La democracia no se resiente cuando los medios de comunicación cumplen su función de informar, sino cuando los políticos mienten deliberadamente y ocultan sus faltas. La democracia es la expresión más fidedigna de la voluntad de un pueblo. Elecciones, imperio de la ley y separación de poderes, tres pilares pensados para garantizar el equilibrio de un sistema en tensión constante. Pero, ¿qué pasa cuando la mayoría de los ciudadanos apoya a dirigentes que van contra esos valores democráticos? ¿Qué sucede cuando un Gobierno elegido legítimamente en las urnas limita las atribuciones del poder judicial, cambia la ley electoral para su beneficio y convierte sin disimulo los medios de comunicación en un arma propagandística? Aunque en su transitar convoque comicios cada cierto tiempo.
Establecer el momento exacto en que una democracia deja de serlo no resulta fácil. Detectar el peligroso cambio cuando el agua cae gota a gota es más complicado: sin destruir violentamente el sistema, la reducción de libertades se produce paulatinamente, y los cambios no tienen por qué apreciarse de forma inmediata. La democracia se deteriora en el siglo XXI, en todos los Continentes. El año pasado, 2019, fue el 13º consecutivo de retroceso de las libertades, según un índice de Freedom House, que mide el nivel de transparencia de los procesos electorales, el pluralismo político, la libertad de expresión y la independencia judicial, entre otros factores.
Hace pocos meses, Freedom House publicó un informe en el que denuncia en particular “una espectacular erosión de la democracia” en Hungría y Polonia. Lo atribuye al auge del populismo y el nacionalismo. Al parecer, el sistema democrático representativo predominante en Occidente, basado en los principios de libertad individual, defensa de los derechos humanos, separación de poderes, Estado de derecho y economía de mercado, atraviesa una época turbulenta en el Este de Europa.
“Vivimos en un contexto general de transformación política que cuestiona el modelo liberal y la globalización, y se rebela contra las élites”, señala el politólogo Aleksander Smolar, miembro de la Fundación Batory, un grupo de estudios que defiende la democracia en Polonia. “Entonces surgen regímenes que, ante el temor que producen los rápidos cambios que vivimos, explotan el sueño nostálgico del pasado”.
En la corriente nostálgica se engloba la “contrarrevolución cultural” que propugnan los Gobiernos de Víktor Orbán en Hungría y Beata Szydlo en Polonia. Su apuesta ideológica, con una fuerte carga nacionalista y populista, defiende la recuperación de un pasado idealizado y glorioso, como la exaltación de la Gran Hungría, una vuelta a la soberanía nacional por encima de la UE. Estos mandatarios son enemigos declarados del liberalismo, una doctrina que, tras caer el fascismo y el comunismo, se impuso como la norma en 1989, unas veces más liberal; otras más socialdemócrata.
Países clave en el establecimiento de la democracia en el Este, Polonia y Hungría están hoy en el ojo del huracán por su deriva autoritaria. La crisis ha puesto en evidencia las limitaciones de la UE para velar por los estándares democráticos entre sus miembros. “No es que Kaczynski, ex primer ministro, y Orbán no sean demócratas, sino que más bien son unos jacobinos. Todavía faltan elementos para emitir un juicio, hay muchos riesgos a la vista, pero soy optimista porque, en el caso de Polonia al menos, la sociedad civil se ha levantado”, señala Smolar.
Estos mandatarios representan una nueva forma de gobernar que, según señalaba la historiadora Anne Applebaum en una columna en The Washington Post, “no encaja con lo que entendemos como democracia liberal, pero tampoco puede decirse que sea una dictadura, aunque puede ciertamente acabar ahí, como ha pasado en Turquía o Rusia”. “Que los valores democráticos sean vapuleados en Moscú, Ankara o Caracas no sorprende tanto como que se cuestionen dentro de la UE, por muy jóvenes y frágiles que sean las instituciones polacas y húngaras, por mucho que estos países no hayan vivido en el pasado largos periodos democráticos”, dice Applebaum.
Desde que se inició esta derrota autoritaria del poder en Hungría y Polonia, han lanzado controvertidas reformas de las leyes, han atacado a los medios de comunicación y a las ONG extranjeras porque los perciben como injerencistas. Estas medidas, han hecho mella en los controles y equilibrios propios de una democracia. Después de leer estos párrafos, uno puede concluir que no solo en estas calles se cuecen habas, pero como dice un viejo adagio venezolano: mal de muchos, consuelo de bobos.
Noel Álvarez / Noelalvarez10@gmail.com / @alvareznv