«Un día me abrazó tanto la soledad que le tomé cariño, lloré como un niño y le conté mil historias, charlamos por largas horas como dos grandes amigos, después nos despedimos y cada quien siguió su camino. Sin embargo, nos vemos de vez en cuando y me alegra su visita, ella sigue siendo la misma, siempre sabía, siempre honesta, siempre lista”, Kelbin Torres
Estás allí, te veo nuevamente, en las paredes, en el techo. Te colaste por la puerta y las ventanas estaban cerradas. Si, de nuevo estás aquí. Esta vez llegaste callada y te moviste lentamente para que no te viera de inmediato. Sin embargo, fallaste, porque te sentí, al filo de la cama y tu presencia me erizo la piel, como un frío cortante en las piernas y en la espalda. Otra vez tú: Mi compañera en esta aventura. Mirarte rodearme y ver cómo te mueves sigilosamente.
Sabes, nunca no te lo había comentado, pero aprendo mucho de ti. Me acostumbré a tu compañía, a sentir esa extraña melancolía que en ocasiones traes contigo y que me ayudan a descubrirme en medio del dolor y la alegría. Esta vez, agradezco que llegues a visitarme, que te sientes a mi lado y que simplemente, te quedes allí a solo estar conmigo.
Te diré algo que quizás te pondrá triste: no siempre estarás aquí conmigo, porque el amor algún día llegará y te reemplazará y solo vendrás, quizás, por momentos. Entonces, cuando llegué ese día, no llores y no te marches triste porque dejaste en mí recuerdos y experiencias inolvidables. Te he vivido, te he disfrutado, te he abierto y cerrado las puertas. Te has paseado por mi vida como has querido, he aprendido tanto de ti que siempre te recordaré.
A tu lado conocí las distintas emociones y sentimientos de estar sola. Descubrí lo que era sentir en verdad el caminar sin nadie en las calles y sentarme en una banca con un café en la mano y no tener a nadie al lado con quién conversar. Pero aprendí a mirar alrededor, a disfrutar de tu compañía, a observar el paso andante de las personas, a ver sus rostros y emociones ocultas, a descifrar los minutos del tiempo, a simplemente cruzar la pierna y descansar, a estar conmigo misma y conocerme. No te guardo rencor, ahora en adelante, jamás lo haré, porque hoy entiendo y te agradezco por qué estás conmigo en esta nueva vida: Gracias por estar aquí Soledad”, Aylen Bucobo.
La soledad puede ser una poesía en nuestras vidas, puede llegar para hacernos compañía. A veces pasamos por momentos en los que la necesitamos para seguir avanzando, porque nos enseña a madurar e incluso a mejorar en todos los sentidos. Es importante darnos un tiempo para estar con nosotros mismos después de vivir un duelo, de irse un amor o simplemente cuando conseguimos aquello que tanto anhelábamos.
Es una buena compañía tanto en la tristeza como en la alegría, según cómo la mires. Recuerda que todo depende de la actitud de cómo asumes la vida, más en las situaciones difíciles y las circunstancias en reversa, que nunca faltan.
No obstante, si sabemos vivir en resiliencia, donde todo lo vemos como un aprendizaje, entonces la soledad es una buena compañía necesaria para avanzar: conocerte, madurar, crecer, aceptarte y mejorar.
La soledad es tan humana como nosotros, porque ella solo se sienta a nuestro lado, camina y sigue nuestros pasos, se acuesta al otro lado de la cama y solo está allí, escuchándonos, mirándonos y recordándonos que somos seres humanos y como tales, es normal que en ocasiones nos sintamos solos estando con nosotros mismos. Cuando aprendemos a estar solos, quiere decir que estamos preparados para ser la compañía de otro.
Por tanto, la actitud siempre es importante frente a todos los aspectos de nuestra cotidianidad. Si siempre tienes una buena actitud hasta lo más pesado se te hace liviano, por ende, la soledad no solo se convertiría en una buena compañera sino que sería poesía en tu vida.
Aylen Bucobo
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