Sumidos en el agotamiento por el largo viaje y hambrientos por la falta de dinero, las familias venezolanas varadas en el Paso de Rumichaca piden a «Lenín» que «abra su corazón»… y las fronteras de Ecuador.
El drama de cientos de familias venezolanas se repite día tras día en el lado colombiano del puente internacional desde que el mandatario ecuatoriano, Lenín Moreno, impusiera el lunes la necesidad de visado para cruzar.
El crudo resultado: varias organizaciones internacionales de ayuda han desmontado sus carpas en el lado ecuatoriano porque ya no hay a quien prestarle asistencia.
«Por favor, presidente Lenín… ¡Póngase la mano en el corazón! ¡Aquí hay niños enfermos, mujeres embarazadas, ancianos, gente con discapacidad!», pide Marbella Hernández al mandatario ecuatoriano en un mensaje a través de Efe.
El suyo es un eco del clamor de tantos y tantos venezolanos que llegaban a Rumichaca esta semana, y que hacían escuchar a gritos a periodistas, altos mandos policiales, funcionarios de gobierno y cualquier personalidad que se dignara a poner el pie sobre el puente.
Un corredor de apenas doscientos metros sobre el río Carchi que los migrantes bloquearon el lunes durante más de ocho horas al grito de «¡Queremos refugio, queremos pasar!», trasladando su lucha a unos funcionarios que poca flexibilidad podían mostrar sin un cambio en la política oficial del Gobierno ecuatoriano.
Al frente de la protesta, jóvenes madres con sus bebés en los brazos y abuelas con sus nietos, reflejo de una migración que busca en la mayoría de los casos la reunificación con maridos, u otra familia, que ya se encuentran tanto en Ecuador como en otros países de la región.
Impotentes, altos mandos de la Policía colombiana en la terminal reconocieron a Efe su «dolor» y «frustración» por la situación, como también lo hicieron funcionarios ecuatorianos de Migración, quienes en cualquier caso aseguraron que su obligación era «respetar las órdenes».
Y es que incluso para estos funcionarios, curtidos estos últimos años en una masiva ola migratoria a través de todo el continente -por Ecuador han pasado un millón de venezolanos-, es difícil afrontar las escenas de madres con hijos tirados bajo las carpas que organizaciones internacionales y ONG han habilitado en la terminal colombiana.
«Nos hemos venido por la necesidad en Venezuela. Aquí pasamos frío pero por lo menos comemos galletas», explica a Efe Odalis Mago, que se encuentra varada con su marido, dos hijos y varios nietos.
Natural de la ciudad de Barcelona, en el estado venezolano de Anzoategui, Mago tiene familia en Chone, Ecuador, pero llegó demasiado tarde al paso internacional y, como casi un millar de sus compatriotas, se encontró las puertas cerradas.
Al puente llegaron todos ellos después de vencer el plazo en la medianoche del domingo al lunes, y una parte de los migrantes fueron trasladados por las autoridades colombianas a albergues en la vecina Ipiales.
Otros, prefirieron quedarse por si Ecuador cambiaba de opinión, un rumor propagado por toda la zona que no parece que se vaya a concretar.
«Nos dijeron que habían dado una prórroga de una semana más», confiesa Mago al amparo de dos grandes carpas blancas de Cruz Roja.
En ellas, asegura el también venezolano Orán Jeldona, se van a quedar hasta que consigan pasar.
«Nos quedaremos, y vamos a luchar para pasar como sea… ¡Vamos a pasar como sea!», insiste sin descartar la posibilidad de recurrir a vías alternativas no regulares. De esas, hay hasta 26 por las montañas aledañas.
Bajo la carpa, en la sección de Unicef, varias mujeres dan el pecho a sus hijos, mientras, a varios metros, la cola para las casetas de baños públicos se va haciendo cada vez más larga.
A su llegada, organizaciones como Cruz Roja o Acnur ofrecen a los migrantes un kit de asistencia para aseo primario y con una manta que les ayude a superar las frías temperaturas nocturnas de una zona a más de 3.000 metros de altitud. El martes de madrugada, apenas cinco grados.
Por el día, la cíclica rutina de esperar y esperar, preguntar insistentemente a cualquiera que pasa si hay algún cambio en la postura de Ecuador, tratar de conseguir comida -muchas veces infructuosamente-, y los que fuman, sobre todo los hombres, rascar algún cigarrillo de cualquier viandante.
Eso sí, siempre con una sonrisa, con el típico humor venezolano (los chistes de Nicolás Maduro, su repudiado presidente, son tan incontables como interminables), y el anhelo de ver concretado el sueño de llegar a destino.
«La esperanza es lo último que se pierde. Vamos a estar aquí hasta que dios toque el corazón del presidente de este lugar (Moreno) y trate con este nombre para que entienda que hemos venido de tan lejos porque tenemos necesidad», concluye esta migrante, quien, como otros, dice que no abandonará la terminal hasta cruzar a Ecuador.
Por ahora, y desde que se impuso la necesidad del visado, ese sueño solo lo han conseguido unas 50 personas diarias.
EFE