Estando de visita en Ciudad de México, una de mis nietas puso en mis manos el libro Dictadoras, un relato de las mujeres de los hombres más despiadados de la historia. No resistimos la tentación de realizar un sucinto paseo por el libro de Rosa Montero y el exquisito grupo de periodistas que con dedicación y trabajo fueron capaces de lograr una delicada narración sobre la vida de José Stalin, Adolfo Hitler, Benito Mussolini, Francisco Franco y sus esposas, amantes y demás mujeres que les rodearon, tanto interesantes como por lo autentico y real.
Escogí para los comentarios la figura de Stalin porque es el personaje a quien la autora le dedica la parte más extensa de su libro, y por los misterios, polémicas y sentimientos encontrados que produce. Le dedicaremos, además de esta, las próximas dos entregas que titularemos, para seguir el patrón, Stalin y sus dictadoras (II) y Stalin y sus dictadoras (III).
“Stalin, un tipo feroz en tiempos feroces”, nació el 18 de diciembre de 1978 en Gori, Georgia, por entonces, parte del Imperio Ruso. Su madre Ekaterina, muy religiosa y de muy fuerte carácter, fue la primera mujer importante en su vida. Su padre, Vissarion, era un zapatero alcohólico y abusivo. Las peleas en la pareja eran frecuentes y muchas veces terminaban a los golpes. En ese ambiente de violencia creció Soso, como llamaban a José Stalin en el círculo familiar. Cuando cumplió 10 años, su padre se fue a vivir a Tiflis para trabajar en una fábrica de zapatos y, en un momento dado, intentó llevárselo a la fábrica para que aprendiera el oficio de zapatero. Si fue así, la madre pronto lo recuperó pues Soso completó los estudios en la escuela parroquial de Gori con la mejor nota de su clase, lo cual le valió una beca en el Seminario de Tiflis.
La Catedral de San Basilio es el símbolo de la Iglesia Ortodoxa Rusa cuyo centro religioso es Moscú. En ese templo pensaba Ekaterina cuando envió a su hijo al Seminario. De alguna manera, la mujer intuyó el futuro de su hijo porque la ciudad fue el centro de esa cuasi religión que era la doctrina bolchevique de la cual Stalin llegó a ser el representante máximo, un Papa rojo, que convirtió el antiguo imperio de los zares en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cosa que ocurriría algún tiempo después.
Según la versión oficial, Stalin fue expulsado del seminario por sus actividades revolucionarias cinco años mas tarde de haber ingresado. Lo cierto es que Stalin era un elemento díscolo en el seminario, donde introducía textos marxistas y, dos años antes de su expulsión, se había afiliado al partido Social Demócrata de los Trabajadores, rama bolchevique, dejando atrás la Iglesia Ortodoxa Rusa. Quienes le conocieron a la sazón, asegura que ya tenía las características personales que lo acompañaron toda la vida y que, al parecer, era una herencia materna: fanatismo extremo, destacada inteligencia natural y, sobre todo, elevada predisposición a la violencia.
Según el escritor español Luis Reyes Blanc, Stalin “era lo que se conocía como un mauserista, es decir, aquellos que llevaban debajo de la chaqueta una pistola alemana Máuser, arma grande, pesada y difícil de manejar. Quienes la detentaban eran considerados como muy viriles. Stalin, además, mezclaba en su personalidad el carácter clandestino de sociedad secreta rusa con la tradición del bandidismo caucasiano. Junto a su banda, se dedicaba a asaltar bancos para financiar la acción revolucionaria con el botín obtenido”. Stalin era un tipo feroz que vivía en tiempos feroces, un capo de matones, alguien que se caracterizaba por la ausencia de límites morales y por una tremenda rigidez mental. Por desgracia, en época de crisis, la gente se siente atraída por personalidades como estas, que ofrecen repuestas simples a problemas complejos.
Pongamos en contexto algunas de las características de las familias bolcheviques, según el autor Reyes Blanc: “El divorcio estaba mal visto porque suponía romper una familia revolucionaria. En cambio, se admitía la infidelidad tanto del hombre como de la mujer. Los bolcheviques eran una casta endogámica. Había que proteger la clandestinidad a la que obligaba la lucha revolucionaria, de allí esos comportamientos. Los casamientos se hacían entre ellos, con familiares entre los compañeros de lucha. Así también, se adoptaban los hijos de los camaradas muertos para protegerlos dentro de la gran familia bolchevique”.
Stalin siguió las reglas al pie de la letra. Sus esposas oficiales provenían de esas familias y la última mujer que se le conoció, si bien era una criada, formaba parte del personal más cercano al líder y, por lo tanto, pertenecía también a ese universo. Desterrado en Siberia, se relacionó con mujeres que integraban su entorno en esos parajes desolados.
Luis Acosta