La verdad como causa de muerte. Por Noel Álvarez (@alvareznv)

Marco Tulio Cicerón, el insigne orador romano expresó en una de sus famosas Filípicas, contra Marco Antonio: “La verdad se corrompe, tanto con la mentira, como con el silencio”. Estos alegatos fueron bautizados como las “Filípicas de Cicerón” y constituyeron la última obra notable de este gran tribuno. Con ellas defendió la libertad y los valores de la República Romana, pero a consecuencia de ellas perdió la vida. 

 

Para Cicerón, la caída de un estadio de libertad a uno de servidumbre, en las ciudades democráticas, era inevitable, porque si, en estas ciudades, el pueblo es soberano, entonces los dos principios constitutivos de este tipo de Estado, la igualdad y la libertad, contienen las causas que llevan la libertad a volverse extrema y a convertirse en servidumbre extrema. Según Cicerón, la igualdad se opone a la equidad y acaba siendo fuente de injusticia; la libertad se opone a la autoridad y acaba degenerando inevitablemente en licencia y permisividad. Y así, de las máximas cotas de libertad nace el tirano y con él la más injusta y cruel esclavitud. 

 

Cicerón rechazaba la democracia de los emperadores y la criticaba con acidez de la siguiente forma: “No tenemos elección, porque no existe una alternativa creíble y legítima a este régimen, a pesar de sus defectos. Los principios de igualdad de derechos y de libertad individual han impregnado demasiado, y con toda la razón, los espíritus modernos y posmodernos, como para que pueda contemplarse la posibilidad de una alternativa a la democracia”. 

 

Ese era el dilema del momento: pueblo o populismo, que ignora al pueblo. Los leales al modelo existente, Cicerón entre ellos, notable como abogado, escritor, sabio y cónsul, eran los “republicanos”. al lado opuesto, los que veían bien la tiranía y el surgimiento solapado de un Imperio, eran los cesaristas. Por estas calles no se cuece nada diferente, actualmente.

 

En el año 44, César acabaría con el Senado para hacerse dictador, rey, monarca de lo que sería un Imperio. Unos conjurados, amigos de Cicerón, pero a los que este reprochará su falta de planes, su precipitación, asesinaron a César, a puñaladas, en ese mismo Senado, poco después de que, como jugando, Marco Antonio le hubiera ofrecido en público una corona real.  Bruto y Casio fueron los principales conjurados y al acuchillar a César gritaron: “¡Cicerón, Cicerón!”, como si este fuera, y en cierto modo fue, el autor intelectual de los hechos. 

 

Adelantándose a Maquiavelo, Cicerón llegó a pensar que los “cesaricidas” tendrían que haber acabado también con Marco Antonio, que estaba presente y tenía miedo. Pero no lo hicieron. Al contrario, tal vez asustados por el magnicidio, Bruto y Casio corrieron a esconderse hasta que pasara la tormenta. No habían previsto el futuro y ese fue su mayor error.

 

Tras la muerte de Cesar, los meses siguientes fueron confusos. La República parecía a salvo, pero los amigos de César y de la creación de un poder imperial seguían allí; Marco Antonio era el principal, el bárbaro, borracho y gladiador, como diría Cicerón en una de las “Filípicas”, pero también estaba un jovencito, Octaviano, el futuro César Augusto, sobrino e hijo adoptivo del difunto César.  El papel de Octaviano en los meses subsiguientes sería ambiguo, pareciendo a veces del lado de la República para luego terminar aliándose con Marco Antonio, a quien después habría de vencer para coronarse como el primer emperador de Roma. 

 

Como lo he señalado algunas veces, a lo largo de la historia del mundo, la política es la actividad que menos ha evolucionado. Desde la época de los griegos y romanos, hasta hoy: todos los conflictos políticos se solucionan con puñaladas y venenos. Revisando lo que sucede actualmente, no dista mucho de lo que pasaba en la época de Cicerón. Quienes luchan por el poder, raramente juegan limpio, fue así como Octaviano traicionó a Cicerón para consolidar sus sueños de poder. Cicerón, pudo exiliarse en Grecia, donde vivía su hijo, pero no lo hizo, prefirió ser fiel a sus ideales de patria, y eso le costó la vida. El 7 de diciembre de 43 a. C. Marco Antonio ordenó su asesinato. Mandó que su cabeza y manos fueran expuestas en el Púlpito del Foro. Cicerón no opuso resistencia, ofreciendo la cabeza, como un hombre de honor, se limitó a pedir que se le matara con respeto.

 

En la realidad Gatopardiana, todo cambia para que nada lo haga, el Imperio Romano que inauguró Octaviano, mantuvo siempre el recuerdo de Cicerón, ya que, a pesar de ser un Imperio absoluto, conservó formas republicanas, como el Senado, aunque a menudo, este fuera solo un adorno en manos de los sucesivos césares.

 

Noel Álvarez / @alvareznv / Noelalvarez10@gmail.com

 

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