Cómo fue posible para los monarcas españoles controlar desde un trono en Europa un territorio que comenzaba en la Patagonia y acababa en el río Misisipi? La falta de formas efectivas y rápidas de comunicación, así como la rebeldía de quienes acataban las órdenes hacían del Nuevo Mundo un lugar en el que las jerarquías y las autoridades flanqueaban frecuentemente.
Con esto en mente, Carlos V instaura el virreinato a mediados del siglo XVI, una forma de gobierno que data del Medio Evo. Cuatro serían los creados a lo largo de los siglos: el Virreinato de Nueva España (1535-1821), el Virreinato del Perú (1542-1824), el Virreinato de Nueva Granada (1717-1819) y el Virreinato del Río de la Plata (1776-1814). Serían cuatro espacios administrativos que terminarían definiendo cuatro espacios culturales distinguibles actualmente; cada uno con sus formas de hablar el castellano, sus costumbres y sus ademanes.
Ya Colón había sido nombrado virrey de las Indias luego de su llegada a América, aunque esto solo fue un título simbólico que nunca pudo materializarse. Los verdaderos virreyes del Nuevo Mundo eran reyes sustitutos, debían gobernar en nombre del monarca y hacerlo en dependencia de él. Estos virreyes eran en su mayoría propuestos por el Real y Supremo Consejo de Indias para ser luego escogidos por el rey. El objetivo era agilizar la gobernabilidad y hacer la administración más efectiva, por lo cual este monarca vicario tenía la legitimidad necesaria para hacer valer su autoridad en América. Sin embargo, el virrey solo podía ocupar el cargo por un tiempo limitado ya que se temía que podría corromperse y acostumbrarse al poder.
Debían ser ostentosos y manifestar su autoridad opulentamente. Vivían en grandes palacios, rodeados de centinelas y lujos, disfrutando de la reverencia del clero y las élites locales. Entre sus funciones estaban el liderazgo militar y la asignación de obispos, con lo cual eran la mayor autoridad en tierra americana. En los virreinatos se instauraron también las “audiencias”, instituciones judiciales que acataban las leyes impartidas por el Real y Supremo Consejo de Indias. Con frecuencia eran presididas por el mismo virrey, aumentando el poder y la influencia del mismo. De estas audiencias surgieron muchas de las actuales capitales hispanoamericanas, entre ellas Santiago, Caracas, Buenos Aires, Santo Domingo y demás.
En 1535 se crea el primero de los virreinatos, el de Nueva España. Luego de la caída de Tenochitlan (capital del imperio azteca) en 1521, la corona experimentó una serie de problemas administrativos que desembocaron en el surgimiento de este inmenso espacio gubernamental, cuyo territorio abarcaba los actuales de México y Centroamérica. En algún momento llegó a incluir gran parte del sur de los Estados Unidos, así como algunas islas del Caribe. Pocos años después, en 1543, se crearía el Virreinato del Perú. Su inmenso territorio se extendería por la mayor parte de Sudamérica, con la excepción de Venezuela y parte de Brasil. Su tamaño se reduciría con los años a las actuales fronteras de Perú, Bolivia y Ecuador.
La reducción del tamaño se debió a las dificultades para gobernar aquel gran territorio, lo cual llevó a la creación de otros dos virreinatos: el de Nueva Granada en 1717 y el de Río de la Plata en 1776. El famoso Virreinato de Nueva Granada incluía a Colombia, Venezuela y Panamá; su creación se debió a un intento borbónico por renovar los principios administrativos del Nuevo Mundo, aunque sin mayor éxito. Luego nacería el Virreinato del Río de la Plata con los territorios actuales de Argentina, Paraguay, Chile y Uruguay, con el cual se intentó defender con mayor efectividad aquellas área de las expediciones británicas y francesas, además de centralizar más a Buenos Aires, ciudad que había adquirido importancia como centro comercial.
Estos cuatro virreinatos definieron la gobernabilidad y la autoridad en sus tiempos. Fueron las principales formas de organización de un imperio que buscaba desesperadamente mantener el orden continental. Pero más allá de estas formalidades, los virreinatos determinaron cuatro espacios culturales actualmente observables. Su influencia en la actual formación social latinoamericana es clara. En primer lugar están México y algunos países centroamericanos como Nicaragua y Guatemala, unidos por una similar forma cantada de pronunciar el castellano y costumbres compartidas. Luego están los antiguos países neogranadinos que comparten una cultura caribeña al norte, así como una cultura andina a lo largo de la cordillera colombo/venezolana. Andinos serían también los países del Virreinato del Perú, a quienes une a su vez un pasado incaico. Por último están los rioplatenses, distinguibles por una homogeneidad en la pronunciación del español que es innegable.
Los territorios virreinales determinaron, además, los núcleos de los cuales surgiría el liderazgo independentista, como indica el historiador cubano Carlos Alberto Montaner. En Nueva Granada estuvieron Miranda, Santander y Bolívar. Este último se encargaría, junto al venezolano Antonio José de Sucre, de concretar la liberación del Virreinato del Perú. En Río de la Plata brilló José de San Martín y en Nueva España se destacaron los insurgentes Miguel Hidalgo y José María Morelos. Interesante ironía que las fronteras burocráticas creadas para controlar a los americanos hayan, a su vez, definido las líneas de ruptura independentista.
Aunque hoy en día no existe un concepto de “neogranadinos” o uno de “peruanos” que abarque también a Bolivia y Ecuador, sí existe una notable familiaridad entre los individuos de los antiguos territorios virreinales. Ya sea en el acento o en las costumbres, los virreinatos crearon lazos entre los países que los integraban y su influencia ha perdurado a través de los siglos.
Ernesto Andrés Fuenmayor