Claudia Palacios: Patrullera Supremacista del Control Genético. Por Pedro @AntonuccioSanóP

Mirar por encima del hombro es una práctica recurrente entre las individualidades que se atribuyen la generación de opinión pública y también de las sociedades decadentes que asumen, en determinados períodos históricos, discursos y acciones supremacistas a ultranza, culpando al extranjero de todo. Entrelazando todo tipo de repudiables estigmatizaciones hasta llegar al apogeo de la xenofobia criminal populista. En este sentido, el Papa Francisco lo ha dicho sin cortapisas y de manera contundente, porque resulta que es una verdad llana, abierta e indiscutible: “No podemos tolerar ni cerrar los ojos ante cualquier tipo de racismo”. Mientras que, sin ningún tipo de rubor, el delantero del equipo de fútbol, Manchester City, Raheem Sterling, aseveró desde otro mirador, que “la única enfermedad ahora mismo es el racismo contra el que estamos luchando. Como ocurre con la pandemia, queremos encontrar una solución para pararlo”.

 

Pero, cuando en el mundo de los extremismos repugnantes, discriminatorios y segregacionistas, -prevaricando hasta el vómito en nombre de la patriotería ultranacionalista-, se produce una suerte de “canto de sirena eugenésico”, -esta vez firmado por una mujer y madre, antes que periodista- contra miles de dignas mujeres, madres migrantes, refugiadas o solicitantes de asilo venezolanas, reconocidas por el mandato de la ONU en Colombia y en el mundo entero; abrazando, de paso, la convulsiva interlocución de la fanática comedia xenófoba mundial; entonces procede, ¡sin demoras! convertir la perorata incendiaria de la misógina señora, Claudia Palacios, sobrevenida en “Patrullera del Control Genético Venezolano”, en un desinflado chiflido de una supremacista a ultranza, que ciertamente no hace honor al gentilicio al que pertenece y que no está lejos de emular los más oscuros capítulos que acompañaron las repugnantes Leyes de Nuremberg, la persecución tiránica del fascismo italiano y los colaboracionistas de Vichy.

 

Desmaquillando de entrada, la improvisada redacción del adefesio de la decadentista señora Palacios, titulado: “Paren de Parir”, publicado por el diario “El Tiempo” de Bogotá, el 12 de junio 2019, y que sólo hoy alcanzo a leer, gracias a la magia del archivo digital, sólo puedo decir: ¡Cuánta aversión y aborrecimiento intolerante! ¡Tamaña xenofobia enfermiza la suya! contra la dignidad de la mujer venezolana y su legítimo derecho a la maternidad en el exilio …

 

Su escrito, no admite, por su tufo petulante de sectarismo y exclusión enfermiza, la más mínima consideración ni transacción posible, porque a través del mismo, se naturaliza la tradicional violencia discursiva, en este caso agravado, de una mujer hacia miles de mujeres, -no importa si es madre, señora, adolescente, joven, soltera, casada, viuda o divorciada- reduciéndola, exclusivamente, como simple objeto “reproductor y sexual”.

 

Uno no sabe con precisión, a estas alturas de este siglo locamente pandémico, si la lerda mirada redaccional de Palacios, histéricamente escandalizada, dentro de los más despreciables cánones de aquellos que defienden la purificación de la sangre y raza, es la de la periodista que un día, temprano, aterrizó como migrante, mujer y, sobre todo, como colombiana, entre las desafiantes aguas de la estigmatización estadounidense contra lo diferente. O, la que habla, dentro de un discutible género periodístico panfletario, es acaso, la reminiscencia de un provinciano linaje que imaginariamente otorgaban aquellos paseos remolcado por caballos en Victorias por las polvorientas calles de la bella ciudad de Palmira, cerca de la vieja estación del tren. ¡Uno no sabe!

 

Lo que sí queda claro, dentro de su cotidianidad discursiva, es que a través de la promoción a ultranza del control forzado de la natalidad que no admite componente alguno de diversidad, improvisa una suerte de defensoría -veeduría, como le dicen en Colombia- que evidencia una urticaria decadentista, cuando nos alerta que “Veinte mil bebés de padres venezolanos han nacido en Colombia durante los dos últimos años y medio”.

 

¡Qué pecado! señora Palacios … ¡Qué pesar! que esta cifra choque con su dogma de pureza racial que insiste en una violencia desigual de género contra mujeres vulnerables…Y … ¿A qué vienen, esas maneras?

 

Curioso que el pusilánime periodismo patrullero, servil y policial que Usted representa, -propio de un aprendiz de chivato-, para oficializar un control forzado de la natalidad extranjera venezolana en Colombia, esté revestido de la más pura ignorancia; al desconocer, patéticamente, la letra elemental que sustenta la Convención de Ginebra de 1951 sobre el Estatuto de Refugiados y su Protocolo de 1967, así como la Declaración de Cartagena sobre Refugiados, de 1984, esta última suscrita en la “Heroica” (Compromisos de obligatorio cumplimiento de Protección Internacional reconocidos por la República de Colombia y la comunidad hemisférica, e incorporados a su legislación nacional). Y que protegen con celo, no sólo a la mujer refugiada venezolana y de otras nacionalidades que llegan a Colombia “in extremis”, sino, especialmente, a su maternidad.

 

Debo reconocerle, desde su bochornosa ligereza patibularia y siniestra frente a los derechos de la mujer, porque incita al odio, que usted con su entusiasta edicto contra las mujeres y madres venezolanas en el exilio colombiano, le ha dado ¡otra vuelta de tuerca! al abordaje del histórico racismo. Hablamos de otro tenor. Uno más depurado, pulido por el “estilacho” simplista de ese autoproclamado “periodismo caviar” en boga. Usted ha hecho gala, con merecido honores, del mejor odio anti-venezolano de todos los tiempos, dejando unas marcas visibles en su petitorio contra las madres venezolanas, al más puro estilo de la dictadura fujimorista, cuando en los años noventa, esterilizó forzadamente a más de 300 mil mujeres indígenas, afroperuanas y representantes de otras minorías, que incluyó numerosa población indigente en los aislados parajes de la sierra peruana.

 

Aunque queda claro, que se trata sólo de una “cobarde receta” que aborrece el legítimo derecho de la maternidad venezolana en condición de refugio; porque toma ventaja, desde su posición de privilegio mediático que, lógicamente, las aspirantes a madres venezolanas nunca tendrán en Colombia, reflejo del más débil escalafón que existe entre las minorías que hacen vida en su país. Usted aplasta, (¡qué gallina!) a las últimas de la fila, a las refugiadas y extranjeras que desde Venezuela llegaron a Colombia y, a muchos países del mundo. Porque los refugiados y las refugiadas, los millones de refugiados venezolanos y de otras nacionalidades, reconocidos por Naciones Unidas y su agencia de refugiados en el mundo, tienen un conjunto de derechos y deberes, que gente como Usted, nunca reconocerán. Usted con irresponsable ligereza, hoy enarbola a través de un ignorante, peligroso y antiético discurso una cosa indigesta llamada racismo.

 

Señora Palacios, los fascistas y neofascistas de este tiempo de superficialísimos mediáticos (que piden públicamente el linchamiento de lo extranjero), siempre aspiraron como lo hace Usted, a reducir las tasas de fecundidad de los considerados “indeseables”. Y lo han hecho a través de un manifiesto de odio viril, como el suyo. Quiero pensar, que gente como Usted y como la “autoproclamada defensora de las minorías”, la “orgullosa” Alcaldesa de Bogotá, ciudadana Claudia López, que practican el racismo activamente contra las dignas extranjeras en condición de migrantes o refugio, estigmatizándolas por venezolanas y por ser madres, no son afortunadamente la mayoría en Colombia; y espero, sinceramente, que tampoco lo sean en Trinidad y Tobago, Aruba, Curazao, Ecuador, Chile, Perú, España y Estados Unidos, por citar algunos ejemplos de nuestra diáspora. Porque la discriminación física, verbal y psicológica, que personajes como Usted promueven a diario, no sólo es un dilema que la corroe y la adelgaza más intelectualmente, sino que representa un problema de derechos humanos, tal vez el más grande desafío en todo el orbe.

 

Porque los de la “tribu intolerante del linaje sectario” que pregona la señora Palacios, insistirán siempre en no reconocer el derecho a la cultura e identidad irrenunciable que tiene todo migrante y el refugiado en su exilio. Porque ser extranjero de por sí, es para Usted, el mayor de los delitos. Hablar con otro acento, es un mal a extirpar, a suprimir, porque culturalmente no se resiste; y, porque usted fue criada y formada para odiar lo diferente. Reminiscencias, tal vez, de “una sociedad culturalmente cerrada por siglos”, como me dijo una vez una amiga, y que “ha tenido que cambiar, ¡afortunadamente y con méritos! para crecer en lo humanitario y en la protección internacional de la movilidad transfronteriza”, ante la coyuntura de un fenómeno imposible de obviar.

 

Reciba nuestra más decidida condena por su “vigoroso llamado” al “linchamiento genético” de la digna mujer venezolana, en condición de maternidad en el refugio. Su llamado en nada se diferencia a lo que una vez promovió el Partido Nacional Socialista Alemán en 1935 contra millones de inocentes madres judías criminalmente asesinas en el holocausto y obligadas a que “pararan de parir”.

 

Su grito de desespero intransigente, señora Palacios -que pretende ser colectivo- contra la madre extranjera y venezolana, es el de una comprobada racista de ¡pelo en pecho! La viril Claudia Palacios, cuyo repertorio de prejuicios sale al ruedo, en unos cuantos párrafos sin disimulos, excitando el odio anti-venezolano entre un sector de la opinión pública colombiana sin importar las históricas desigualdades que son propias de su país, y que están vigentes en Venezuela y en el resto de América Latina. Advirtiéndonos sobre la osadía de la mujer refugiada y migrante venezolana en Colombia, que no puede, bajo ninguno de los términos, ejercer su condición materna.

 

Una cosa es segura: el peligro de su discurso no debe ser dejado de lado, porque fue a propósito de arengas consideradas baladíes, -como el de la Señora Palacios-, que se cocinó a fuego lento, el padecimiento del salvaje holocausto nazi impuesto a millones de judíos y judías, con énfasis en científicos, artistas, periodistas, comerciantes, intelectuales, que fueron progresivamente, exterminados en Alemania y Europa ante la vergonzosa complicidad del mundo. Siendo, la sistemática aniquilación de los serbios contra inocentes hombres, mujeres, niños y madres musulmanas en Bosnia y Herzegovina, durante la Masacre de Srebrenica, una nota reciente de la cobardía humana en la década de los noventa.

 

¡Sabe! Señora Palacios … ¿La peor pandemia no es la del Covid-19? Es el racismo y el maltrato que una mujer puede infringir a otra mujer, en su legítimo derecho de ser madre, refugiado y aporte a la sociedad de acogida. O es que acaso … cuando usted, legítimamente, ¡porque le dio la real gana! decidió ser madre, ¿esperó que “la contraloría genética” de su época la supervisara?

 

Como acertadamente respondió la escritora Isabel Allende al diario español “20 minutos”, -a quien, por cierto, a Dios gracias, nadie le reguló el legítimo derecho de su maternidad cuando fue acogida como refugiada en Caracas, durante la larga dictadura chilena que violaba, perseguía y masacraba a miles de hombres y mujeres señalados por el terror militarista de Pinochet-, ante la pregunta de que como “España estaba abriendo sus puertas a los venezolanos, ¿si era posible comparar esta acogida con la que tuvo Chile con los republicanos españoles durante su guerra civil?

 

“Yo espero que sí, porque Venezuela fue un país que acogió a inmigrantes y a refugiados de todas las partes del mundo. Yo me encuentro entre ellos, y ahora que son los venezolanos los que están huyendo, espero que el mundo les acoja del mismo modo. Lo cual, no siempre sucede porque cuando se produce una inmigración masiva, los países se asustan y se acaba la hospitalidad”, afirmó Allende.

 

Se da cuenta, Señora Claudia Palacios, que hay que luchar contra el ruego fanático de cualquier “intermediario aluvional” que proclame la neo enfermiza vigilancia e higiene racial contra las dignas madres venezolanas en el destierro. Rechacemos el más rancio extremismo que pretende convertir la venezolanidad materna en un nuevo gueto, en un nuevo campo de trabajo y de exterminio separado en cualquier rincón del mundo.

 

Como acertadamente lo ha expresado al diario “El Espectador”, la admirable y talentosa investigadora colombiana de la relación binacional, Socorro Ramírez, ex candidata a la Presidencia de Colombia en 1978: “Aunque creo que la criminalización frente a los venezolanos trae consigo un interés político. Menos mal que para estas elecciones locales hubo un acuerdo en el Congreso entre partidos para evitar usar la xenofobia como elemento electoral, porque eso aumenta la vulnerabilidad de esa población, negarle la hospitalidad que venía predominando en Colombia hace que el país incumpla compromisos internacionales. Es mirar la migración como amenaza lo que impide que la sociedad y las instituciones aborden estrategias para convertirla en oportunidad. Este es un fenómeno que nunca habíamos vivido: antes Colombia era el país expulsor, hoy es el mayor receptor. En los años 70 y 80 Venezuela vivió la llegada de muchos colombianos, muchos más llegaron en los 90, cuando se agudizó el conflicto armado. Así que, mínimo por solidaridad y agradecimiento a las posibilidades que recibieron esos colombianos, hoy la actitud tendría que ser diferente, pero hay ese componente de interés en sacarle provecho político a una situación compleja”.

 

Se da cuenta, Señora Palacios, que tal vez esté equivocada y que es hora de favorecer conductas responsables; de hablar de los talentos y las oportunidades que acompañan a todo fenómeno migratorio, sin estereotipos ni llamados a linchamientos sectarios desde su “tribuna fashion”, que incluyen ejercer la maternidad en el exilio, sin demonizarla.

 

Señora Palacios … Patrullera Supremacista del Control Genético.

Pedro Antonuccio Sanó

pedro.antonuccio@gmail.com

@AntonuccioSanóP

 

Artículo de Claudia

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