Cuando en San Juan de los Morros mi madre me decía “si primero no haces la tarea pendiente de la escuela, no saldrás a jugar con tus amigos”, era una de advertir que tomaría medidas para inducirme a cumplir con mis obligaciones. Pudiéramos asimilarla con lo que calificamos como “amenaza creíble”.
¿Qué ha pasado en Venezuela en estos últimos 20 años? Primero, a Chávez lo veían como “un charlatán inofensivo al que no había que tomarlo muy en serio”. Así opinaba el entonces embajador de EEUU en nuestro país, Jhon Maisto. Esa era una percepción fuera de lugar porque no se podía tener como un «bocón inocuo” a un personaje que venía de intentar consumar dos golpes militaristas contra un gobierno absolutamente legítimo.
¿Qué ocurrió? Chávez, el supuesto manso hablachento, se alió con Fidel Castro para iniciar una invasión consentida de Venezuela, potenció el Foro de Sao Paulo, pactó acuerdos con las FARC y el ELN, echó las bases para consolidar acuerdos con Rusia, China e Irán, y así tenemos esa alianza del «eje del mal» como una seria amenaza contra la paz y la estabilidad de nuestro Hemisferio.
Chávez simulaba ser proclive a «salidas pacíficas» montando celadas con forma de diálogos, revocatorios y elecciones competitivas, pero siempre contando, en la retaguardia, con un tinglado -CNE, colectivos, puntos rojos, Plan República, hegemonía comunicacional y financiamientos opacos- que le favorecían sus pretensiones continuistas.
En principio, ninguna voz de la comunidad internacional se atrevía a caracterizarlo como dictador, igual pasaba con Maduro. Las pruebas con forma de cadáveres, torturados, desaparecidos, la flagrante violación de los elementales derechos humanos, ni las reveladoras cifras de la hambruna y la ola de pandemias que azotan a Venezuela, no llegaron a ser más que suficientes, para qué de una vez por todas, se admitiera que el régimen imperante en Venezuela era una dictadura.
Mientras tanto, eran inocultables las andanzas del enclave chavo-madurista con el narcotráfico. Miles de toneladas de cocaína salen del territorio de Venezuela, en donde también la cúpula militar funda su propio cartel de Los Soles. Así lo confirman la DEA y la oficina antinarcóticos de Viena. Igualmente se documenta en expedientes que el territorio venezolano es patio libre para grupos del terrorismo internacional. La violencia se incrementa cuando una suerte de Estado Forajido los protege ante la desaparición del Estado de Derecho, ninguna institución funciona bien, eso es la antesala del Estado Fallido.
En medio de ese cuadro real, nada ficticio, los venezolanos han hecho de todo: hemos marchado, una y otra vez, desafiando la furia de un régimen represor y cruel; hemos votado en procesos electorales amañados; hemos participado en revocatorios, plebiscitos y referéndums y hemos sido testigos de múltiples diálogos y fallidas negociaciones.
Queda muy claro, entonces, que los venezolanos nunca hemos estado de brazos cruzados esperando que la solución a nuestra crisis «caiga del cielo”. Hemos luchado con los pies sobre la tierra, esa tierra se ha tragado a más de 390 mil ciudadanos, esa tierra ha sido teñida de sangre derramada por estudiantes, agricultores y ganaderos, dirigentes políticos, militares, comerciantes, educadores, médicos, periodistas, enfermeras, sindicalistas, gremialistas, artistas y académicos. Los ciudadanos no hemos dejado de luchar y seguiremos haciéndolo.
Lo que ha pasado es que nuestra lucha ha sido con delincuentes que están empoderados con los símbolos de las instituciones del Estado que han secuestrado. Tienen las armas más letales, están aliados con las trasnacionales del narcotráfico y el terrorismo internacional. Esa es una verdad inmensa, no se trata de un cuadro pintado por una imaginación calenturienta ni sacado fuera de contexto de las novelas de Gabriel García Márquez.
Los cubanos llevan más de 60 años sometidos. Los venezolanos apenas 20. Está demostrado en la realidad, que las fórmulas aplicadas en la vecina isla no fueron exitosas y la sangrienta dictadura castrista se ha impuesto con su «mágica narrativa» y con el ícono del Che Guevara como buque insignia. En Venezuela la narcotiranía usa el ardid electoralista para encajar su plan en la realidad del tiempo que corre a contrapelo de una tragedia que no es virtual sino de hierro caliente. Las parlamentarias de Maduro son la carta marcada para contrarrestar la vigencia de un gobierno interino y desajustar el contundente respaldo de la comunidad internacional, para ello han arreado a unas mulas de la oposición que tiran esa carreta que busca llegar al burladero del 6 de diciembre.
La tiranía juega rudo. Apresa y libera a sus rehenes. Arrebata símbolos partidistas sin descartar regresarlos, siempre y cuando los beneficiarios de la devolución, se avengan a su siniestro plan. Son dos estrategias que buscan imponerse. Por una parte, Guaidó retomando la idea del Cese de la Usurpación y por la otra, Maduro con las parlamentarias para liquidar la transición. Esas parlamentarias tienen un resultado anticipado. Maduro pulverizó el principio de votación universal directa y secreta. Incrementó el número de diputados a elegir, montó un CNE servil y modificó leyes y reglas de oro indispensables para poder hablar de elecciones libres. Por lo visto, de consumarse eso, será un megafraude.
Hay algo que de mágico no tiene nada y es que EEUU ofrece recompensas por la captura de Maduro y otros más. Los acusa de narcos y aliados del terrorismo. Saben que el territorio de Venezuela es una base de operaciones militares de iraníes, rusos, cubanos y grupos irregulares de Colombia. Ese es el diagnóstico. ¿Y la receta?. Ante eso, supongo, la estrategia de EEUU no descarta la distracción, para confundir, como eso de decir que lo que han reconocido como real y peligrosa amenaza no requiere de un plan diferente a la fallida operación del pasado 30 de abril. Me atengo a lo que han sostenido en público y en privado los voceros de la administración de EEUU: todas las opciones están sobre la mesa. Amanecerá y veremos.
Antonio Ledezma / @Alacaldeledezma