Urgidos por las difíciles circunstancias venezolanas, pocas veces reparamos en las ajenas. Y, cuando lo hacemos, constatamos un paralelismo preocupante de situaciones políticas que ultimaron, abriendo el presente siglo, con todas sus fallas, una experiencia trastocada en tradición democrática.
En efecto, agotado el programa que derivó del llamado Pacto de Puntofijo, operó una extraordinaria satanización deslegitimadora de las instituciones democráticas mismas, bajo el impulso de los sectores que contribuyeron a crear el fenómeno de Chávez Frías. Siendo el más ácido de sus críticos, confiscando las observaciones más legítimas e innovadoras, como las surgidas de los sectores liberales, por ejemplo, el histórico acuerdo y aún sus consecuencias más positivas y constructivas, quedaron reducidos a los escombros que lo pivotearon definitivamente hacia el poder.
Algo semejante ha ocurrido y ocurre con la exitosa transición española de finales de los setenta del ‘XX, pues, a pesar de los beneficios rendidos, so pretexto de un juicio que, además, tiene acertados alcances académicos, PODEMOS y otras fuerzas afines la presentan como una descomunal estafa, indecible conspiración y fatal experiencia. Cuando un destacado profesor versa sobre el mito fundacional de la democracia española, procurándole categorías que ayudan a esclarecer sus más variadas vicisitudes, otros se esfuerzan por la decapitación moral y el absoluto cuestionamiento de sus gestores, intentando vaciar de toda legitimidad al régimen que, incluso, nació con la Constitución de 1978.
Problematizado hasta el hartazgo, el liderazgo político promedio no demuestra una mayor determinación por defender la experiencia de libertad ganada, incurriendo en dislates – además – temerarios, como si la democracia española pudiera soportarlos, estuviese blindada ante los tristes casos de corrupción, capaz de sobrevivir a toda prueba. Algo semejante ocurrió en Venezuela, aunque sin la grave amenaza de la desintegración territorial, concluyendo el siglo XX, estirando abusivamente la cuerda que finalmente reventó.
La revancha de los sectores marxistas peninsulares, está pendiente, como aconteció efectivamente en Venezuela. Por lo visto, aquélla bajo la orientación de un universitario, como Pablo Iglesias, mientras que ésta, supo de la dirección de un ágrafo militar, como Hugo Chávez.
Luis Barragán / Diputado AN / @LuisBarraganL