En la Funeraria Las Fuentes, una de las más humildes de suroeste de Caracas, y en compañía de sus familiares, fue velado este domingo Gregorio Antonio Domínguez Silva, el último representante directo más cercano al Libertador Simón Bolívar.
«Él es de la quinta generación», explica su sobrino Omar Marcano, a las afueras de la sencilla capilla donde velan a su tío, ubicada en la parroquia El Paraíso. Domínguez Silva falleció a los 87 años, el pasado sábado 27 de abril, en el hospital público Dr. Miguel Pérez Carreño, tras sufrir un infarto como consecuencia de un aneurisma que se le presentó después que le amputaran la pierna derecha.
Tuvo seis hijos, de los que están vivos cinco: Antonio, Leonardo, Magaly, Nancy y Leopoldo. Su hijo Nicolás murió a los cinco años atropellado por un vehículo. La cédula de identidad dice que nació el 19 de noviembre de 1932 pero, según su sobrino, el verdadero año de su natalicio fue en 1930.
Los orígenes de su parentesco con el Libertador se remontan al siglo XIX. Juan Vicente, hermano de Simón Bolívar, murió en 1811 en un naufragio, después de hacer una expedición a EE.UU. para buscar armas y sumarlas a la causa independentista venezolana. Fue padre de tres hijos: Juan, Felicia y Fernando.
Luego del fallecimiento de su hermano Juan, Simón Bolívar asumió la patria potestad de sus sobrinos y, años más tarde, obligó a Felicia a casarse con José Laurencio Silva, general en jefe del ejército en la Guerra de Independencia de Venezuela.
Uno de los episodios más memorables que ilustran la entrañable amistad entre José Laurencio Silva y Simón Bolívar tuvo lugar el 28 de octubre de 1825, en la Villa Real de Potosí. Ese día se hizo una fiesta en honor al onomástico del Libertador al que asistieron todas las autoridades civiles y militares, pero el homenajeado advirtió que las damas de la alta sociedad no sacaban a bailar a su amigo. ¿El motivo? Era de piel oscura.
Bolívar, al advertir la situación del oficial, mandó a parar la música, se situó en el medio del salón y dijo en voz alta: «General José Laurencio Silva, héroe de mil batallas y salvador de la patria, permítame el altísimo honor de bailar con usted«. Y así, los dos hombres bailaron ante la mirada atónita de los asistentes.
«De allí es que venimos nosotros», cuenta Omar, quien detalla que de esa unión entre Felicia Bolívar y José Laurencio Silva, nacieron siete hijos, entre ellos, Simón Bonifacio Silva Bolívar. «Él, a su vez, se casó con Altagracia Báez Gutiérrez, que era de República Dominicana, y tuvieron otros siete hijos, entre los que estaba Felicia Silva Bolívar, mi bisabuela«.
Felicia Silva Bolívar es la madre de María Josefina Silva Bolívar, la progenitora de Gregorio Antonio Domínguez Silva, quien hasta ayer fue el último descendiente vivo, de la quinta generación, en línea directa con el Libertador de América.
Aunque el peso de su estirpe imponga solemnidad, la imagen de Gregorio Antonio Domínguez Silva no está ligada a ninguna ínfula ceremoniosa. Era un anticuario amante de la pintura, los días de pesca en las costas de La Guaira y los chistes de humor macabro, asegura su sobrino Manuel.
«Ay, ¡la forma jocosa de ser! ¡Ojalá lo hubieses escuchado! Mira, te cuento rapidito. Hace unos días le dijo al médico: ‘Mire, yo sé que usted está ocupado, pero le quiero contar un chiste. Había una vez un doctor que le dijo a un tipo que le tenía dos noticias, una mala y una buena. Que la mala era que le tenían que cortar las dos piernas, y que la buena era que el enfermo de al lado le iba a comprar los zapatos’. ¡Eso le dijo al médico el día antes de operarlo!», cuenta Manuel, mientras los demás sueltan la carcajada.
A pesar del dolor por la pérdida de su tío, Manuel zanja la tristeza con ese recuerdo y sonríe: «Mira, con toda la alegría que él nos dejó, ¿cómo vamos a decir que se murió? Él vive en nosotros». En el acto funerario del último de la estirpe directa de Bolívar no hay ostentación alguna: el salón es austero, la urna es blanca y sin molduras, las paredes son verdes y están carcomidas de duelos. No hay coronas de flores ni actos oficiales. La tarde, sin embargo, es noble y, muy cerca, se escuchan los cantos de la misa en la iglesia La Coromoto.
«Yo digo que nosotros los Bolívar heredamos esto, es como nuestra marca. Si supieras que ahorita apenas tuvimos para poder hacerle el funeral a mi tío, esto fue una corredera. Yo digo que eso es la sangre, porque mira cómo murió el Libertador: solo, con una camisa prestada [que pertenecía a José Laurencio Silva], aborrecido, traicionado y olvidado. Pero bueno, lo que sabemos es que nosotros somos custodios de su memoria y la vamos a seguir defendiendo», dice Omar. Y Manuel asiente.
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