En 1940, durante el estreno de la película El Gran Dictador, Charles Chaplin, dijo lo siguiente:“Mi dictador tiene cierto parecido con Hitler. Es una coincidencia que use un bigote como el mío, pero yo lo usé primero. Yo no remedo a ese individuo; no me presento con un rizo sobre el ojo. He tratado de hacer un resumen sobre todos los dictadores. No hay actor que no haya soñado con interpretar a Napoleón. Yo interpreto a la vez a Napoleón y a Hitler, al loco zar Pablo, a todos en uno”.
El célebre cómico del cine mudo que arrancaba sonrisas con su entrañable personaje Charlot, estrenó ese día su cinta «El Gran Dictador«, una obra que satirizaba las ambiciones totalitarias de los fascismos europeos. Chaplin rechazaba las expresiones de Hitler, quien afirmaba categóricamente que: “la democracia apesta, la libertad es odiosa, la libertad de expresión es perjudicial”. El actor británico de origen judío, concluyó el filme con un llamado a favor de la democracia, las libertades, la hermandad de los pueblos y contra la avaricia, el odio y la intolerancia. Pareciera que los pueblos que no estudian la historia están condenados a repetir sus errores. Por eso, estupefactos asistimos a las pretensiones de algunos personajes que se aferran al control del poder, a quienes la sola mención del términoEstado de Derecho, les produce el mismo efecto que el ajo a los vampiros.
La película El Gran Dictador fue un mensaje que resonó como una declaración personal de Chaplin, quien escribió, financió, dirigió y protagonizó el largometraje que levantó suspicacias políticas y reproches diplomáticos desde su fase de producción. La sátira fue dedicada por completo a Hitler, quien estableció un régimen totalitario liquidando las instituciones democráticas cuyos dirigentes políticos, en el mejor de lo casos, fueron inhabilitados para el ejercicio de sus derechos políticos, ya que, otros fueron pasados por las armas.
Hitler impuso su dictadura con una apariencia de legalidad formal gracias al Decreto del incendio del Reichstag y a la Ley Habilitante de 1933. El primero le permitió eliminar al KPD como fuerza política y la segunda, le autorizó a legislar sin la intervención de las Cámaras. La aprobación de esta ley supuso una modificación de la Constitución y, para ello, requirióel consentimiento de dos tercios de los miembros del Reichstag. Esta mayoría pudo ser obtenida, gracias a la ausencia obligada delos parlamentarios perseguidos o exiliados yen segundo término, negociando el voto favorable de pequeños partidos y dirigentes políticos que no habían sido inhabilitados. Nunca mejor empleado el término acuñado por varios personajes: “el ser humanovenderá la cuerda, con la cual, más tarde, el mismo será ahorcado”. Confieso que cuando evoco esta frase, no estoy pensando en nadie, particularmente.
Con un discurso estremecedor de conciencias que tiene vigencia en el mundo de hoy, el barbero judío, Chaplin, nos dejó estas palabras tras la invasión de Polonia en la realidad, Ostelrich en la película: “el camino de la vida puede ser libre y bonito, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo que crea abundancia nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos, nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad, más que inteligencia, bondad y dulzura. Sin estas cualidades, la vida será violenta, se perderá todo”.
Para establecer un paralelismo entre lo que Chaplin estaba viendo que acontecía en aquella época en Alemania y lo que vivimos actualmente en nuestro país, basta parafrasear lo que, al momento de ser arrestado, le dijo el comandante Schultza Hitler: “su causa fracasará porque está basada en la estúpida persecución hacia un pueblo inocente. Su política es peor que el crimen, es un trágico disparate”.
Noel Álvarez / @alvareznv / Noelalvarez10@gmail.com