Quizá esbozando todo el afán carnestolendo al que aspira Maduro Moros, un piquete de sindicaleros chavistas irrumpió en la sesión ordinaria de la semana próxima pasada de la Asamblea Nacional. No se les ocurrió mejor respuesta al regresar los diputados de las fronteras con Colombia y Brasil que intentaron el ingreso de la ayuda humanitaria al país que desespera, que repetir las desgastadas consignas de ocasión.
Por un instante, salimos al baño y, al volver, conseguimos tapiada la angosta puerta de acceso al hemiciclo por la breve trifulca protagonizada por los abnegados dirigentes oficialistas. Sin la menor vergüenza al marcharse – por cierto – ilesos, como Dios manda, tentada la defensa de los efectivos de la Guardia Nacional, alegaron el consabido desacato, el negocio opositor de los dólares o el auspicio del intervencionismo en Venezuela.
Poco les preocupa que la triquiñuela judicial afecte al parlamento y a sus trabajadores, los capitostes del régimen tengan abultadas cuentas en la banca extranjera o que el país esté ocupado por todas las fuerzas irregulares del mundo, pues, suponemos, deben dejar testimonio de una fidelidad que ni los suyos agradecen. Vale decir, con los salarios en el subsuelo y huérfanos de toda seguridad social, contrastando con el muy antes elevado nivel de los funcionarios, atornillados burocráticamente por siempre, no representan en modo alguno el sentir del funcionariado que dicen representar. No obstante, obra otra circunstancia lastimosa respecto a la militancia política.
Digamos, una militancia del ocio, pues, a lo sumo, recompensarán con la administración de numerosas cajas del CLAP u otras prebendas, el esfuerzo de seguimiento e información de los diputados que sesionan o el atrevido empuñamiento de algún arma que trate de amedrentarlos, o la difícil movilización de los trabajadores para cualesquiera actos, por céntricos o cercanos que sean al Palacio. Los suponemos relegados, piezas demasiado subalternas en la maquinaria gubernamental y represiva, que necesitan asomarse para ganar los puntos que digan de su notable defensa de la dictadura.
Inevitable, sentimos una profunda tristeza por el gesto aislado, así lo supusiéramos – por un momento – como inicio de un ataque coordinado de los llamados colectivos armados al Palacio Legislativo. Simple, defienden una causa muerta y no tienen la menor sensibilidad ante la desgracia ajena, pues, por citar un caso, el discurso indigenista del poder no se compadece con la tragedia que sufre el pueblo pemón; u, otro, poco les importa la brutal represión a los civiles que solo reclaman libertad y justicia, en medio del hambre.
La contextura física y hasta la vestimenta, delata el padecimiento de una atroz situación como ocurre con el resto de los venezolanos. Y es que el caso ofrece una formidable veta para la investigación, pues, nuestra sociología política continúa con los viejos esquemas, perspectivas y respuestas que no permiten explicar – convincentemente – la definitiva dislocación de todo un régimen que postergó la crisis de finales del siglo XX, devenida catástrofe al adscribirse a un proyecto totalitario de cuño extra-continental.
La trifulca ocurrió justo el día de conmemoración por los 30 años del consabido Caracazo que catapultó al poder a la secta de ilimitada demagogia, la que todavía se aferra enfermizamente a sus caros privilegios. No por azar, ha circulado profusamente en las redes sociales, un cuadro que evidencia los contrastes entre 1989 y 2019, marcando la hora histórica en la que nos encontramos.
Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganL