Imaginemos por un momento que un significativo número de norcoreanos comienzan a emigrar masivamente por culpa del distópico régimen de Kim Jong Un. Imaginemos que una gran parte de este grupo llegase a parar a, digamos, Perú. Imaginemos que la pequeña comunidad norcoreana en Lima decide organizar una marcha para manifestar su repudio al llamado líder supremo. Y ahora imaginemos que al mismo tiempo una cantidad más grande de peruanos toman las mismas calles de su capital para expresar su apoyo incondicional a uno de los dictadores más tenebrosos de la época.
Todo esto sin importar que miles de norcoreanos hayan tenido que huir hacia estas tierras como producto de la pesadilla que se vive en su país por culpa del sangriento tirano. Señal inequívoca de que esta insólita manifestación a su favor no es más que una de esas históricas estupideces colectivas y multitudinarias que denotan la descomposición ideológica y moral de una facción política. El agujero negro de desinformación y teorías conspirativas en el que consciente o inconscientemente una parte de la izquierda suele caer con el fin de atacar a sus adversarios o simplemente negar la realidad.
Especialmente cuando esta no se corresponde a su visión del mundo.
Si bien lo descrito no es nada más que un ejemplo ficticio, un caso aún más risible tuvo lugar el sábado 16 de marzo en la capital de los Estados Unidos, cuando un grupo de venezolanos que protestaban contra la usurpación de Maduro y clamaban por la libertad del país, se vieron desbordados por una enorme marcha de izquierdistas norteamericanos. Grupo que además de expresar su desacuerdo con todo lo que está haciendo la administración de Donald Trump contra el régimen chavista, también manifestaron su apoyo a la dictadura socialista.
Fue nada más y nada menos que la versión anglosajona de las típicas marchas oficialistas. Incluyendo el mismo y aburrid llanto antiimperialista, las mismas consignas victimistas, las mismas falsedades y la misma repugnancia al sentido común. Todo ello organizado de una manera en la que los manifestantes podían verse bien ordenados y sincronizados, con sus respectivas pancartas en las que se pedían el fin de todo tipo de acción de la Casa Blanca en contra de Miraflores.
Como han de suponer, la manifestación chavista estuvo conformada casi exclusivamente por ciudadanos norteamericanos, en la que la que la presencia de latinos era existente pero minoritaria.
Sucede que, con notoria excepción de la cubana, la población latinoamericana en Estados Unidos ha sido insólitamente de izquierdas, apoyando una y otra vez las mismas políticas que destruyeron su país de origen.
Sin lugar a dudas, el grueso de los manifestantes chavistas eran los típicos gringos blancos de clase media, que al igual que en cualquier parte de occidente romantizan todo movimiento socialista al punto de apoyar las causas más genocidas. La almidonada burguesía del Mayo del 68 francés. Los canadienses maoístas. Los españoles e ingleses que idealizaron y apoyaron con júbilo religioso la revolución sandinista.
La diferencia de los gringos chavistas con estos ejemplos es que dichos movimientos socialistas y revolucionarios contaron con los apoyos populares de ciertas partes de occidente desde un principio. Cosa que no pasó con el chavismo, el cual no llegó a levantar las mismas pasiones descamisadas, con pequeña excepción de los artículos de opinión de algunos medios y periodistas, o las alabanzas de uno que otro intelectual.
El inesperado apoyo que está teniendo el chavismo en los Estados Unidos es paradójico ya que se está manifestando en la era más impopular de este movimiento político. En la era en la que ya no hay petrodólares para maquillar su apariencia. En la era en la que la esencia totalitaria y genocida de la tiranía es indiscutible.
Entonces, ¿hay una explicación para semejante fenómeno, o se trata simplemente de un accidental anacronismo? La verdad, es que existen una serie de causas tan complejas como insólitas.
Y es que lejos de tratarse de una tragicomedia inesperada, los venezolanos que manifestaban su repudio al régimen de Maduro se vieron eclipsados por un fenómeno que ha enmarcado la política norteamericana desde los años de Obama: la radicalización de todo el aparato izquierdista, incluyendo el Partido Demócrata, los medios de comunicación más importantes (mainstream media,) el mundo académico, e incluso la industria de la cultura y el entretenimiento.
En lo relacionado al poderosísimo partido, durante la administración del líder demócrata, este pasó de ser de una centro-izquierda moderada a identificarse con tendencias extremas para el estándar estadounidense. De hecho, una de las mayores muestras es cómo la palabra socialismo ha sido históricamente una especie de término innombrable a ser ahora mismo la tendencia más de moda. Incluso, vemos como los miembros más influyentes como Bernie Sanders se declaran a sí mismos como socialistas, e incluso la famosa Alexandria Ocasio-Cortez proclama una y otra vez que este es el modelo a seguir.
Por supuesto, ambos buscan tranquilizar a aquellos que asocian al socialismo con los resultados que dicho sistema generalmente deja, apuntando que el socialismo que ellos tienen como modelo es el de los países nórdicos. Una auténtica cortina de humo no solo porque decir que estos países son socialistas es una auténtica aberración, sino porque a la hora de preguntarles sobre la situación en Venezuela, estos se niegan a denominar a Maduro como dictador.
En resumidas cuentas, las voces más extremistas y radicales se han convertido en la voz reinante dentro del Partido Demócrata. Y, por supuesto, tomando en cuenta que la industria de la cultura y el entretenimiento junto a la mainstream media han sido históricamente instituciones al servicio de este partido, actualmente estos también han radicalizado sus posturas.
En el caso de Hollywood, la mayor evidencia es la forma en que cada película no solo muestra constantemente una posición crítica con todo lo que tenga que ver con el Partido Republicano, sino también todas las causas que el partido sigue, especialmente aquellas relacionadas con la obsesión racial e identitaria.
Así mismo, otro de los elementos que demuestran la relación entre Hollywood y los demócratas son las donaciones que la mayoría de sus productores más poderosos le han brindado al partido a lo largo de a historia. De hecho, uno de los detalles más soslayados convenientemente en cuanto al escándalo de Harvey Weinstein fue que este, además de ser una de las figuras que movía los hilos detrás de la colosal industria cinematográfica, era además uno de los mayores donantes del Partido Demócrata, e íntimo amigo de tanto de Obama como de Hillary Clinton.
Que Weinstein sea de izquierdas no representa ninguna sorpresa. Al fin y al cabo, además de ser la ideología predilecta en el mundo artístico y cultural norteamericano (y occidental,) Hollywood siempre ha estado lleno de figuras lo suficientemente radicales y reaccionarias como para defender a los líderes más deleznables. Y como todos en Venezuela han de saber, personas como Danny Glover, Sean Penn, Kevin Spacey, Oliver Stone o Michael Moore nunca escondieron sus simpatías por el chavismo.
El caso de la mainstream media es un tanto más significativo porque es en el ámbito periodístico donde debería reinar tanto la objetividad como la ética. Sin embargo, como bien apuntaba el catedrático Hector Schamis en su última columna en el diario El País, el periodismo norteamericano ha abrazado la irresponsable naturaleza del periodismo militante.
La tendencia pro-demócrata de los medios norteamericanos ha sido siempre tan increíblemente notoria que de acuerdo a un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Indiana, tan solo un siete por ciento de los periodistas en Estados Unidos son republicanos.
Tan solo un siete por ciento.
De hecho, en las últimas elecciones presidenciales donde los candidatos eran Donald Trump y Hillary Clinton, de los 396 mil dólares que los medios donaron en total, 382 mil fueron destinados a la ex Secretaria de Estado. Es decir, un 96 por ciento.
Una vez que el candidato republicano gana las elecciones, el radicalismo tanto del Partido Demócrata como de Hollywood y la mainstream media llegaría a niveles impactantes. O al menos, lo suficientemente alarmantes como para que la Universidad de Harvard publicara un estudio en el que demostraba como más del 80 por ciento de la cobertura mediática que Trump recibiría durante sus primeros cien días de mandato terminaría siendo negativa.
Lógicamente, el problema no es la crítica. Esta es la necesaria y vital esencia de la prensa independiente en toda democracia como contrapoder a todo gobierno. El problema es llegar a niveles de fanatismo lo suficientemente insólitos como para calumniar y mentir sobre las decisiones acertadas que ha tomado la administración de Trump, sobre todo en materia de política exterior. Y por supuesto, aquí se incluye el caso Venezolano.
En lo relacionado a la pesadilla que vive Venezuela, la facción socialista del Partido Demócrata no solo se rehúsa a tildar a Maduro de dictador, sino que al momento de reconocer la crisis que aquí se vive hacen uso de las más insólitas ambigüedades para complejizar el tema.
Por un lado, están los que intentan vender la idea de que “es complicado.” Por otro lado, están quienes explican que la culpa es de parte y parte por lo que todo se debe resolver con un nuevo diálogo. Y finalmente, también se encuentran los que reconocen que todo es culpa de la dictadura, pero niegan que el socialismo tenga algo que ver.
Todo es un cálculo político.
Y es precisamente aquí donde se conflagra la obsesión anti-trumpista con la efervescencia socialista que reina en el partido demócrata, por lo que la concepción de todo lo que acontezca en esta era girará en torno a dos ideas: que el socialismo es el Santo Grial, y que todo lo que haga Trump es, además de negativo, misógino, racista, clasista, xenófobo, sexista, e incluso fascista y ultra derechista. Términos chavistas que los medios también usan una y otra vez contra su persona.
Considerando que los Estados Unidos vive una polarización y guerra cultural solo comparable con la experimentada durante la guerra de Vietnam, todo lo que haga, diga, o proponga Trump, se verá criticado desacreditado de todas las maneras posibles tanto por su oposición política como por la mainstream media. Especialmente cuando se está a un año de elecciones presidenciales.
Es la polarización extrema la que explica que en muchos casos se tomen las posturas más absurdas con tal y estar en contra de Trump. Posturas como criticar la bajada de impuestos, mover la embajada estadounidense a Jerusalén, o apoyar al régimen de Nicolás Maduro de manera directa o indirecta solo por ser Trump quien está en búsqueda del fin de la dictadura.
Y como han de imaginar, aquellos quienes hoy en día apoyan fervorosamente a Maduro dentro del llamado imperio, son no solamente consumidores de todo lo que Hollywood produzca, sino también la piedra angular de la audiencia de los medios más importantes.
Los medios en los cuales Trump es comparado con Hitler. Los medios que siguen denominando a Guaidó como autoproclamado. Los medios en los que el socialismo se sigue viendo como un romántico sistema que aún no se ha sabido implementar.
Sin dudas. Estados Unidos también puede ser tan irracional y tercermundista como los países latinoamericanos.
O al menos, la izquierda estadounidense de hoy en día.
Luis Orozco / @LForzko