Bucólica y elegante, no convence a los compradores. ¿Por qué?
Hermosa mansión cargada de historia, reza el anuncio de venta. Más de 180 m2 y jardín arbolado de 6.000 m2. Paz y tranquilidad: la casa está situada en Gambais, un pueblo de 2.500 habitantes a unos 40 km de París. Precio, 450.000 euros. El problema es que el domicilio tiene pasado. Entre 1915 y 1919,Henri-Désiré Landru asesinó allí a siete de sus once víctimas. Considerado el primer asesino en serie francés del siglo XX, «el Barba Azul de Gambais» fue guillotinado en 1922.
«Torre en venta en pueblo con comercios. Seis habitaciones, dos salas de baño y dos garajes. Encanto. Prevea reformas». La oferta, publicada en el diario L’Est Républicain, remite al agente inmobiliario, un tal Gaëtan.
«La casa pertenece desde hace unos 40 años a una familia parisina que pasaba fines de semana y veraneaba allí». El resto de la historia le cuesta más. «Ha llamado mucha gente, vecinos de pueblos cercanos. Pero en cuanto abordo la historia, las cosas se complican».
De hecho, en el mismo periódico que publica los anuncios salió la entrevista de una señora de Gambais, «Paulette, nacida aquí a principios de los años treinta», quien contó que «en 1939, una criada salió a pasear los perrazos que protegían la casa. Parece que tropezó, cayó, y los perros la devoraron. Y más tarde hubo un suicidio. Sólo de pensarlo se me hiela la sangre». Y la de Gaëtan, claro. Porque el matutino Le Parisien asegura que todavía está en la cocina -«y funciona perfectamente»- la barbacoa en la que el asesino incineraba los cadáveres de sus víctimas. Por eso, hay quienes sugieren que la casa sea escenario de filmes de horror. De hecho, la historia ya inspiró dos: Monsieur Verdoux, de Chaplin (1947, sobre una idea de Orson Welles) y Landru (1963), de Claude Chabrol, en la que el gran Charles Denner mataba sin escrúpulos a Danielle Darrieux, Michèle Morgan y Stéphane Audran.
Barba profusa y profundamente oscura como sus ojos, cráneo despoblado por la calvicie, Landru no parecía destinado al oficio de seductor. Y su peor vicio fue la escritura. Su grafomanía es el eje de aquel caso. Porque desde los anuncios clasificados que empezó a publicar en la prensa en 1915, hasta el detalle minucioso de cada víctima, cada gasto, Landru lo apuntaba todo.
«Señor serio, con un pequeño capital, desea proponer matrimonio a viuda o mujer incomprendida». En una libreta registraba el nombre y los datos de las mujeres que respondían, no se sabe si atraídas por la oferta de matrimonio o por aquello de «pequeño capital».
Junto a cada nombre, su decisión: «responder», «no interesa», «pobre», «veremos más tarde». Landru encadenaba las citas, varias el mismo día. La elegida era conducida a su «casa de campo», la casona que alquilara en Gambais bajo otro nombre. La primera noche era la última.
Lo que complicó la investigación fue la falta del corpus delicti.Arrestado en 1919, Landru apenas si responde con monosílabos a las preguntas. En realidad, sin las libretas nunca hubiera habido un caso Landru. Hizo falta la tozudez del inspector Jules Belin, de la primera brigada móvil de la policía parisina, para que a través de lo escrito en las libretas fuera desenredada la madeja.
Pero aunque Belin termina por estar tan convencido de que convence, nunca se conocerá en detalle lo que Landru hizo, ni cómo, ni por supuesto de qué manera convencía a esas jóvenes viudas, o jeunes vieilles filles -jóvenes solteronas-, para que no dudaran en recorrer 40 kilómetros en compañía de un desconocido hasta la casa hoy en venta.
Once mujeres siguieron lo que sería su vía crucis antes de que las sospechas de Belin llevaran a la cárcel a Landru e interrumpieran la serie. Pero aquellas anotaciones y el prontuario son sólo indicios, no pruebas. Y como Landru no abrió la boca, el misterio sigue en pie.
Sin embargo, el 25 de febrero de 1922 la guillotina hizo con su cuello lo que supuestamente Landru hacía con el de sus víctimas. «Ejecutado en Versalles. Sábado. A las 6:10 hs. Cielo despejado», escribió a su vez Anatole Deibler, el verdugo.
DC / DERF