La vida tiene un sentido práctico incuestionable y casi bíblico: lo haces o no lo haces. ¿Vale la pena escribir y que resuene como en un caracol cuando se está impasible frente a una realidad aplastante? La buena suerte de los hechos venideros no se dará porque nos sentemos a tomarnos un café en el frente de la casa. Nada sucede a la víspera o por el prestigio de que debe suceder para por fin ser felices.
La historia se labra con el sudor de los esfuerzos. Pueden generarse batallas sorpresivas, con la buena fortuna de sorprender y sin rudimentos al detalle para la victoria. Pero se necesita un primer paso. Darles categoría a los sueños de libertad. Juntar las emociones en un mismo saco y contagiarnos de una meta alcanzable, pues los imposibles son producto de una imaginación pesimista.
Una marcha con buena parafernalia y atiborrada de participantes no asegura el cometido democrático. Así tenga un pulso de acero y se llegue a los objetivos con solidez. Las disposiciones a la constancia nos harán libres, genuinos y fuertes. Por eso no existe una marcha sin retorno. No ha existido en 20 años ni existirá, aunque la inventemos con ocurrencia científica.
Nadie ve en la televisión una miniserie fabulosa y se queda solo con el primer capítulo si le gustó, para comprender todo el desenlace. Hace falta una cadena de voluntades para dar por zanjado el asunto. Son muchas marchas, una tras otras, tenaces, firmes y comprometidas, las que se necesitan para resolver la compleja fórmula democrática. No debe ser un mero encuentro de fin de semana, para caer a la postre en la convicción de que no se resolvió nada y son una perdedera de tiempo.
No podemos tener una voz con siseos apagados para alumbrar el camino anhelado. Hoy están pendiente de nosotros hasta los marcianos de galaxias inexorables, para virarle el curso a esta realidad detestable y aciaga. El régimen no estaba tenso por una marcha. Ese termo se perdió hace mucho. Sus angustias estribaban en que pueda encenderse la llama de la perseverancia y volvamos a ser inconformes ante la calamidad de nuestro país.
Parece una cantinela agotadora, pero no podemos abandonar la calle. Es una oportunidad deseable que debemos acoger como finalidad, ante todo este proceso que ha durado demasiado. No soy un experto de tomo y lomo en historia contemporánea, pues ésta se labra con el corazón de los valientes y no con premoniciones o corazonadas. Pero deben aprovecharse las circunstancias para armarnos de firmeza y labrar el éxito con nuestro propio concepto de justicia.
La dictadura puede allanar partidos, bloquear las redes sociales, saciarse frente a los hambrientos y hasta regalar 50 plazas a Cuba frente a su propia nación demolida por la desgracia. Pero no podrán con un pueblo unido en una misma consigna y con una misma palpitación de independencia.
Este puede ser el momento soñado. Es innegable el riesgo que se corre si se copan todos los espacios para la presión. La usurpación no solo amedrentará con su corpulento talento para trastornarnos, sino usará su violencia al límite con sus connotadas fuerzas represoras, incapaces de comprender el valor humano.
Podemos estar ante el inicio de una lucha verdadera. La protesta debe ser irreversible y definitiva. No se ha desviado la ruta para el cese de la usurpación. Guaidó lo reitera con aliento convencido y EEUU lo respalda sin vacilaciones. El jefe del Comando Sur norteamericano, Craig Faller, insistió en esta necesidad hace poco, haciéndole un llamamiento al alto mando militar venezolano, para no seguir al lado de un gobierno patrocinado por el terrorismo.
Tal vez para muchos, los pitos frenéticos, las pancartas ingeniosas y las banderas ondulantes no cuentan con el poder para sacar a un dictador de su trono. No le dolerá en la conciencia. Es probable. Pero las masas convencidas en una sola línea, como una ola pesada, vehemente, retozando en las vías públicas y condenando con frases certeras a un sistema que se lo quitó todo, perturba más allá de la cuenta, sobre todo por el poder de ser escuchadas en los confines del planeta.
Siempre he dicho que a mi amada Venezuela no le sienta bien la tristeza. No estaba preparada para un camino incierto y mucho menos para la ruindad. Pero las posibilidades existen para alcanzar su libertad próxima. Las marchas y las protestas determinantes, hilvanadas para un fin justo, serán el cimiento para retornar a la democracia, si son acompañadas por otras acciones que podrían estar programadas desde hace un tiempo. Creo que estamos más cerca, aunque se nos debilite a veces la fe. Pero recobraremos todo, principalmente la esperanza por un mejor futuro.
MgS. José Luis Zambrano Padauy / zambranopadauy@hotmail.com / @Joseluis5571