En lo más profundo de la mente humana, habitan ciertos poderes adormecidos; poderes que nos asombrarían, poderes que jamás soñamos poseer, fuerzas que revolucionarían nuestras vidas si despertaran y entraran en acción.
A lo largo de la Historia, pocos han sido los momentos cronológicos que,hemos revestido con el misticismo y trascendencia, la felicidad, el bienestar y la libertad en nuestro país son unos de ellos. Instantes como este suelen ofrecernos una ineludible oportunidad para hacer un alto en la estrepitosa carrera de la vida, y evaluar concienzudamente los avances, cambios o reveses que hayamos experimentado personalmente, como sociedad, o como parte de este hermoso y turbulento país. Haciendo uso de esta oportunidad, tan propicia para filosofar y profetizar, he decidido examinar la historia de la humanidad en busca de la respuesta a uno de mis mayores interrogantes. ¿La Felicidad?
Parece ser que, en algún momento a lo largo de la línea del tiempo, que conecta la aparición del hombre de las cavernas y el día de hoy, algo muy extraño ocurrió. Poco a poco las personas comenzaron a perder control de sus vidas. Es como si de repente hubiésemos perdido el poder interior que toda persona posee para ejercer control sobre su propio destino. O tal vez, es posible que lo que realmente haya sucedido fue que por alguna razón, quizá sin quererlo, o por encontrarlo fácil de hacer, comenzamos a ceder a fuentes externas gran parte de la responsabilidad por nuestro éxito y felicidad en lo personal.
Es como, si voluntariamente hubiésemos decidido renunciar a jugar nuestro papel en el logro de nuestros propios sueños, acaso por desesperanza, temor, cobardía o simplemente por pereza.
Posiblemente todo comenzó cuando las civilizaciones antiguas empezaron a creer y aceptar que su éxito, su bienestar personal y su felicidad individual dependían del rey, emperador, conquistador, monarca, populista, dictadoro político de turno, y que si a él le rendían pleitesía y le pagaban tributos, él a su vez, debía asumir la responsabilidad de responder a las necesidades de sus súbditos, a quienes les llamo pendejos.
No obstante, aun después de recobradas muchas de las libertades perdidas y los derechos básicos del ser humano, como el derecho a la libertad, a la propiedad, a la felicidad, al libre albedrío, muchas personas decidieron continuar permitiendo que dicha responsabilidad reposara fuera de ellas, con la esperanza de que algún día alguien, en algún lugar y de alguna manera hiciera algo o propiciara las circunstancias que les permitieran ser felices y alcanzar el éxito.
Para aquellos lectores, que a esta altura puedan estar preguntándose si no estoy llevando demasiado lejos esta postura, permítanme hacerles una pregunta: ¿Cuántos de ustedes conocen por lo menos a una persona que en algún momento, tratando de explicar su fracaso, ha apuntado su dedo, buscando culpables a su alrededor?
Tan profundamente enterrada en nuestro subconsciente se encuentra esta actitud, que la mayoría de las personas poseen un variado arsenal de justificaciones, excusas, mitos, mentiras, suposiciones y disculpas para explicar cualquier tropiezo. Curiosamente, lo único, que todas estas disculpas tienen en común es que sitúan la culpabilidad fuera de nosotros. Para la persona mediocre, su fracaso es el resultado de la discriminación; del sistema: de la falta de amor por parte de su familia; de apoyo por parte de los amigos; de la envidia de los demás; o simplemente de la falta de oportunidades. Los menos atrevidos culpan al destino, mientras los más sofisticados culpan a la situación económica, al sistema político o a las tendencias globales.
Muchos, hasta culpan a Dios por sus desventuras. Los más cínicos profesan que “no es lo que uno sepa sino a quien conozca”. Los resignados aceptan que “lo que ha de ser para uno será para uno, y que si no ocurre, pues no era para uno, y por algo será, y a lo mejor no me convenía”, o que “lo importante no es ganar o perder, sino haber tomado parte en el juego”.Los neofilistas dicen tranquilo mi pana que “vamos bien”. Toda una serie de diferentes maneras de justificar su mediocridad que los exonera de toda culpa. Para todos ellos, sus fracasos parecen ser siempre el resultado de una conspiración en su contra.
Verdaderamente es fácil racionalizar nuestra mediocridad y encontrar culpables por nuestros fracasos, si de antemano hemos aceptado que la responsabilidad por nuestro éxito y felicidad no es enteramente nuestra. No obstante, independientemente de cuál sea la excusa que optemos por utilizar para justificar nuestra mediocridad, hay tres cosas claras acerca de todas ellas: ¡Si nos ponemos en la tarea de encontrar una excusa, con toda seguridad la encontraremos!¡Si damos excusas, seguramente encontraremos aliados, que se unan, a nuestra causa, o por lo menos que las crean!¡El dar excusas no cambia la realidad de las circunstancias que buscamos justificar con ellas!
Así después de muchos años de esperar vanamente, que alguien hiciera algo por nuestra felicidad, después de muchos años de estar cansados, después de muchos años de clamar justicia y pedir oportunidades desde la comodidad de nuestra zona de confort, después de encontrar cuanta excusa fue posible encontrar sin que nada cambiara, hemos llegado frente al mayor de todos los paradigmas sobre la felicidad y el éxito ¿Cuál es este paradigma?
El ciento por ciento de la responsabilidad de nuestro éxito y nuestros fracasos, radica en nosotros mismos. Debemos mirar hacia adentro y no hacia afuera en busca, tanto de la responsabilidad, como de las respuestas a los problemas o circunstancias que podamos estar enfrentando. En esta era de información intensificada, el poder no está en poseer el conocimiento, sino en tomar acción inmediata, aceptando total responsabilidad por nuestra felicidad y por la realización de nuestros sueños.
Empecemos entonces por decir que ser feliz es, por sobre todo una decisión personal. Cada día, cada mañana al levantarte, tienes la oportunidad de escoger entre ser feliz o infeliz, entre hacer de ése un día memorable. Ser feliz es una actitud.
Pero, por sobretodo, ser feliz es experimentar un balance en nuestras vidas. Es poseer metas que respondan a todas y cada una de las facetas de nuestra vida y asegurarnos que día a día caminemos hacia la realización de dichas metas. Es tener propósitos personales, profesionales y familiares, y hacerlos parte de un plan de acción que nos ayude a mantener un balance en nuestras vidas.
Gervis Medina / Escritor Venezolano / @GervisDMedina