El 31 de octubre de 1978, fue aprobada por las Cortes Generales la Constitución Española, fruto del más amplio consenso de todas las fuerzas políticas y sociales. Y, significativamente, aguardará para su referéndum popular y definitiva sanción, efectuados a principios y finales de diciembre del mismo año.
Piedra angular de una exitosa transición democrática, junto a los pactos de La Moncloa, la opinión pública y el liderazgo ibéricos vuelven o deben volver su mirada a un acontecimiento inédito y a una experiencia decisiva que, ahora, puede perderse. A mediados de 1977, se había iniciado el proceso constituyente que no tardó en elaborar un proyecto – subrayemos – pública y vigorosamente debatido, capaz de abordar y superar toda la pesada herencia franquista con una extraordinaria madurez, consistencia y flexibilidad de los sectores dirigentes, añadidas las autonomías. No obstante, cumplida una larga etapa en la que España ha realizado importantes aportes a la democracia universal, tras andar el camino de un desarrollo económico antes desconocido, pendientes los más variados problemas que incluyen el de la equidad social, tememos que se acercan demasiado a un abismo, a un indecible suicidio que, en mucho, se parece al todavía no consumado en Venezuela.
Un rápido vistazo, nos impone de tres circunstancias que autorizan el parentesco. Por una parte, más allá, ha ganado terreno la maldición de los 40 años que, más acá, arrasando con todas nuestras positivas realizaciones, generó las condiciones para el ascenso de una inescrupulosa corriente populista devenida vulgar proyecto totalitario: el agotamiento de un programa político, en lugar de las correcciones y novedades que se imponían, legitimó o dijo legitimar una aventura por la que hemos pagado un altísimo e injusto precio y el país que, décadas atrás, lucía prometedor, siendo superiores sus indicadores económicos y niveles de movilidad e integración social al de la península, está en quiebra por muy petrolero que sea.
Por otra, el atascamiento es el de las nuevas promociones de un liderazgo que, acá, abriéndose el presente siglo, colapsó a favor de los elencos desconocidos que, improvisándose en el poder, apelando a los hechos de fuerza para preservarlo, ni siquiera asumen la gravísima responsabilidad moral en la actual catástrofe que generaron. Allende los grados cum fraude o la innecesaria remoción de los escombros históricos en El Valle de los Caídos, sentimos que, allá, a través de maniobras de ningún cuño ético, capitaneados por sectores podemizados, financiados e influidos por este califato petrolero y biométrico americano, avanzan o pudieran avanzar más en una estrategia de fulminación de la libertad y de sus logros.
Finalmente, está planteada una reforma constitucional que, acá, la intentamos con las mejores intenciones al aproximarnos al 40º aniversario de una Constitución que fue el producto de un irrefutable consenso. Allá, pudiera dar oportunidad a otra constituyente que sólo reparará en un texto que violentarán para incurrir en un posterior fraude electoral; abatidos por todos los vientos, dará paso a un proceso que hará de la zozobra y de la violencia, las llaves inauditas para un autoritarismo nacional populista trastocado en propuesta totalitaria. Disculpen, pero no es otro el sentimiento que tenemos al arribar pronto la meritoria Constitución Española a un significativo aniversario.
DC / Luis Barragán / Diputado de la AN / @LuisBarraganJ