La manera más sencilla para conocer si estamos en guerra es observar el respeto al estado de derecho. En la guerra casi todo el basamento ético se pierde y las barbaridades aparecen. Esto es, precisamente, lo realiza el régimen venezolano de manera continua y ya con poco disimulo.
El uso del Tribunal Supremo de Justicia como instrumento político parcializado sería suficiente para concluir que al ignoraro interpretar a conveniencia cualquier ley y reglamento (incluyendo la Constitución) estamos en la locura de la guerra. La justicia desaparece y transmuta a la simplificación del amigo-enemigo para anticipar el resultado de cualquier asunto.
También se puede palpar la guerra en Venezuela en la represión armada a manifestaciones ciudadanas con resultado de centenares de muertos, en la persecución y apresamiento de políticos y militares sospechosos o molestos y en el uso de grupos irregulares armados que disparan a matar. Las trampas, enredos y engaños frente ante cualquier iniciativa de buena voluntad que se propone para solucionar el conflicto, es la forma permanente que usan los rojos con un cinismo y burla que irrespeta e irrita.
Esta actitud reiterada del régimen, está forzando a eliminar las opciones de una solución civilizada y colocando a los opositores en el rincón donde ya lo que queda es defenderse para no morir. No hay duda alguna de que estamos recibiendo el tratamiento brutal de la guerra y la pregunta valida es si debemos responder con similares acciones.
Si el comportamiento del régimen no cambia sustancialmente esto podría suceder y muy pronto.
Se establecería en forma recíproca el rol de amigo-enemigo en nuestras acciones opositoras. Todo aquel que estuviese en contra del régimen sería un aliado sin importar un carajo su pasado y cualquier otro sería el enemigo. Si esto parece duro de tragar recuerden que buena parte de los “patriotas” de Páez venían de destripar gente con el taita Boves.
Se generaría un comportamiento intransigente contra el enemigo, es decir con todos los líderes rojos. Esto sería mostrado con claridad pública para recordar con frecuencia a los enemigos con nombre y apellido destruyendo su imagen. Como la solución a un conflicto de guerra es la rendición de uno de los bandos, las elecciones o diálogos en búsqueda de soluciones quedarían descartados.
El basamento ético que respalda el estado de derecho se suspendería como respuesta proporcional al tratamiento que utiliza el régimen con sus enemigos. En adelante todo acto de agresión sería considerado un acto de guerra y tendría una respuesta similar proporcional o mucho peor. El secuestro y el apresamiento de enemigos sería una tarea lícita.
El régimen debe estar claro que está empujando a una rebelión y una guerra de impredecibles consecuencias, por esto se hace urgente un cambio enorme en la manera violenta en que los rojos han manejado su ambición de poder. La ilusión de que la población está desarmada y este escenario no sería posible debe analizarse con mucho cuidado por parte del régimen. Cualquier país con interés en el caso venezolano, o viendo beneficios a futuro, armaría hasta los dientes a quien se lo solicite.
No debemos llegar a los extremos descritos, pero el régimen debe estar claro que existe este peligro real y que nos llevaría a una guerra civil. No hace tanto los españoles pasaron por este horror entre (sorprende lo parecido) un gobierno republicano de ideas comunistas y un grupo nacionalista que se le oponía. Tres años de horror, la muerte de un millón de seres humanos, la humillante participación de potencias extranjeras en el conflicto y las infinitas heridas morales que nunca han cerrado fue el triste balance del conflicto.
Nombrar un CNE y un TSJ decentes y facilitar una transición pacífica es lo que más nos conviene a todos.
Eugenio Montoro / montoroe@yahoo.es