Conor McGregor es una marca que igual vende ‘whiskey’ que arrea golpazos. Sobre sus hombros pesa un pedazo importante del aura de la UFC, el espectáculo de artes marciales mixtas que se ha abierto un hueco grande en las preferencias de ocio de buena parte de la juventud mundial. Hay más, muchos más; el proyecto viviría sin McGregor, pero la presencia del irlandés lo dispara, lo convierte en un evento trascendente, capaz de llegar a la gente que normalmente mira para otro lado. Más aún ahora, claro, más de dos años después de la última vez que entró en el octógono para combatir. En medio, ya se sabe, una pelea multimillonaria contra Floyd Mayweather, el mejor boxeador de su tiempo, en la que ‘The Notorious’, que así se hace llamar, terminó sucumbiendo. Estaba fuera de su zona de confort y no era favorito. Ahora, contra Khabib Nurmagomedov, la historia es muy diferente.
Los días previos han sido el circo esperado, pues en este deporte tan importantes son los cinco asaltos en los que se dirimirá el mejor como toda la parafernalia previa y posterior al combate. Los personajes siempre parecen delimitados como si fuesen el elenco de un videojuego. McGregor es el irlandés juerguista, bocazas, casi tabernario. Khabib, más cerrado, es un ruso, lo que casi sin pensarlo le convierte en un buen villano. No hay más que buscar un poco en internet para encontrarle peleándose con un osezno, de Dagestán, la zona más belicosa de toda la órbita soviética.
McGregor tiene fama de lenguaraz. Es algo vinculado a la escenografía, pero también cierta táctica psicológica. El objetivo, como tantas otras veces, es que Khabib salga derrotado al octógono. Semanas y semanas diciendo que lo va a machacar, riéndose de él. Sin filtro ninguno, le ha llamado «rata, terrorista y nazi», suponemos que sin dotarle a esas palabras de su pleno significado. Como si eso importase en realidad, en el juego están las palabras, en el intercambio de las entrevistas previas y del pesaje está más que previsto que gane McGregor. Ser como él no es cosa fácil.
«Si yo pelease con Conor McGregor, no cogería el teléfono en toda la semana, tiraría todo a la mierda. Cada vez que le viese en televisión, me pondría unos cascos para insonorizarme y así no poder escuchar lo que el dice y solo reírme todo el tiempo. Como diciéndome ‘Amigo, puedes hablar todo el día, porque yo no puede oirte’. Si intentas replicarle en eso estás intentando combatir con el mejor de todos los tiempos en eso. Se lo hizo hasta a Mayweather. Simplemente no te metas en eso contra él, a veces ganas las batallas con no combatirlas, eso es lo que tienes que hacer», explicaba estos días Nik Lentz, que se las verá con Gray Maynard en la misma velada.
«Le haré un hoyo en el cráneo»
Es el juego de toda la vida, que comenzó en el boxeo y se desbocó en la UFC. Se supone que tendrían que haber coincidido ambos luchadores en la rueda de prensa previa a la pelea, pero el irlandés se retrasó, probablemente a propósito, y el ruso se marchó antes de tiempo para que McGregor no pudiese mofarse de él. La ausencia de Khabib en la sala tampoco calmó a la bestia. «No me importa nada el juego mental o lo que piense, no me importa una mierda, en esto soy implacable, llegaré y le haré un hoyo en el cráneo». Una cosa moderada.
Esa manera de conducirse por el mundo le ha convertido en una celebridad. El principal motivo por el que fue él quien se peleó contra Mayweather fue, precisamente, su capacidad para sacar pecho y no bajar la cara, esa eterna altivez y el amor por el lujo que le convertía como el perfecto espejo del boxeador, que además de un genio de la defensa con los guantes es un engreído como no hay dos. Y si hay solo uno, ese es Conor McGregor.
Más allá del ruido, hay un combate, con las normas claras y los conceptos bien fijados. Es una lucha entre dos enormes competidores, y no hay más que ver sus historiales para entenderlo. McGregor presume de 21 victorias y solo tres derrotas, mientras que Nurmagomedov no ha perdido ninguno de los 26 combates que ha disputado. Claro que el ruso, lógicamente, nunca se ha enfrentado a alguien como McGregor. Y es que, además, el periodo de gloria del ruso ha coincidido con la ausencia de su rival.
Las dudas sobre McGregor tienen cierta lógica. Son dos años sin competir, con la cabeza en otro lado. Los que le conocen, sin embargo, recuerdan que es mejor no quedarse en la fachada, en la densa barba pelirroja y los tatuajes. Que hay muy poco de cabra loca y mucho de concienzudo trabajador y es bastante probable que en estos dos años no haya parado de entrenarse, de buscar cómo disimular sus defectos, que los tiene. O los tenía, nadie es capaz de colocar a McGregor en su momento exacto. ¿Qué luchador aparecerá en Las Vegas? Uno brillante, por descontado, pero es difícil saber mucho más.
Evitar la lucha
Lo que sí parece claro, por lo menos si nos basamos en el competidor que fue McGregor, es que en el T-Mobile Arena se verá un salvaje choque de estilos. Porque la MMA da para mucho, es más diversa que el boxeo y es capaz de poner frente a frente a dos luchadores radicalmente diferentes. Lo son, y eso hace de todo esto algo deportivamente mucho más interesante, pues la victoria delimitará no solo la victoria de un competidor, también la de un estilo.
Porque McGregor es poderoso, un pegador brutal, con un puño izquierdo que parece construido para hacer saltar piezas dentales. Se le reconoce como uno de los luchadores más potentes, tanto que fue capaz de enfrentarse a un combate con el mejor boxeador de su tiempo, algo solo entendible si se tiene en cuenta que es un buen púgil también, de fuerza descomunal. Tampoco le faltarán patadas y, si coge la distancia, será terrible. Es, según los cálculos, más fuerte que Khabib, más duro.
Pero Khabib es mucho mejor luchador que él, entendido esto como la capacidad de entrar en una lucha directa, de contacto, especialmente en el suelo. Ver vídeos del ruso con los dos luchadores en el suelo es una experiencia similar a la de mirar un molino en una tarde ventosa. No es tan contundente como Conor, nadie lo es en la UFC, pero tiene una técnica depuradísima en la que inmoviliza a su rival y le repite una y otra y otra vez sus golpes, no tan fuerte como un directo de McGregor, es verdad, pero con una frecuencia capaz de aturdir al mejor de los defensores.
Defenderse no era el fuerte de McGregor, que en los últimos meses, cuando supo que Nurmagomedov iba a ser el rival que le diese la bienvenida, ha tenido tiempo para pensar cómo puede evitar que ambos terminen por los suelos. Si es tan concienzudo como aseguran, habrá dado buenas clases para encontrar modos de escaparse y, en el peor de los casos, habrá aprendido a resistir esos minutos en los que los puños de Khabib le tapen la luz del pabellón.
Lluvia de dinero
El favorito en las casas de apuestas es Nurmagomedov, quizá porque la idea de lo que puede llegar a hacer está más reciente. También hay otra cosa más o menos clara, que es lo que subyace del modo de hacer de ambos. Si gana McGregor, probablemente, será por la vía rápida, un KO terrible, un golpe que nuble la vista del hombre del cáucaso y no le permita levantarse más. El irlandés, por lo tanto, tratará de que ese zurriagazo llegue a primera hora, que no haya mucho que pensar ni que discutir, que la pelea no se convierta en una prueba de fondo sino en un sprint.
Khabib, por descontado, piensa todo lo contrario. A partir del tercer asalto él se convierte en favorito. Si ha llegado hasta allí es porque ha resistido la muy probable salida en tromba de McGregor. Con todo lo que se conoce de antemano, ese es el escenario hecho para que gane el ruso, con mucho suelo, la piel rozando la piel y una sucesión interminable de puñetazos. Nadie lucha como Khabib, entendiendo por el término no la lucha como palabra genérica, sino algo más concreto, lo referido a la lucha olímpica y grecorromana, los cuerpos que se juntan y que no percuten, empujan.
¿Y el dinero? Mucho, claro, muchísimo. Dana White, dueño de la competición, asegura que McGregor batirá el récord de ganancias en una pelea, que lo tiene, por supuesto, el propio McGregor. Su sola presencia en el cartel cambia cualquier previsión de ganancias. Se espera que el pago por visión se dispare, que supere con mucho los tres millones de euros que logró en el UFC 205, cuando se convirtió en campeón de dos pesos a la vez. Una cifra sin bonus.
White, que gusta del espectáculo tanto como el propio Notorious, compara todo esto con las peleas más grandes del boxeo, cuando el deporte tenía a de la Hoya, Chavez o Tyson. No está en esas cifras en realidad, no todavía, y así lo demostró la pelea de boxeo de McGregor con Mayweather. Será, en todo caso, una lluvia de billetes con unos 65 millones asegurados para el irlandés. El ruso, aunque gane, percibirá menos dinero. El carisma también se paga. Dos años después, vuelve Conor McGregor.
DC / El Confidencial