El asunto no reside sólo en la denuncia y ponderación de las cifras reales de una economía sumergida en la calamidad, sino en la perspectiva a la que debemos contribuir para que la transición democrática sea capaz de reconstruirla sobre bases ciertas, sólidas y profundas. Por una parte, el ocultamiento de los indicadores macro-económicos también deja en absoluto suspenso los resultados de todo litigio laboral que ha culminado esperando por siempre que el Banco Central de Venezuela (BCV) oficie para completar las faenas técnicas y forenses correspondientes; y, por la otra, las posibles medidas a implementar suelen esbozarse con una radical ambigüedad, apostando por la nubosidad de las intenciones, so pretexto de un consenso que, por cierto, contrariado, se desea prefabricado.
Nada accidental, acaecida sin que medie guerra declarada alguna, la catástrofe es consecuencia de un deliberado modelo y estrategia del antidesarrollo para el empobrecimiento y sojuzgamiento de los venezolanos. Por más que el barril petrolero supere $ 200, gracias a un hecho sobrevenido en los mercados internacionales, no constituirá garantía alguna de supervivencia para un régimen de indetenible descomposición, como el actual.
Atravesamos el capítulo postrero de la otra cara de la Venezuela Saudita que, en el presente siglo, supo del barril de petróleo a $ 100, con un masivo endeudamiento que ahora supera los $ 150 mil millones; peor todavía, con las bases hundidas en el tráfico ilegal de drogas, capitales, armas y otros rubros propios del Estado Criminal. Acotemos, la clave de ascenso y entronización de la dictadura socialista, estuvo en la pretendida separación de nuestra suerte personal y familiar respecto a la del país, dejándola enteramente en manos del Estado, cada vez más espectral por su atrevida obesidad: esta falsa ilusión, propia de la antipolítica, por ejemplo, no impidió que el obrero calificado de principios de la centuria, confiado a su estabilidad laboral y seguridad social, varias veces prepotente por una situación que suponía inalterable, hoy esté royendo la desesperación al integrarse a los cinturones de miseria, nostálgico del antiguo empleo y de la misma empresa que se fue o recibió el centellazo de la expropiación.
Los supuestos de la Venezuela post-rentista ya se confunden – increíblemente – con los de la post-petrolera, por inmensas que sean nuestras reservas de crudo. Esta paradoja expresa las limitaciones institucionales de una economía de la pre-modernidad, dependiente de una suerte de protectorado atribuido a China y Rusia que sólo aspiran a una radical flexibilidad laboral, como la que impera en la Cuba empobrecida. Bastará con examinar la quiebra de las empresas básicas de Guayana, actualizando la data aportada por el periodista Daniel Prats, al iniciarse esta década, para saber de la suerte del hierro, el acero y la bauxita que apostaban a una cadena de producción ya imposible.
No hubo ni hay política social, impidiendo el desarrollo de las capacidades personales de superación, tan caras a Amartya Sen, con el reparto de dádivas y prebendas de sujeción y, a la vez, todo un modelo de negocios perversamente cebado a la pobreza. Delatando la naturaleza de un modelo y una estrategia económica, los venezolanos que vinieron al mundo al finalizar el XX, ganando peso, medida y tamaño, ya ni siquiera en el XXI aumentan sus expectativas de vida y muy atrás quedan las preocupaciones y diligencias que hicieron tan notables a Lya Ímber, Pastor Oropeza, Hernán Méndez Castellano o Gustavo Machado H., despuntando ahora Susana Raffalli, entre otros.
UNA PIEZA MAESTRA: LA HIPERINFLACIÓN
El marxismo local que no logra explicar la plusvalía en los productos y servicios informáticos, menos lo intenta con la catástrofe económica, excepto el imperialismo que no pasa de las desgastadas consignas. Diciéndonos en una sociedad consumista, aunque sin consumo, alude a nuestra renuncia militante – eso, sí – a la comida chatarra, pero ninguna noticia brindan sobre los productos de mala calidad y dudoso control sanitario que importa para la distribución ventajista de las cajas del CLAP, abriendo lo que queda de mercado a oferentes que no hubiesen encontrado cupo tiempo atrás bajo una mediana y leal competencia con otros.
El Banco Mundial advierte la reducción de nuestra economía en 51%, entre 2015 y 2018, y el Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé una inflación de 10 mil por cierto. Otras fuentes, hablan de un déficit fiscal sostenido de 12% por varios años hasta superar los 20 puntos del PIB en los días que corren; o de las megadevaluaciones, el empleo precario y el desempleo campante. No obstante, la pieza maestra del sojuzgamiento tiene un histórico y desgraciado precedente.
Asaltado el poder, metida Rusia en una devastadora guerra civil, Lenin elevó a cuatro mil millones de veces la inflación, según Carlos Marichal en su conocida historia de las crisis financieras del mundo. Un par de semanas atrás, debatida la materia económica en la Asamblea Nacional, el diputado Elías Matta, aseguró que, por estos tiempos, Venezuela ha acumulado alrededor de cinco mil millones porcentuales de inflación.
Valga acotar que al conmemorarse recientemente el 30º aniversario de El Caracazo, motivo más bien de celebración para un chavismo pivoteado por la tragedia, la distancia de los números no es menos trágica. Así, reveladores, la tasa de inflación en 1989 fue de 81%, todo un escándalo por entonces, pero en 2019 trepa 1.500.000 %; mientras que el salario real fue en 1989 de $ 118 y en 2019 ya tenemos duda que llegue a $ 5.
TIERRA DE GRACIA
La población intuye, consciente de las realidades económicas actuales, que las mejores respuestas apuntan a las libertades públicas, al trabajo y el emprendimiento, la imaginación y la disciplina social, como al sacrificio que sea convincentemente útil. Un ejercicio de la sensatez o sentido común, nos encamina hacia la limitación del Estado, una economía de libre mercado, la privatización de las empresas públicas disparatadamente parasitarias, el fin del patrimonialismo, el reconocimiento y garantía del derecho de propiedad, la progresiva liberación cambiaria, la reindustrialización petrolera, o el empuje industrial de la cultura, recreación y deporte.
El camino es hacia el consenso necesario que, además, se inspire en el espíritu y eficacia de pactos históricos, como el de Puntofijo, Los Olivos o La Moncloa. Así como el siglo XX supo de una amplia coincidencia en torno a las políticas inspiradas en la socialdemocracia, ahora – sin complejos – asumamos la alternativa centro-liberal para echar el piso de una Venezuela por siempre perfectible.
La Fracción Parlamentaria del 16 de Julio, por ejemplo, coincide con el documento intitulado “Tierra de Gracia” de la plataforma Soy Venezuela, con vocación para ese consenso, susceptible de cualesquiera discusiones públicas, en contraste con el llamado Plan País que el Frente Amplio apalancó en provecho del circunstancial dominio ejercido sobre la Asamblea Nacional, confundiendo indebidamente ambas instancias. Hay problemas inmediatos, terribles e impostergables, impidiendo deliberar en tan amplia materia, pero – igualmente, inminentes, terribles e impostergables – son necesarias las diligencias de inconfundible carácter histórico para los acuerdos indispensables.
Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganL