REFLEXIONES| José Gregorio. Por Luis Acosta

Hoy no llama nuestra atención ni el viejo Stalin, ni el nuevo Trump, ni el pretendiente Biden. Tampoco Pérez Jiménez, ni ningún otro dirigente. Hoy estamos con el más famoso y moderno de todos los hacedores del bien en nuestro país; el es José Gregorio Hernández Cisneros.

A José Gregorio, quien hablaba inglés, francés, portugués, alemán e italiano, amén de dominar el latín y manejar el hebreo, le decían el poliglota de la universidad. Nació en Isnotú, Edo. Trujillo de Venezuela en 26 de octubre de 1864. Estudió su secundaria en el colegio Villegas de Caracas y el 29 de junio de 1888 se graduó de medico en la UCV. Al concluir la universidad, regreso a Isnotú su pueblo de vida y de descendencia, para después viajar a estudiar a Francia y volver, preparado y listo, a la dura lucha de la capital y sus regiones.

No tardó mucho en distinguir su expediente. Escribir y describir la historia del médico Hernández Cisneros se hacía llano y fértil por sus garras sobre su voluntad y sus bondades con sus compañeros que intuían que algo distinto se estaba formando. José, el médico, había estado en Paris haciendo estudios de especialización con altos profesionales del momento, entre ellos el Dr. Charles Robert Richet, Premio Nobel de Medicina en 1913. A su regreso de Europa, trabajó en la Universidad Central como profesor en varias asignaturas. Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología fueron sus cátedras docentes en la UCV. Introdujo el microscopio en el país y, en adicción, fue el canal para equipar el Hospital Vargas con aparatos modernos para su época. Publicó once trabajos, más dos que quedaron inéditos, en el campo científico. Escribió, además, cinco obras literarias de importante contenido que fueron publicadas en El Cojo Ilustrado. 

No era fácil estudiar medicina. La Universidad, en Caracas, quedaba lejos de la zona de influencia para todo aquel que viviera fuera de la capital y, aun contando con recursos, era muy difícil. El que no los tenía, no llegaba nunca. Así pues que José Gregorio llega a Maracaibo para, desde este puerto, embarcarse hacia La Guaira y llegar a Caracas. Pero el guardó esa facilidad que le diera el entorno para volcarlo en sacrificio y servicio a favor de la comunidad donde estuviera, tanto, que ese trabajo le abrió camino y su plebe le seguía. 

Así pues, el científico se olvidó, el políglota saltó a otras etapas y el sabio cubrió sus espacios y expectativas pero, su santuario irrumpió como se eleva la espuma. Entonces, se repite su nombre y se respetaba su trabajo cristiano al punto que nació en el colectivo el Beato José Gregorio Hernández como obra de Dios y en el sentido de su hacer noble y bondadoso que se recibe como el Venerable Siervo de Dios que aun no aparece en las iglesias e instituciones religiosas pero que sí puede colgarse en las paredes de los hogares y en el cuello de los feligreses y seguidores. 

Casi de inmediato, luego de su muerte, la imagen y las esfinges de José Gregorio comenzaron  a distribuirse por las pequeñas imprentas y las librerías anexas a esos talleres que vendían sus dedicaciones al punto de expandirse por todos lados, no solo en su país sino en la propia Europa, en sus lugares populares, puentes y vendedores ambulantes. Igual en Caracas, Barquisimeto y Maracaibo como también en países isleños del Caribe y hasta en naciones asiáticas que comenzaron a saber del fenómeno. Entonces la Iglesia comenzó a poner cuidado e interés en este héroe cristiano de dimensiones extraordinarias.

La idea conllevaba, además, el sembrar un símbolo de amor y admiración junto con una doctrina y disciplina de su pueblo que cuando oran y cantan en las iglesias son capaces de dar importancia y vida al hombre distinguido y sentir amor por sus conciudadanos cuando ellos dan para recibir, amar y abrirse al necesitado con bondad y humildad. 

Todo para anotar que un pueblo, pobre y lejano pero hermoso, hubo de ser el asiento de la familia que fue capaz de producir tan distinguido personaje cristiano, políglota, médico, científico, bacteriólogo y, todavía más, santo. ¡Todo ello en un  solo ser! Luego, tenemos que sentirnos orgullosos de esto que estamos esperando desde hace un siglo, tal su calificación final como San José Gregorio.  Sin embargo, aun así y por ahora, no lo podemos disfrutar formalmente aun en los altares de las iglesias parroquiales.

José Gregorio legó para la humanidad conceptos que rompieron el aforo para la vida diaria afirmando que “en el hombre, el deber ser es la razón del derecho, de manera que el hombre tiene deberes antes de tener derechos”.

Para cerrar, queremos recordar que, el 29 de junio de 1919, hace exactamente 101 años,  José Gregorio Hernández Cisneros salía raudo a atender un paciente cuando fue atropellado por un vehículo. Al caer, golpeó su cabeza con el filo de la acera causándole fractura mortal en la base del cráneo. Aun cuando fue auxiliado y llevado al Hospital Vargas por el propio conductor del carro, José Gregorio falleció al poco tiempo. Desde ese entonces las plegarias no han tenido fin. Los devotos se multiplicaron y los seguidores y fieles cristianos se volvieron miles que piden su presencia en los altares de todas las iglesias. Y será, porque así lo quiso Dios.

Gracias Cardenal Baltasar Porras Omaña por su empeño y apoyo fecundo en entregar esta obra cristiana que dará mucho que hacer en el santoral de la Iglesia y que el Papa Francisco la mantendrá vivita y coleando en su propio altar. ¡Así sea!

 

Luis Acosta

 
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