Sin caer en el terreno de la impotencia o de una preocupación agobiante, hay que admitir que Venezuela transita actualmente por un estrecho callejón, aparentemente sin salida a corto plazo. Es que además de todas las calamidades sociales y económicas, el país político luce en proceso de desintegración. Este hecho tendría poca importancia, si se tratara únicamente de la posibilidad de que desaparecieran las organizaciones partidistas o que éstas llegaran a ser extremadamente débiles y maltrechas. Pero la gravedad del asunto radica, precisamente, en que sin un funcionamiento normal de los partidos políticos, es inútil pensar en los cambios estructurales que demanda con urgencia la nación.
La mayoría de los sondeos de opinión, sobre todo los que provienen de las encuestadoras más calificadas, coinciden en que casi el 80% de los ciudadanos del país perdió la confianza en el liderazgo político. Realmente es éste un problema de significativa gravedad. Ninguna duda cabe en cuanto a que este absurdo fenómeno favorece a la dictadura nazicomunista. En la medida que la antipolítica gane terreno, en la misma proporción se alejan las posibilidades reales de rescatar la libertad y la democracia; dos valores políticos y humanos que hoy distan mucho del alcance de los venezolanos.
Darse por rendidos sería lo último que podrían hacer los líderes sociales de toda índole. Éstos deberían auscultar bien el corazón de Venezuela; así captarían mejor sus latidos. Según sus apreciaciones podrían organizarse en función de llenar el vacío que, en la práctica, han dejado los partidos políticos. En ese liderazgo al que me refiero, también están latentes las palpitaciones del pueblo. ¡Sólo hace falta que alguien se disponga a ponerlas en movimiento!
Las universidades, la sociedad civil afectada por la crisis, los estudiantes en general, el empresariado organizado, los trabajadores desde su perspectiva laboral y cuantos sectores se sumen es mucho lo que pueden lograr. Con ese 82% que rechaza los actos de la dictadura, sabia y humanamente canalizado, es factible apuntalar una alternativa capaz de derrotar aplastantemente a la dictadura, cualesquiera sean los medios que ésta utilice para mantenerse en el poder.
Reza un antiguo dicho: “en la política nada está escrito”. Si esto es cierto, existe la esperanza de que surja un liderazgo emergente y Venezuela tenga la oportunidad de retomar el camino de la decencia política, del restablecimiento del sistema democrático y del desarrollo económico que está estancado desde 1999. Sería imperdonable que ese ejército de voluntades también se cruce de brazos y caiga en el mismo letargo de los partidos políticos. ¡Venezuela necesita de todos, sin exclusión de nadie; es el momento de demostrar cuánto la queremos!
Antonio Urdaneta Aguirre / urdaneta.antonio@gmail.com / @UrdanetaAguirre