En un traspaso de mando inédito y ejemplar, marcado en las últimas semanas por reuniones entre las principales autoridades del Gobierno que deja el poder y el que lo asume, este domingo Michelle Bachelet nuevamente le entregó la banda presidencial al empresario de derecha, Sebastián Piñera. Como sucedió en 2010, luego de su primer mandato, ni la socialista ni su coalición de centroizquierda lograron mantener el poder. Los chilenos le dan una segunda oportunidad a la derecha, que luego de la Administración transformadora de Bachelet tiene entre sus principales misiones impulsar nuevamente el crecimiento económico y retomar la política de los acuerdos, que marcaron los primeros gobiernos democráticos desde 1990. Con un renovado Parlamento, donde ningún sector político tiene mayorías, Piñera aspira a alcanzar grandes consensos para gobernar.
Luego del cambio de mando en el Congreso de la ciudad puerto de Valparaíso, a 110 kilómetros de Santiago de Chile, la primera actividad pública del presidente fue visitar un centro de niños y jóvenes en riesgo social. En el municipio de La Pintana, una zona popular del sur de la capital, Piñera entregó una simbólica señal en favor de la infancia. En un país con una deuda histórica con los menores a cargo del Estado, con escándalos de muertes y de violaciones a los derechos humanos en centros del Servicio Nacional de Menores (SENAME), el mandatario convocó a un gran acuerdo nacional por la infancia, con el que busca conseguir el primer consenso político transversal de su período. «Ya no podemos reparar la pérdida de cientos de vidas (…) Pero sí sabemos que podemos, debemos y vamos a dar a nuestros niños y adolescentes la prioridad y la atención que ellos necesitan y merecen para ponerlos primeros en la fila de las prioridades y en el centro del corazón de nuestro Gobierno», indicó Piñera. En una gestión que acaba en 2022, el presidente espera llegar a acuerdos en seguridad ciudadana, modernización del Estado y en la compleja misión de convertir a Chile, un plazo de ocho años, en el primer país de Latinoamérica en alcanzar el desarrollo.
Su primer Gobierno (2010-2014) estuvo enfocado en la gestión y la reconstrucción del país, luego de un terremoto que destruyó el centro-sur de Chile pocos días antes de asumir. Realizó un buen Gobierno, con un crecimiento promedio de un 5,3%, pero fue un presidente impopular que tuvo que enfrentar las movilizaciones estudiantiles que, en buena parte, marcaron el destino de la política chilena.
En esta segunda Administración, Piñera recibe un país distinto. No existe ningún consenso sobre si Chile avanzó o retrocedió en estos últimos cuatro años, porque el legado de Bachelet sigue siendo el principal asunto de debate de política chilena. Pero en el mandato que termina (2014-2018), la socialista llevó adelante una Administración transformadora. Junto con una reforma que garantizó el derecho a la educación superior para el 60% de los estudiantes de menores recursos, su Gobierno realizó una reforma tributaria y laboral. Cambió el sistema electoral binominal, implantó nuevas reglas contra la corrupción y realizó transformaciones en materia de libertades individuales, como la despenalización del aborto en las tres circunstancias, que no existía en Chile desde 1989. En los últimos días de su mandato dejó presentado un proyecto de nueva Constitución, que generó polémica por su oportunidad. «Hoy Chile es un mejor país, es más justo, equitativo y libre”, señaló este sábado en Facebook en su último mensaje oficial.
Bachelet, sin embargo, fue perdiendo apoyo popular en el primer año de su Gobierno, en el que explotó un escándalo de corrupción ligado a la empresa de su nuera. Las reformas no tuvieron respaldo ciudadano esperado y generaron incertidumbre la población y en los inversionistas. La economía tuvo resultados deficientes: en estos cuatro años Chile alcanzó un crecimiento promedio de un 1,9%, el más bajo de los 28 años de democracia. El Ejecutivo responsabilizó al bajo precio del cobre, la principal fuente de ingresos del país sudamericano, pero influyeron las deficiencias en el diseño y la implementación reformas simultáneas que el Estado chileno no estaba capacitado para abordar. Con mayoría tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, Bachelet pareció abandonar la política de los acuerdos que marcaron los mandatos de centroizquierda luego de la dictadura.
El presidente Piñera, uno de los hombres más ricos del país, deberá jugar en una cancha delimitada por la Administración de Bachelet. En campaña de segunda vuelta, por ejemplo, debió cambiar de postura sobre la gratuidad de la educación superior, que su programa no contemplaba. Aunque enfocó su propuesta en la educación técnico-profesional, fue una muestra de que no podrá borrar lo realizado por su antecesora. Tampoco lo pretende: Piñera no ha hablado de deshacer las reformas de la socialista, sino de corregirlas. Una prioridad será la mejora de la reforma tributaria, porque existe consenso sobre su complejidad y mal diseño.
El nuevo presidente, que llega por segunda vez a La Moneda con 69 años, busca restaurar “la confianza de los ciudadanos en el Gobierno, de los consumidores en la economía, de los inversionistas en el futuro”, como señaló en entrevista con EL PAÍS. Enfocado en las grandes mayorías que salieron de la pobreza en las últimas tres décadas y que actualmente representan un 65% de la población, Piñera buscará inaugurar un gobierno de oportunidades para la inmensa porción de los chilenos vive con incertidumbre de perder el bienestar alcanzado. Tiene a su favor el precio del cobre en alza y la restauración de los índices de confianza empresarial, el alza de la Bolsa de Santiago luego de su triunfo, entre otros índices que han mejorado luego de la elección. Si todo resulta dentro de lo planeado, Piñera y su coalición, Chile Vamos, busca dejar de ser un Gobierno paréntesis y proyectarse en La Moneda el menos por dos períodos.
La nieta de allende asume la presidencia de la cámara
En la ceremonia de traspaso de mando de este domingo en Chile, en que la socialista Michelle Bachelet le entregó el poder el líder de la derecha, Sebastián Piñera, se hallaba en la testera del Congreso la recién elegida presidenta de la Cámara de Diputados, la socialista Maya Fernández Allende, nieta del expresidente Salvador Allende, derrocado por el golpe de Estado de 1973. La parlamentaria nacida en Santiago en 1971 obtuvo el cargo gracias a los votos de 74 de los 155 diputados que conforman el nuevo Parlamento, donde ningún sector político tiene mayorías. El oficialismo de Piñera tampoco logró la presidencia del Senado, que quedó en manos del socialista Carlos Montes.
“Lo que hay que rescatar es que tenemos un nuevo ciclo político, un Congreso mucho más democrático, con diversidad. Me siento muy orgullosa”, señaló Fernández, que saludó en forma especial a Emilia Nuyado Ancapichún, la primera mujer de la etnia mapuche-huilliche que se convierte en congresista. “Tenemos desafíos legislativos. Hay que buscar la forma de que los ciudadanos se sientan más cerca del Parlamento. Si no somos capaces de escuchar, la política es sorda”, agregó la diputada que arranca su segundo periodo legislativo en representación del distrito 21, que abarca dos municipios de la zona oriente de Santiago de Chile, Ñuñoa y Providencia.
La tía de Maya Fernández, Isabel Allende Bussi, la menor de las tres hijas del expresidente, se convirtió en 2014 en la primera mujer en liderar el Senado en sus 200 años de historia. El propio Allende ocupó ese mismo cargo entre 1966 y 1969, antes de convertirse en presidente en 1970.
La nueva presidenta de los diputados chilenos es hija de Beatriz Tati Allende, la segunda de las tres hijas del presidente y del exagente de inteligencia cubano Luis Fernández Oña. Tati era la más cercana a su padre, médico como él, y la más política y de ideas revolucionarias. Cuando Allende llegó al Gobierno en 1970 se convirtió en su colaboradora más influyente. El día del golpe de Estado estuvo con él hasta que el presidente, en medio del bombardeo, la obligó a retirarse. Ella, embarazada de siete meses y madre de una niña de casi dos años —Mayita—, se retiró del Palacio a regañadientes. Mientras el resto de la familia se exilió en México, Tati se refugió en La Habana junto a su marido y a su hija. Allí dio a luz a Alejandro, que pasó a llamarse Salvador Alejandro Allende Fernández, con los apellidos invertidos, por sugerencia de Fidel Castro. Cuatro años después, en 1977, la hija de Allende se quitó la vida en la capital cubana, sumida en una profunda depresión. Tenía 34 años. Los niños, 6 y 3.
DC / El País