La discapacidad signó el nacimiento de María del Carmen Rendiles Martínez. Sin el brazo izquierdo nació, entre las esquinas de de Glorieta a Maderero, en Caracas, el martes 11 de agosto de 1903. Fue la tercera de los nueve hijos del matrimonio de Ramiro Rendiles y Ana Martínez, una familia adinerada.
Una prótesis le permitió contrarrestar desde temprana edad la limitación física, y llevar una vida normal y sin complejos.
“Esa carencia va a servirle para hacer crecer una tenacidad indoblegable a fin de sobreponerse a las adversidades. Así es como la vemos dibujando, haciendo muebles, pintando lienzos y cuadros, llevando a cabo labores del hogar y de toda clase que, aún con dos manos, exigen pericia y destreza”, señala el perfil de personalidad de su causa de beatificación.
Creció en “un hogar profundamente cristiano, en donde se bendecía la mesa en las tres comidas, se rezaba el rosario por la tarde y se acudía a misa los domingos. De allí proviene gran parte de su devoción hacía la religión cristiana, especialmente en la importancia de la eucaristía”, señala la cuenta oficial en Instagram.
Es así como desde pequeña se sintió atraída por la vida consagrada a Dios., pero fue rechazada por congregaciones debido a su discapacidad. “A los 15 años decide conocer de cerca las religiosas recién llegadas de Francia conocidas como las Siervas de Jesús en el Santísimo Sacramento”, señala su biografía oficial.
Tras el contacto con las monjas de carisma eucarístico, el 27 de febrero de 1927 ingresó a la pequeña comunidad y el 8 de septiembre de 1927, cuando tenía 24 años, tomó los hábitos. “Ella acompañó a una amiga que quería entrar, pero la religiosa se fijó en Madre Carmen, no en la amiga, y la invitó a regresar, lo que la Madre hizo y se quedó. Esto ocurrió en 1927. No la rechazaron, pese a que le faltaba un brazo”, contó la hermana Anselma a la historiadora Marielena Mestas.
El mismo 8 de septiembre, pero de 1929, emitió votos temporales y de 1932, los perpetuos, consagrándose de por vida a Dios con su túnica y velo blancos. Tras permanecer unos años en Toulouse, en Francia, sede de la casa general de las hermanas, fue nombrada maestra de novicias en Caracas a su regreso, cuando tenía 33 años.
Más tarde, en 1945, esta mujer de 42 años, de estatura mediana, complexión normal, cara ovalada, ojos serenos, y sutil sonrisa, con una inteligencia desarrollada, una memoria privilegiada, imaginación fecunda, en extremo humilde y amable, según la recuerda la la comisión de historia de la causa de beatificación, fue electa superiora de la Congregación en Venezuela y Colombia.
Pero, la congregación decidió dejar el hábito y las constituciones originales para secularizarse, con lo que no estuvo de acuerdo y, con el apoyo del cardenal José Humberto Quintero, entonces arzobispo de Caracas, otros obispos, sacerdotes y sus hermanas paisanas y las del vecino país, pidió en 1965 ante la Santa Sede la separación.
El 25 de marzo de 1966, a sus 63 años y manteniendo el espíritu inicial de las monjas francesas, se estableció la nueva congregación venezolana con el nombre de Siervas de Jesús, dedicadas a la propagación del culto del Santísimo Sacramento, ayuda de los sacerdotes diocesanos y seminarios, dirección de colegios y atención de los más necesitados, con sede en la parroquia Altagracia.
Tres años más tarde, Madre Carmen fue electa superiora general, extendiéndose la congregación hasta ser hoy casi un centenar y encontrarse radicadas en 20 comunidades en Caracas, Miranda, Valencia, San Cristóbal, Mérida, Margarita, así como en Cúcuta, en Colombia, y también en Ecuador.
“Con una salud muy precaria y agotada físicamente del enorme trabajo que ejerció”, como lo señala su biografía, murió, a los 74 años, el 9 de mayo de 1977, en Caracas, poco después de cumplir 50 años de vida religiosa.
“Su misión fue cuidar a Dios en la Eucaristía, en ella, en el prójimo y en cada sagrario a su paso o en nuestras casas”, señala la hermana Rosa María Ríos, vicepostuladora de la causa de beatificación.
El dolor y el sufrimiento físico le acompañaron siempre y hasta por largos períodos, ante lo que reaccionó con fortaleza y fe. “La adaptación de una prótesis le ocasionó más molestias que beneficios, pero supo soportarlo con entereza y sin dar muestras de desagrado. La operación de extirpación de un pulmón, aparte de dejarla con un solo pulmón, le ocasionó un sufrimiento atroz, ya que la anestesia no hizo efecto en ella. (…) La fractura de las dos piernas y las contusiones generalizadas como efecto del accidente automovilístico, la subsiguiente operación quirúrgica y la rehabilitación física constituyeron otro vía crucis soportado con la misma entereza y calma proverbiales en ella. La artritis progresiva de los últimos años que la postró en silla de ruedas fue otra oportunidad más de demostrar su amor a la cruz y al sufrimiento unido al de Jesús”, enfatiza la comisión de historia.
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DC / con información de Panorama