Aleksandr Lukashenko se mantiene en el cargo de presidente de Bielorrusia desde 1994. Durante su gestión ha detenido, torturado y fusilado a diversos opositores, por lo que es conocido como el último dictador de Europa. Es difícil imaginar que un régimen como el de Lukashenko haya podido subsistir sin un fuerte aparato represivo. El presidente bielorruso se ha asegurado la longevidad de su mandato mediante el control de las élites, la supresión del activismo y la opresión de la oposición.
El carácter autoritario del dirigente bielorruso se plasma en la represión sistemática de quienes se oponen a su régimen; allí no hay espacio para opiniones disidentes y las elecciones siempre son fraudulentas. Se explica así el número de exiliados políticos y de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, que quieren abandonar el país. Sin embargo, la estabilidad económica del país ha logrado que diversos sectores de la sociedad manifiesten su respaldo a Lukashenko.
El primer mandatario bielorruso se garantiza el apoyo de las elites, comprando su conciencia a través de la asignación de cargos o amenazando con la revelación de oscuros secretos. Los cuerpos policiales totalmente bajo su control, reprimen y persiguen brutalmente a los opositores; con los militares comparte los negocios en la riqueza del Estado; la comisión electoral le fabrica sus trajes a la medida y el Ministerio del Interior y la KGB, organismo que heredó el nombre de la antigua agencia soviética, se ocupan del aparato de inteligencia del Estado, quienes graban y persiguen a los opositores dentro y fuera del país.
Además, el régimen no da margen para la organización ciudadana: desmantela o logra el control sobre sindicatos, prohíbe la recepción de fondos extranjeros a las ONGs y a otras organizaciones activistas que puedan representar intereses o establecer demandas sociales. Lukashenko es como el presidente ruso Vladímir Putin. Quiere amasar todo el poder en sus manos, dice Anatoli Lebedkó, quien conoció a Lukashenko cuando éste fue elegido diputado durante la «perestroika» en 1990: «Por la mañana apoyaba a los demócratas y por la noche a los comunistas, era un conspirador por excelencia”, recuerda Lebedkó.
El dictador de Bielorrusia es capaz de destituir personalmente desde un primer ministro hasta el director de una cooperativa agrícola. El modelo de gestión manual de Lukashenko ha sido un fracaso. En los países vecinos, Polonia y los bálticos, el salario es tres veces mayor que en Bielorrusia. La posición geopolítica del país, unida a un astuto pragmatismo político, han sido claves en su perpetuación en el poder: la Unión Europea no es capaz de adoptar una condena firme de la dictadura bielorrusa, debido a que por ese país circula el 20% del gas que ella consume.
En el régimen autoritario bielorruso el orden es dogma de fe, no hay cabida para la oposición democrática y se sigue aplicando la pena de muerte, solo para los varones, cuyo método es un tiro en la nuca. Una vez asesinado, el cuerpo del reo se hace desaparecer, irrespetando el derecho que tienen los familiares de enterrar a sus seres queridos.
Según la Constitución bielorrusa, los posibles motivos de la condena a muerte son: el terrorismo; el asesinato de un funcionario estatal; el homicidio premeditado con agravantes; el genocidio; la conspiración contra el poder del Estado; el sabotaje; el asesinato de un policía o la traición conectada con el homicidio, entre otras causas. Las mujeres están exentas de la pena de muerte, así como los menores de 18 años, los mayores de 65 y los enfermos mentales. El régimen bielorruso se sostiene en tres pilares: el miedo a la KGB, la dependencia de casi toda la población de los bonos y pensiones miserables y el fundamental apoyo de Rusia.
Bielorrusia es la última economía planificada de Europa, un sistema en el que todos los ciudadanos dependen del presidente para cobrar sus salarios, subsidios o becas, pero, si cometen un error, no cobran. La oposición bielorrusa reclama a los líderes un programa que enamore al electorado, pero diferentes grupos sociales, económicos y políticos sostienen que es muy difícil elaborarlo porque las fuerzas que se aglutinan en los partidos tienen intereses divergentes, entre ellos se encuentran: miembros de la antigua burocracia soviética, descontentos con Lukashenko; políticos de corte liberal y una supuesta oposición seria y burguesa que, solo abre la boca para recibir “billetes verdes”.
Además de todo lo trágico, en Bielorrusia se cuenta una graciosa anécdota: Durante una alocución, en junio del 2016, el dictador exhortó al pueblo a desvestirse. Según la prensa local, esa «orden» fue dada por el mandatario durante un discurso en la Asamblea Popular, donde pidió la ayuda del pueblo para superar la crisis económica que enfrentaba el país, pero en medio del discurso, confundió la palabra «desarrollar», con «desvestirse», términos que en bielorruso son muy similares. Cientos de bielorrusos creyeron que esto era en serio y acudieron desnudos a sus centros de labores. En las redes sociales fueron publicadas miles de fotografías de personas en sus trabajos, desnudos o con poca ropa.
Noel Álvarez / @alvareznv / Noelalvarez10@gmail.com