Debo reconocer que desde que me inicié, hace quince años, en el oficio Ad honorem de escribidor semanal, no había tenido tantos temas juntos a los cuales poder referirme y todos, curiosamente, con un elemento en común: los balazos.
La brutal masacre de presos en la cárcel de Guanare podría abrir el sangriento abanico de casos. La versión de mayor fuerza es que los presos reclamaron airadamente que los carceleros se quedaban con la comida que les traían los familiares y sin mucho más de por medio, los vigilantes decidieron dispersarlos disparando ante la presencia de algunos familiares que fueron testigos. Con las primeras ráfagas mataron a unos 17 presos para proseguir enseguida disparando hasta matar a 47 y dejar heridos a muchos otros.
Los intentos de las autoridades para justificar lo sucedido como un intento de fuga debieron enmudecer frente a la declaración de los familiares testigos. Este caso muestra la podredumbre e irracionalidad a donde han llevado a los funcionarios y militares de custodia, que ya les importa un carajo el matar a ciudadanos indefensos a sabiendas de que nadie se los reclamará. Hasta saldrá algún justificativo de defensa a la revolución y no nos extrañaría que les dieran una medalla a los asesinos.
El otro caso de balazos es el del ahora famoso Wilexis, un delincuente que controla uno de los barrios más importantes de Petare. El como se llegó a esto es toda una historieta que creó el mismo régimen cuando promocionaba tener grupos armados irregulares en todos los sectores caraqueños. Lo cierto es que el Wilexis se disgustó con el régimen y pasó a ser su enemigo a muerte. Desde entonces han tratado de eliminarlo enviando a otros malandros y la guardia nacional y cuerpos de seguridad realizaron una “barrida” sin éxito, pero matando sin contemplaciones a muchos ciudadanos.
Wilexis sigue amenazando a Maduro y a Diosdado de que “va por ellos” y llama a los otros jefes de barriadas a unírsele para terminar con los rojos a punta de plomo. Si bien esto no pareciera tener mucho futuro, los vecinos lo protegen y lo han convertido hasta en la figura romántica de lucha del débil contra el fuerte. Por los desplantes que hace por las redes sociales es un dolor de cabeza para el régimen y un peligrosísimo ejemplo para que otros malandros jefes de barrio lo imiten.
También tenemos el sangriento episodio de acribillar a unos invasores que se acercaron a las costas venezolanas en unos peñeros viejos con motor fuera de borda. Aquí hay diversas versiones de la secuencia y detalles, pero todo indica que grupos irregulares, formados con la intención de derrocar al régimen, habían sido infiltrados por los rojos y, conociendo al detalle la ruta que usarían, prepararon un teatro para matarlos sin otro interés que el de fabricar un acto “heroico” de victoria frente a unos invasores de muy poca fuerza, pero que, el derrotarlos, levantaría el ánimo de algunos militares y atemorizaría a otros.
La falta de escrúpulos del régimen para matar ciudadanos no es nueva, Centenares de familias guardan luto por aquellos asesinados en marchas y protestas, en las cárceles y en muchos otros sitios y circunstancias. Lo que ahora hace una gran diferencia es el aumento de la frecuencia de ocurrencia.
Evidentemente, aparte de la presión de los barcos gringos cercanos, hay más problemas sin horizonte de solución y eso genera más protestas. Pero también se multiplican los focos de acciones en contra del régimen, algunos en búsqueda de recompensas y otros con el objetivo patriota de salir de la dictadura. El aumento de la presión psicológica sobre el régimen y el miedo a ser capturados u obligados a huir, están provocando respuestas alocadas y violentas. Prueba de esto son las declaraciones de Diosdado en su programa de TV donde dijo para justificar las acciones atroces “esto es una guerra” y “aquí se vale todo”. Con pocas palabras aclaró que estamos a merced de la locura narcotraficante y terrorista.
Todos los regímenes de fuerza, en sus últimos capítulos, pierden la serenidad como así este lo demuestran cada día. El régimen, a pesar de los balazos y de la sangre buscando respiro, está agotado y suspendido por débiles hilos a punto de romperse. El fin se acerca y ellos también lo saben.
Eugenio Montoro / montoroe@yahoo.es