Pio XII fue un Papa sin experiencia pastoral directa, ni en parroquia, ni en diócesis. Toda su carrera se desarrolló en la administración vaticana, lo que lo hacía un perfecto conocedor de la curia romana donde se movió toda su vida. Antes de su coronación, y como una medida preventiva, redactó y firmó ante un notario, una carta de renuncia a ser usada en el caso de ser apresado por los nazis, como había ocurrido ya cuando Pio VII fue preso por Napoleón Bonaparte.
El New York Times, en su editorial de la Navidad de 1941, elogió a Pio XII por oponerse plenamente al Hitlerismo y por “no dejar dudas de que los objetivos de los nazis son irreconciliables con sus propio concepto de la paz cristiana”.
Varios historiadores judíos, como Joseph Lichtein, de la organización judía, dedicada a denunciar el antisemitismo y mantener viva la memoria del genocidio nazi, ha documentado los esfuerzos de la Santa Sede a favor de los hebreos perseguidos, según el mismo Lichtein, en septiembre de 1943. Pio XII ofreció bienes del Vaticano como rescate de judíos apresados por los nazis. También recuerda que, durante la ocupación alemana de Italia, la Iglesia, siguiendo instrucciones del Papa, escondió y alimentó a miles de judíos en la Ciudad del Vaticano y el Palacio de CastelGandolfo, así como en templos y conventos. Lichtein escribió y dijo en 1958, que “la oposición de Pio XII al nazismo y sus esfuerzos para ayudar a los judíos en Europa eran bien conocidos al mundo que sufre”. Según algunas fuentes, los nazis tenían un plan avanzado para raptar al Papa. Otras fuentes afirman que Pio XII apoyo 3 complots para derrocar a Hitler. Para la corriente política llamada democracia cristiana, fue muy importante el radio mensaje de Pio XII en la mensaje de Navidad de 1944. Después de la guerra, organizaciones y personalidades judías reconocieron varias veces y oficialmente la sabiduría de la diplomacia del Papa Pio XII.
Por otro lado, el Congreso Mundial Judío agradeció, en 1945, la intervención del Papa con un generoso donativo al Vaticano. Ese mismo año, el Gran Rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, envió al Papa Pio XII una bendición especial “por sus esfuerzos para salvar vidas judías durante la ocupación nazi en Italia. Así mismo, Israel Zolli, Gran Rabino de Roma, quien como nadie pudo apreciar los esfuerzos caritativos por los judíos, al finalizar la guerra se hizo católico y al ser bautizado se hizo llamar por el nombre de pila del Papa en señal de gratitud. El escribió un libro sobre su conversión ofreciendo numerosos testimonios sobre la actuación del Papa.
En 1958, a la muerte de Pio XII, Golda Mier, Ministro de Asuntos Exteriores de Israel, dijo: “cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se elevó a favor de sus víctimas. La vida de nuestro tiempo se enriqueció con una voz que habló claramente sobre las grandes verdades morales por encima del tumulto de nuestros conflictos diarios. Lloramos la muerte de un gran servidor de la Paz”. El Presidente de USA, Eisenhower, dijo: “el mundo ahora es más pobre después de la muerte del Papa Pio XII”.
El diplomático Israel Lapide, calculó que Pio XII fue personalmente responsable por salvar al menos setecientos mil judíos. El historiador judío Richard Breitman ha escrito un libro sobre el Holocausto. Breitman, quien es hasta ahora el único autorizado para ver los documentos de espionaje de Usa en la II guerra Mundial, ha explicado que lo que más le ha impresionado ha sido la hostilidad alemana hacia el Papa y el plan de germanización del país de septiembre de 1943. Brietman ha encontrado también “sorprendente el silencio aliado sobre el holocausto”.
Las actitudes anticomunistas de Pio XII se volvieron más fuertes después de la II Guerra Mundial. En 1948, Pio XII declaró que cualquier italiano católico que apoyara a los candidatos comunistas en las elecciones parlamentarias de ese año sería excomulgado, e instó a acciones católicas para que apoyara a la Democracia Cristiana. En 1949, autorizó a la Congregación para la doctrina de la Fe a excomulgar a cualquier católico que militara o apoyara el Partido Comunista. También condenó públicamente la revolución húngara de 1956.
Le tocó ser el Papa de la Guerra fría y en este contexto su opinión fue clara: ferviente anticomunismo y aproximación a la nueva potencia emergente, los Estados Unidos de América. En este sentido, resultó determinante su amistad personal con Francis J Spellman, Arzobispo de New York y Vicario Militar de las Fuerzas Norteamericanas a quien nombró Cardenal.
Es difícil dejar atrás esta parte de la historia. Terminada la guerra, Pio XII también fue el vocero para instar a la clemencia y el perdón de todas las personas que participaron incluyendo a los criminales de guerra. Así también intercedió, mediante el Nuncio Apostólico de los Estados Unidos, para conmutar las sentencias de los alemanes convictos por las autoridades de ocupación.
Reconoció explícitamente el régimen surgido en España de la Guerra Civil 1936-39. En 1953 firmó con el General Franco un Concordato, que daba bases jurídicas al llamado “nacional-catolicismo” español, con notables ventajas para la Iglesia. Pio XII también firmó el concordato con Rafael Leónidas Trujillo en 1954. Excomulgó a Juan Domingo Perón en 1955 por sus arrestos a sacerdotes de la Iglesia. También movilizó todos sus esfuerzos para impedir la elección de un socialista a la Alcaldía de Roma cosa que finalmente no consiguió.
El 1ro de noviembre de 1950 promulgó la doctrina de la Asunción de la Virgen como Dogma de Fe católica. Es el último dogma que la Iglesia Católica ha adoptado.
Para cerrar, traemos a colación las palabras de Albert Einstein sobre la actuación de Pio XII en la guerra, dadas al Times en una entrevista en diciembre de 1940. Einstein dijo: “siendo un amante de la libertad, cuando llegó la Revolución a Alemania, miré con confianza a las Universidades sabiendo que siempre se habían vanagloriado de su devoción por la causa de la verdad. Pero las universidades fueron acalladas. Entonces miré a los grandes editores de periódicos que en ardientes editoriales proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados a la vuelta de pocas semanas. Solo la Iglesia permaneció de pie y firme para hacerle frente a las campañas de Hitler para suprimir la verdad. Antes no había sentido ningún interés personal en la Iglesia, pero ahora siento por ella un gran afecto y admiración, porque solo la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de sostener la verdad intelectual y la libertad moral. Debo confesar que lo que antes despreciaba ahora lo alabo incondicionalmente” (Times, 23/12/1940).
Luis Acosta