El panorama venezolano no ha sido fácil. Siempre el fantasma de un Pérez Jiménez o un J.V. Gómez ha estado presente para azotarlo y abusarlo. Las fuentes de desarrollo de los últimos años van y vienen, pero pocas han llegado para quedarse y el petróleo se abandonó hasta saturarlo. Sin embargo, cuando estuvo bien, el oro negro cubrió un lado pero, de igual manera, no alcanzaba para el otro. El país no se entrega. Vive siempre aferrado a sus esperanzas que, por supuesto, no pueden perderse. Su fantasía humana y democrática se lleva dentro; dobla pero no cae. Eso sí, su pueblo es alegre, contagioso y litigante. Saben que si se alzan mueren. Las diferencias en las armas entre los demás y nosotros es letal. Sin embargo, la historia dice que a los españoles les encanta Venezuela; a los anglosajones los distrae el espíritu y la jerga de nuestro pueblo y a los cubanos les gusta el ambiente musical que nos rodea. En consecuencia, con los tres hay que contar en la chiquita porque esta casa es la que más se parece a la de ellos.
Todo por una misma razón de ser. El venezolano es un ser humano romántico y agradecido. Comparte lo que tiene y sirve para que la gente se quede. No tiene dinero, ni comida, ni agua pero le sobra contagio y deseos de invitar al disfrute de sus lares y sus costas. Desde luego, con eso no se come pero sí se obtienen amistosas compañías. Ahora bien, todavía le falta malicia y la filosofía del arrastre y del compromiso patrio o moral. En este sentido, siempre le roban las votaciones y las instituciones con los votos de sus mismos dirigentes. Con gente como Los Parra, los Falcón, los Brito y los Superlanos es preferible trabajar directamente con el enemigo para saber lo que piensa.
Desde luego que “la buena costumbre no se tiene, ni se obtiene, comprando en la botica”, mi abuela dixit, sino que hay que producirla en el seno del hogar. Hay que formarla dentro de la casa para que no se salga. La lealtad es tan digna que “ni se compra, ni se vende”. Solo los impíos lo hacen.
Tenemos, entonces, que llamar al venezolano de ayer para traerlo a la plaza pública, al paseo sigiloso y tranquilo pero enseñador de su presencia. El venezolano siempre fue espontaneo y aprendió a tener momentos solitarios. Al Gran Mariscal pocos lo acompañaban en Berruecos y, en el Rincón de los Toros, Bolívar estuvo solo. Los huecos de las balas en su hamaca fueron las únicas señales de que habían intentado matarlo.
Por eso, decimos que la buena suerte se ha alejado de Venezuela. Una buena porción de criollos se fue a otros países con la diáspora. Por el contrario, los interesados en el negocio y lo fácil, salieron al mercado como sectas tras el oro, la droga y la minería: cubanos, rusos, iraníes, chinos, españoles y turcos. Con razón, Guaidó buscó a europeos y norteños para defender la causa.
¿Qué meditación sale de todo esto? Los cubanos tienen años sin república y sin fundar casa; los rusos perdieron a sus mejores zares; los chinos, grandes en la economía pero chiquitos en su vida social y de libertad. Los iraníes, anárquicos y terroristas, mientras los españoles no disfrutan sus fiestas con este gobierno de mucho hablar pero poco hacer. Los turcos crecen pero no dan, tan solo buscan.
Entonces, ¿Qué esperar de los alrededores? ¿De qué estamos rodeados? ¿De enemigos y falsos venezolanos donde Guaidó tiene que salir corriendo? ¿Cuáles son los nutrientes de nuestros vientres y estómagos? ¿Cuáles las p[posibilidades de regreso al país que teníamos? Es increíble como cientos de dirigentes nativos han seguido a Fidel Castro que aparecía y huía. Y lo que es peor, a su hermano Raúl, vigilante de sus centros malamente logrados y sin sentido de vida, de calor humano, de almas y de circunstancias.
Es penoso lo que estamos viviendo y, peor aún, lo que falta por vivir. Mas, lo único que nos corresponde hacer es trabajar, soñar e inventar porque “el que no espera vencer, está vencido de antemano”. Así pensó el joven General José Félix Rivas cuando arengó a los jóvenes antes de la batalla de La Victoria y les dijo: ¡Necesario es vencer! … y venció.
Luis Acosta