La situación que actualmente padece Venezuela no admite posiciones dubitativas. La dimensión de la tragedia humanitaria es descomunal, por lo tanto, pretender esquivar responsabilidades, argumentando «relaciones ideológicas» es, simplemente, absurdo y asqueroso a la vez. Es evidente a los ojos de cualquier observador, incluso distraído, que la borrasca amoral que sacude a Venezuela no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo: la demolición ha sido por los cuatro costados de la república. Las instituciones, el tejido social, su aparato económico y sus bases morales, han sido desmanteladas.
Así tenemos lo cierto. No se trata de debatir postulados de naturaleza doctrinaria, porque lo menos que pueden exhibir esos bandoleros, que han secuestrado las instituciones de nuestro país, es un ideario.
Los hechos dan pie a concluir que la red que tejió Hugo Chávez, fue a punta del “hilo del dinero”. Esos lazos basados en la cofradía del Foro de Sao Paulo no tienen una amalgama principista. El pegamento que los une es la bonanza petrolera, cuando el crudo venezolano generaba cuantiosas divisas, y hoy, la ligadura son las operaciones vinculadas a los metales que explotan sin regulaciones y los negocios turbios de los cárteles de la droga.
“Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”. Esta máxima de Voltaire cobra vigencia mirando este penoso cuadro donde pintan lideres encumbrados a las cúpulas del poder de varios países de nuestro hemisferio. Ya no se ven “las espadas” de aquellos tiempos en que militares ocuparon los palacios de gobierno de varios países de forma simultánea, ahora es la alianza de la corrupción para controlar centros de poder y el uso de la represión, a cualquier nivel, para preservarlo.
Es necesario aclarar que no estamos haciendo imputación alguna contra determinados líderes del continente, simplemente que quien se arriesga a defender, por la vía de la “solidaridad automática”, a Nicolás Maduro, a sabiendas de que está más que demostrado que tanto él como su tren de socios son responsables de la perpetración de crímenes de lesa humanidad, están cohonestando una masacre más que pública sobre la cual no caben excusas de ninguna naturaleza. Salvo que priven otras motivaciones, en este caso de índole financiero. Decimos esto porque ni Chávez ni Maduro se guardan nada, mucho menos escrúpulos a la hora de poner al desnudo hasta donde fueron a llegar los tentáculos del reparto de dividendos.
Insisto en que no estamos en medio de una refriega ideológica. No me digan que se defiende al “compañero Maduro por su fidelidad al marxismo o al mohoso repertorio de Mao Tse Tung”. ¡Por favor! Bien se sabe que Maduro está huérfano de cualquier parentela que lo coloque en una disciplina filosófica. Por lo tanto, lo que deberían hacer los que le dan respaldos a ciegas, es pensar en eso que dijo Alexis Carrel sobre la significación e importancia del “sentido moral que cuando se esfuma en una nación, toda la estructura social va hacia el derrumbe”. En el tema que nos ocupa ya no se puede decir que Venezuela va a ese colapso, ya está asolada en esa amoralidad.
La sociedad de esos indecorosos para intercambiar defensas no tiene límites. Igual se aboga por un guerrillero que usa sus poses de luchador épico para violar niñas en la selva colombina, que a un asesino que ordena matar a un concejal como Fernando Alban, cuyo cuerpo inerte fue ultrajado lanzándolo al vacío desde la altura del piso diez de una torre. Es el bochornoso trueque ya no de oro por comida, sino de encubrir a terroristas que ponen bombas o a narcos que comercian con narcóticos. Y así van de falsedades a injusticias para darle la razón a Václav Havel cuando aseguraba que “La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin.
Antonio Ledezma / @alcaldeledezma