Cuando por razones políticas o ideológicas la intolerancia se vuelve práctica, aniquilar al oponente no pesa para nada. En Venezuela, estos caminos del dogmatismo político cerraron la capacidad de dialogo y de encuentros fructíferos para el gobierno con los sectores del país. La tarea por intentar pulverizar a la disidencia, implementada hace varios años, logró consolidar niveles preocupantes de odio que alcanza una violencia sin límite.
Nada entendió el gobierno de la obligación que tiene en la promoción a la tolerancia y convivencia derivadas del respeto a la ley que define la democracia para encuentros con empresarios, sindicatos, académicos y todas las instancias que nos fortalecen como sistema democrático. A todos los despreció y pretendió dividir.Nuestra democracia se convirtió en un régimen arbitrario y autoritario.
Con esto, tomaba cuerpo el poder ilimitado de los organismos de seguridad exaltado por la permisividad y también por carecer de supervisión superior de quienes estaban obligados a cumplirlo. Se desligaron de la ley.
Violaron estos cuerpos de seguridad, junto a los acólitos del régimen los derechos humanos y tal conducta se exhibió como la cotidianidad del país, marcado por su peor crisis económica, social y política y cuyos resultados de muertes en niños por desnutrición y éxodo masivo han derivado consecuencias las cuales han obligado a los gobiernos receptores lograr encuentros con organismos internacionales y otros gobiernos para frenar a la situación.
Nunca estas experiencias de dividir, exaltar el odio y ejercer la intolerancia política han sido exitosas en ocasiones anteriores en ninguna país donde se han pretendido implantar. Todas, sin excepción han fracasado.
Al final, aunque muy grande haya sido el poder desempeñado, la ley para la convivencia ha prevalecido a la barbarie. Tarde o temprano la norma ha repelido los desmanes y reivindicado el sentido y necesidad de regir cualquier sociedad bajo su imperio a fin de consolidar la libertad y la justicia.
El poder se hizo omnímodo y las aberraciones se convirtieron en un abanico macabro para cada ciudadano. La rutina en la persecución a la disidencia, mostrada en allanamientos de hogares sin orden judicial y en torturas, llenó espacios informativos donde se pedía que cesaran tales prácticas. El control del poder para adversar al opositor se marcó con saña y hasta las cárceles exhibieron la cara de la crisis moral que atemoriza al país.
La crisis continuó y permeó a todos los sectores del país, que hoy camina tanto por falta de transporte como de dinero para lograr cancelar el costo del servicio debido a la hiperinflación que devora vorazmente todo salario y en consecuencia; la calidad de vida.
Y en esta situación de confinamiento, la anti política trepó y el gobierno cayó al vació. La muerte del concejal Fernando Albán de PJ detenido a su llegada a Maiquetía proveniente de EE.UU. el pasado 5, encendió las alarmas de la inconsistencia institucional del país. Alcanzó por tanto, ribetes impensables de rechazo a las versiones dadas por el Fiscal designado por la ANC quien en una confusión declarativa se hundió más frente a la opinión nacional.
La muerte injusta del concejal de la Alcaldía de Caracas, logró unir a la oposición en la memoria final hacia el destino de luz eterna, del joven dirigente, muerto prematuramente.Fue de luz encendida y con gruesa antorcha de rayos multicolores. La caminata hasta el Cementerio del Este, estuvo concurrida por todas las fuerzas políticas. La fuerza de sus convicciones cristianas ha dejado el sabor de lo inapropiado y de la convocatoria apabullante a sus exequias. Y para el régimen; una total orfandad en su asidero como tal.
La libertad de Lorent Saleh, nos alegra por el valor del joven y su madre para enfrentar la adversidad y no claudicar, pero no bajan el tono urgente del país al clamor de justicia. Las reacciones del ciudadano, siguen apostando a esta necesidad como dijo el joven a su llegada a Madrid; ”Necesitamos liberar a tantos inocentes que aun están presos”.
DC / Eneida Valerio Rodríguez / @eneidavalerio