Si el futbol es solo un simple deporte, entonces la música es solo un ruido y el corazón solo es un órgano. Pero todos sabemos que no es así. Porque el fútbol tiene alma, la música es una mezcla celestial de sonidos y el corazón simplemente mueve el mundo. Si el Real Madrid es sólo un equipo de fútbol, entonces la Copa de Europa sería un trofeo más en las vitrinas. Pero todos sabemos que no es así. Porque el Real Madrid no es uno más, es el equipo de fútbol vestido con camiseta blanca que acaba de ganar en Kiev su 13ª Copa de Europa tras imponerse al Liverpool (3-1) y la Copa de Europa no necesita ninguna presentación. El Madrid triunfó en su competición favorita, que no es nuevo, sino viejo, eterno, lo de siempre. Lo hizo sufriendo, resistiendo, aguantando al Liverpool, con su instinto de toda la vida, con la capacidad de subirse a una estrella para llegar al cielo, en este caso a Bale que se apuntó al equipo que gana las Champions de chilena.
Convertido en una máquina de ganar, se entronizó por tercera vez consecutiva, por cuarta vez en los últimos cinco años, en la competición más prestigiosa de todas. Será la hazaña que las futuras generaciones dirán que los más mayores le contaron como se narran las viejas leyendas del pasado, las del equipo inmortal que se marcó el reto de superar lo insuperable, a sí mismo, y lo ha conseguido. El ciclo es increíble, recuerda al de los viejos tiempos, a eso que los críticos llaman el blanco y negro y que ahora es 4k. El Madrid mantiene su viaje interestelar con Zidane, que continua haciendo historia en su tercera temporada completa con el equipo. No falla. Desde que llegó, Champions tras Champions. Nadie pisa por donde lo hizo el entrenador francés, capaz de convertir en sencillo lo sublime con su eterna sonrisa y su mano maestra a la hora de gestionar los egos. Su jardín es precioso, pero no está aquí, está en la Luna. Fue un jugador tan grande que domar a futbolistas tan extraordinarios no tiene secretos para él. Su huella imborrable es la de Neil Armstrong.
En el inicio, no se sabía quién era el debutante y quién el experto. La puesta en escena del Liverpool resultó imponente. Recordó que el rojo también es un color para la historia del fútbol europeo. Klopp mandó a todas sus tropas a tomar el área de Keylor y el Madrid se ahogó en una atmósfera irrespirable que convirtió su partido en un tormento durante 25 minutos justo hasta que Salah se dislocó el hombro en una pugna con Ramos. El Liverpool había sometido al equipo blanco, ciertamente aturullado y espeso, sin movilidad ni soluciones. Modric, Kroos, Casemiro e Isco. Los cuatro fantásticos habían perdido sus súper poderes. En esos momentos de desconcierto apareció el talismán Keylor, seguro por alto y también por bajo para atajar el duro disparo de Arnold en la mejor ocasión red hasta el descanso. En 2017 hizo lo mismo ante el veneno de Pjanic. Es su historia: reivindicarse cada partido mientras el club le busca recambio.
Después, Salah se desmoronó y para el Liverpool fue como si Egipto viera una explosión en sus pirámides. Se desinfló. El golpe anímico fue brutal para el equipo de Klopp. Había rematado nueve veces. No llegó más hasta el descanso. El Madrid se hizo con la final. No atacó con excesivo peligro, pero apenas sufría. Lloró también por la lesión de Carvajal, otra vez. Y por el gol anulado a Benzema, que celebró el francés, tras un remate de Cristiano. Le faltaba claridad y pegada, pero al menos sin la estrella del Liverpool había ganado en tranquilidad.
El impulso del primer tiempo continuó en la reanudación. Isco la mandó al larguero abriendo un periodo de dominio más claro del Madrid, decidido a ir a por el partido, consciente de que el Liverpool intentaba todavía a aprender a vivir sin Salah. La fortuna volvió a aparecer para los blancos en una jugada que recordó a la del Bayern. Curioso que esta Copa de Europa tenga que ver con la perseverancia de Benzema para perseguir una pelota insulsa. No es propio de un genio como él. Carius la pifió de mala manera. 1-0. Como otras veces, el tesoro del gol se le fue de las manos al Madrid en dos o tres jugadas, tras un córner que remachó Mané. Después apareció Bale por Isco. Y lo del galés fue entrar directamente en la historia con un gol antológico, para desequilibrar como en Lisboa, para la posteridad, con una chilena increíble. No fue tan plástica como la de Cristiano en Turín, pero elevó otra vez al cielo al Madrid. Bale. El proscrito, que luego probó de nuevo a Carius. Y el más guapo completó su no che más fea. El mundo se pregunta cómo es posible, como un un equipo puede conseguir lo inalcanzable, con sus limitaciones, su suerte, su talento, sus chilenas, sus momentos de sufrimiento. La respuesta es simple. «Tonto, es el Madrid». El cielo es suyo.
DC / Marca