La Revolución Francesa dio al mundo la libertad del albedrío y la garantía de la inviolabilidad de la vida. La bolivariana, por Bolívar, selló la independencia de Venezuela del yugo español. La sandinista, salvó a Nicaragua de Somoza pero cayó en “guatepeor” en manos del ambicioso e insaciable de poder Daniel Ortega.
En virtud del 19 de julio, día de la Revolución de Nicaragua, que por cierto, no se sabe quien ganó pero si quien disfruta de ella, Ortega “se dirigió” a la nación en términos que tácitamente expresaban que “el estado soy yo”. En este sentido, oímos al “viejo guerrillero de guerrilleros”, y ex-presidente del Uruguay, José Mujica, quejándose de “cuanto le había costado la revolución nica a los sureños en sacrificio, vida, luchas y peleas para verla hoy abusada por la figura desleal y obsesiva de Daniel Ortega, rompiendo cabezas, enfilando a sus salvajes milicias, cuya inspiración está lejos de ser revolucionaria y, por el contrario convertida en asaltos y desmanes, contra el pueblo”. En efecto, según el parte de los Obispos y la Comisión de Derechos Humanos, van 277 muertes del pueblo, la mayoría estudiantes, y la repuesta de Ortega a este reclamo público fue la insinuación de que esas muertes eran desquites de cada muerte de los suyos y cuyos nombres eran aplaudidos por una muchedumbre manejada a su merced.
Este discurso de Daniel Ortega no será olvidado jamás. La violencia como defensa cívica de un régimen agresivo, lo odioso de su contenido, lo inhumano de sus partes morbosas y lo indignante de su arrogante y ventajosa actitud militar se constituye en una mortificación mundial. Por su parte, los Obispos, más inteligentes y valientes, han dado la cara con coraje y se han ido por la vía de la convocada ruta ciudadana tal les toca. Hoy están acompañando al pueblo en su propia salvación y en la protección de sus vidas como actitud orgánica y cívica representada por toda la mayoría poblacional y sus instituciones.
Por otro lado, la felonía brutal de Ortega contra toda persona que lo contradiga o pida cambios democráticos que la constitución dispone contradicen las elecciones, medio civilizado de los pueblos para decidir sus disidencias de manera legal y sin ventajas. A eso no debe temerle quien dice que “el pueblo con sus voto nos apoyará”. Desde luego, los milicianos deben salir de Nicaragua por extranjeros, y si así no fuere el caso, entonces, opera el desarme ante la situación institucional de cada individuo. Así mismo, el CSE, entidad superior electoral, debe ser manejado provisionalmente por una junta “ad hoc” que actúe apegada a la ley. Añadimos a estos conceptos que el derecho al voto es un derecho humano fundamental que puede ser exigido en cualquier circunstancia si el pueblo así lo requiere.
En cuanto a las acusaciones de Ortega contra los Obispos y el clero, todas son escandalosas y de repetitivas mentiras porque: uno, los Obispos entran cuando el pueblo de Dios los necesita y, además, son una parte constitucional de la sociedad; dos, la Iglesia pide paz pero no para usos múltiples que generen guerra y muerte; con claros abusos sobre el derecho a la vida; tres, la participación de la Iglesia es para poner orden en el equilibrio entre las partes en discusión; cuatro, las ventajas ya son del gobierno y no se pueden permitir añadiduras y abusos de los que tienen el control de la fuerza pública, pero con menos razón y peor fuerza moral.
Entendiendo al uruguayo Mujica, “la pelea revolucionaria ha sido vendida filosóficamente, no contra nadie, sino, a favor del pueblo”. Ahora, siendo así, da pena humana ver como se zarandea a la población con golpes y contragolpes mientras Ortega se reparte el gobierno y las instituciones sembrando cizaña que le sirve para su fin malvado cual es, dividir al país mal usando sus propias armas y agotando los bienes del pueblo. Por eso ha fracasado Cuba, pasará con Nicaragua y con todo el que así ande. La revolución les da ánimo y fuerza para ganar la batalla pero pierden el tiempo sin aprender a gobernar y, por eso, todo es borrascoso; se les va la vida estando siempre en guerra, cosa que los mantiene pero no los sostiene. Dice el dicho: “nadie puede hacer bien lo que no sabe”.
DC / Luis Acosta