio se me ocurrió la idea», precisa, sin imaginar lo que aquella mañana estaba a punto de suceder.

Tras deambular 15 minutos entre sepulturas, se detuvo frente a una. Su maltrecho estado y una borrosa y escueta inscripción resultaron más que suficientes para ser la agraciada. Pero no por mucho tiempo. «Adelanté un pie para leer lo que ponía y, de repente, todo se vino abajo», recuerda, aún con el susto en el cuerpo. La lápida se partió y Michu cayó al hueco, con la mala suerte -más si cabe- de que uno de los pedazos fue a chocar sobre su pierna. «Apenas me podía mover», prosigue, consciente de la gravedad del batacazo. Aturdida y a tres metros bajo el suelo, se llevó la mano a la cabeza. La sangre manaba a borbotones.

En medio de la oscuridad, logró sacar el móvil y llamar a su particular «ángel de la guarda». «Iba a coger un autobús para acudir a un evento por los derechos humanos en Sol cuando sonó el teléfono», rememora su amiga y presidenta de la asociación de periodistas venezolanos en España, Carleth Morales. De inmediato, canceló su asistencia. «La oía llorar, pero no me contestaba. Yo no paraba de preguntarle qué ocurría. Y, ya por fin, respondió: “Estoy dentro de una tumba y tengo rota la cabeza. Yo creo que me voy a morir, ayúdame”».

Carleth trató de tranquilizarla y averiguar donde estaba: «Me dijo que cerca del Palacio de Hielo, por lo que nada más colgar marqué el 112». La operación rescate estaba en marcha. No sin desconcierto, la operadora de Emergencias atendió las indicaciones y apuntó el número de Michu para dar con ella. «La llamaron y corroboraron de inmediato la fatalidad de la historia», apunta, muy agradecida por la atención prestada en todo momento.

Mientras su amiga se dirigía en coche al lugar de los hechos, Michu esperaba malherida la llegada de los sanitarios. Y lo hacía, además, muy preocupada por la posible pérdida del pasaporte. «Al caer, solté todo lo que llevaba encima y se quedó arriba de la tumba. El cuaderno, las flores y el pasaporte», apunta, al tiempo que incide en la necesidad de mantener ese soporte. «El Gobierno venezolano retiene los documentos en represalia por haberte exiliado», precisa, sabedora de que sin ellos sus titulares quedan atrapados en una encrucijada.

Pese a que hasta allí se desplazaron Samur, Bomberos y Policía Municipal, fue el celador del camposanto el primero que dio con ella: «Pusieron una escalera y un bombero bajó para quitar el trozo de lápida y ayudarme a subir». Tras ser atendida y recuperar sus pertenencias (ramo incluido), fue trasladada hasta el Gregorio Marañón, donde estuvo cuatro horas.

Con seis grapas en la brecha de la cabeza y magulladuras por todo el cuerpo, Michu volvió por la tarde al cementerio para terminar su cometido. No pudo entrar, ya que el horario de visitas había finalizado. Sin embargo, la persistencia de esta periodista, curtida en mil batallas, terminó por decantar la balanza: «Regresé al día siguiente y puse las flores en el lugar que quería».

DC | ABC

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