Ricardo Hernández Ibarra. Por Julio Portillo

El reconocimiento de los valores intelectuales formados y desarrollados en el quehacer universitario, enaltecen a cualquier sociedad y le da fuerza para superar los obstáculos y dificultades. Por es le damos la despedida de vida a uno de nuestros conterráneos destacados,  el Doctor Ricardo Hernández Ibarra, un profesional zuliano de quilates y sobre todo un hombre sin rencores, ni ambiciones políticas desesperadas, sino por el contrario un jurista de cerebro organizado, siempre sonriente y de virtuosas intenciones.

El octavo mes del año, este agosto de sol ardiente y de calores extremos, no nos quiere mucho a los zulianos. En agosto se han ido para siempre grandes de nuestro gentilicio. En agosto, murió Rafael Urdaneta, José Escolástico Andrade, Domingo Del Monte, Ángel Emiro Govea, Felipe Hernández, Luís Hómez Martínez, Agustín Millares Carlo, Monseñor Mariano Parra León, Luis Guillermo Sánchez y Jesús Semprun, entre otros y se nos lleva también ahora a Ricardo Hernández Ibarra.

Este ilustre zuliano nació en Maracaibo el 3 de abril de 1937. Abogado y Doctor en Derecho de la Universidad del Zulia, Decano de la Facultad de Derecho de LUZ y Ex-Rector de la Universidad Rafael María Baralt de la Costa Oriental del Lago de Maracaibo. Nieto de ese gran literato, educador, periodista, poeta y dramaturgo zuliano que lo fue Octavio Hernández y hermano de otro jurista de la misma Facultad de Derecho, especialista en Derecho Minero, Enrique Hernández Ibarra, a la vez que cuñado de la siempre recordada Doctora Trina Caldera de Hernández, Magistrada del Consejo de la Judicatura.

Que breve es la vida y por eso hay que llevarla apresurada y que rápido pasa el tiempo. Todavía me parece ayer haberle recibido en Roma en 1972 con su esposa Ofelia y  sus dos hijos pequeños Miguel y Ernesto, cuando venía por segunda vez a Italia a seguirse especializando en lo que fue su rama en las ciencias jurídicas, el Derecho Administrativo. Ya lo había hecho antes en la Universidad del Sacro Cuore de Milán, pero ahora venía a codearse con los especialistas en la misma materia en la Universidad degli Studi de la ciudad eterna.

Allá pude comenzar a valorar su dignidad, su vocación docente, su espontaneidad, su humor, su profunda fe católica y su amor al Zulia. Todo ello me hace asegurarles hoy que en el perfil de Ricardo Hernández Ibarra, no hay sombras, ni líneas indefinidas, era un hombre supremo cuando ya Venezuela comenzaba a enfilarse hacia el despeñadero en que se encuentra hoy Venezuela.

Ninguno como él, especialista en lo que debe ser un Estado democrático podía angustiarse más, en esta época de gran autoritarismo. Había crecido en el corazón del viejo Maracaibo, en la calle Carabobo, donde quizás aprendió a edificar con ánimo constante. En sus días de estudiante en la Universidad Central de Venezuela, en Caracas, me confesaba, pudo ver lo que el vientre del centralismo hace que todo se decida en aquel valle, sin importar lo que sufra la provincia.

En sus días de Decano se ganó el cálido aprecio de profesores, estudiantes, empleados y egresados, que vieron en él un hombre responsable dedicado a sus tareas, lo que hizo que el Presidente Luís Herrera Campins lo escogiera para ser Rector de la Universidad Rafael María Baralt que en 1982 se iniciara con 150 alumnos, pero que ya en 1998 tenía 9000 estudiantes, haciéndole justicia al Municipio Baralt donde se explotó el petróleo con el pozo Zumaque I  y las primeras refinerías como la de San Lorenzo.

En estos cargos, al igual que como Consultor Jurídico en la Alcaldía de San Francisco, realizó una gestión proba, ello me hace asegurarles, que aunque mis palabras resultan cortas para expresar la tristeza de esta despedida, tengo la certeza de que como hombre católico práctico que fue, el Señor le habrá recibido en el cielo, donde su alma inmaculada de jurista gozará eternamente del premio que Cristo prometió a los seres de aguas limpias como Ricardo Hernández Ibarra.

Un reconocimiento a su amada y fiel esposa de sesenta años de matrimonio, Ofelia Barrios de Hernández, que con espíritu incansable, lo acompañó en la enfermedad que lo llevó al sepulcro. A sus hijos Miguel y Ernesto que desde Vietnam y Finlandia, en labores profesionales y con familia, acompañaron con amor hasta las últimas horas a su progenitor.

Adiós Ricardo, tu sabes que tuviste en mí un amigo y un hermano y como dice la canción, no es un hasta luego, no es un simple adiós, un día en el cielo, nos volverá a juntar el Señor, te despedimos con un fuerte aplauso más que merecido.

DC / Dr. Julio Portillo / Ex Presidente de Academia de Historia / julioportillof@gmail.com

 

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