¡Adiós de Oro! Javier Fernández dejó todo sobre los patines

Conforme se acercaba a la puerta de salida, al encuentro del último abrazo con su entrenador, Javier Fernándezacarició el hielo con la mano. En esa huella efímera, dejó impresa una vida dedicada al patinaje; lecciones de sacrificio, compromiso y pasión; medallas y coreografías para la historia. No lo sabía, porque todavía quedaba por saltar a la pista el último rival, y quizá apenas importaba, pero su adiós iba a ser de oro. Como había sido toda su carrera. Javier Fernández cierra una época y una era en el patinaje artístico. Con la séptima corona europea. El final perfecto.

También como toda su trayectoria, este último título llegó con sufrimiento, porque hubo de remontar desde la tercera plaza donde le dejó su programa corto, y superar casi diez puntos con el ruso Mikhail Kolyada. Aunque, en realidad, lo único que tenía que hacer Fernández era lo que siempre ha hecho: salir al hielo a disfrutar, bailar, expresarse y deleitar. Lo que lleva haciendo desde que con 17 años se marchara de casa para construir con lágrimas de alegría y dolor una carrera de éxitos inimaginables. Y lo hizo.

En un Minsk Arena coloreado en rojo y amarillo, Javier Fernández brindó su última actuación, un baile con «El Hombre de la Mancha», compendio de las trece temporadas que lleva sobre el hielo. Lleno de arte, dificultad, cuádruples y sentimiento. Apenas se había entrenado para la ocasión, y aun así, aunque no fue un programa perfecto, sí fue suficiente para que se sintiera satisfecho por el legado que dejaba en los surcos.

Deslizó la mano por el hielo y se la llevó a la boca después, para saborearlo una vez más sobre su piel. Se abrazó a su entrenador, Brian Orser, y se sentó. Como siempre, lo había dejado todo sobre los patines. Como nunca, esperó las últimas notas. Con esa última aparición en los escenarios logró superar a Alexander Samarin y asegurar la plata. A la espera de Kolyada.

«Estaba muy seguro de mí mismo. Cuando he visto la nota sabía que había quedado primero, pero quedaba Kolyada. He seguido su programa por la televisión y he visto que no lo había hecho muy bien», explicó nada más colgarse el oro. Porque Kolyada, impecable el jueves en el programa corto, encadenó caída tras caída, no fue capaz de levantarse del error anterior y se salió por completo de la coreografía cuando la muñeca izquierda impactó con fuerza en el hielo. Terminó undécimo, quinto en el global, incapaz de aguantar la presión del liderazgo. Algo de lo que Fernández es maestro porque cinco de sus siete coronas continentales las ha ganado desde el primer puesto del programa corto. Solo el primero, y este, ha tenido que remontar. «Si algo se me da bien son las remontadas. Estaba mucho más nervioso en el corto porque solo competí en septiembre y antes de eso no lo he hecho desde los Juegos Olímpicos de Pyeongchang en febrero pasado. Por eso estoy contento porque no venía al cien por cien para quedar primero, aunque sí venía a competir para quedar primero. Sobre todo estoy contento de que la última competición de mi carrera haya sido buena y de llevar esta medalla, la última, a casa», reconoció.

Ligado al patinaje

En el envés de ese oro, grabados todos los nombres de los que le han ayudado a llegar a los podios. «Mis padres, mis entrenadores, cada uno ha puesto un poco de su parte para que yo sea el patinador que soy. Me siento orgulloso de haberles podido mostrar que todo lo que me han enseñado y todo lo que me han dado ha sido para algo bueno». Echará de menos la adrenalina y los nervios de saltar al hielo en otra competición, en esperar las notas y planificar nuevos giros. «Pero lo que viene a partir de ahora es innovación, algo diferente. 21 de 27 años he estado centrado solo en el patinaje y también está chulo tener cambios en tu vida. Estoy convencido de que las cosas que vienen en el futuro serán muy positivas. Todavía queda mucho por hacer dentro del patinaje».

El madrileño cerró su carrera en el papel de Don Quijote porque, como el personaje literario, ha librado su propia batalla contra los imposibles. Los de convertirse en profesional en un deporte inexistente en España. Los de conseguir hacerse un hueco entre rusos, japoneses, canadienses y estadounidenses que copaban los podios desde el origen de esta disciplina. Los de hacer que el mundo del patinaje se rindiera ante el arte exótico de un español. Los de hacer sonar el himno e ilustrar con banderas todos los rincones del mundo. «Ha sido una trayectoria larga, con mucha paciencia he logrado cosas que jamás creí que iba a conseguir». Siete oros europeos, los mismos que su ídolo Plushenko, pero de forma consecutiva. Un adiós que pone fin a una era difícilmente repetible por todo lo que el patinador ha dado a este deporte, todo lo que ha aportado al medallero español y todo lo que ha conquistado en la sociedad.

ABC

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