Uno de los graves problemas de la oposición venezolana es que ha dejado sea el régimen quien imponga el escenario. En un principio, hasta 2006, era inevitable, el chavismo contaba con niveles suficientes de aceptación popular y, sobre todo, nadaba en petrodólares, tan es así, que el año anterior (2005) el trasfondo opositor de no asistir a las parlamentarias de ese año, a parte del rechazo a Jorge Rodríguez como rector principal CNE, es que la oposición no iba obtener ni 15 diputados, para evitarse semejante pena decidió no acudir.
Después que su mentor decidiera soldarse la camisa roja, en 2007 el chavismo comenzó a desintegrarse, la pérdida de la reforma constitucional fue el campanazo. Desde ese momento el régimen ha mantenido ficticiamente la batuta, la oposición consciente o inconscientemente se ha dejado llevar a terrenos que el chavismo prepara trémulamente con antelación.
Allí está la clave, el chavismo no presenta un plan que ya no haya estudiado, planificado, asegurado. Lo hemos visto con los presuntos diálogos, negociaciones y, de manera descarada, con los procesos electorales que pasaron de ser en “condiciones mínimas” a “eventos gubernamentales”. Desde 2010 hasta 2015 el régimen intentó sobrevivir a través de una reingeniería antidemocrática, pero desde 2017 hasta la fecha toda elección ha sido (y es) una fiesta roja donde el chavismo impone partidos, candidatos, electores y resultados.
De lo electoral amañado, pues desde época de Chávez era evidente la malversación del erario en sus campañas electorales (lo dijo Jorge Giordani), el régimen pasó a la dependencia exclusiva de la violencia institucionalizada, no solo oprime, reprime y castiga de indecible forma a la disidencia, a las protestas, a la oposición, sino que cada espacio de poder que pierde por voto lo recupera a la fuerza, así lo ha hecho con las alcaldías, gobernaciones, la Asamblea Nacional y lo continuará haciendo in saecula saecúlorum.
Todo lo que detenta el chavismo es retenido a la fuerza, no posee ni vestigio de legalidad, menos de legitimidad ¿Cómo es que aún impone el escenario a jugar? ¡Es ilógico!
La oposición orgánica requiere un replanteo urgente, el rechazo del régimen día a día se incrementa, pero el rechazo a la oposición partidista también. En 2019 el rechazo al chavismo lo logró capitalizar como nunca antes la disidencia en la figura de Guaidó, pero a mediados de 2020 no es así, de hecho, la única figura política que ve incrementar su popularidad es María Corina Machado, el ala radical de la oposición… ello es un mensaje muy claro de la población venezolana.
La oposición real, la que exige la república, debe hacer valer su legalidad, su legitimidad, su apoyo internacional, debe ser 180° opuesta a la de hoy, sumisa a las agendas del régimen, aletargada, prácticamente ausente. La política venezolana se encuentra elementarizada, sometida a prácticas de mediados del siglo pasado, donde el garrote y la manipulación de las necesidades del pueblo llenaban las alacenas de los gobernantes de facto.
Es la oposición (una verdadera) quien debe imponer el juego, presentar un plan a sus aliados, generar acciones, presentar ultimátum verdadero ¿Por qué? Porque cuenta con la ley, con el respaldo de las democracias del mundo, principalmente, porque cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría de los venezolanos, arrastrados a un país tan innatural como injusto en el que hace mucho tiempo dijo no quería vivir.
Leandro Rodríguez / @leandrotango