Por ese pueblo que no se ha detenido jamás. Por esos millones de venezolanos que acumulan más de 20 años dándole batallas a esta dictadura. Por esos jóvenes que se inmolaron y que continúan en pie de lucha, simbolizados por los centenares de muchachos que no se dejan arrebatar sus ilusiones. Por esas nuevas generaciones que saben que no hay nada más importante que la patria en la que nacieron y que es una causa inextinguible de lucha. No se hacen teñir por la muerte, más bien por la vida de los ideales que no se dejan matar, que resisten, que combaten, que no se entregan.
Cuando se escriba la verdadera historia, se tendrá que contar las veces que millones de venezolanos tomaron las calles, coreando consignas alegóricas a la libertad. Se tendrá que decir, con detalles, lo valiente que fueron las mujeres al momento de gritarle a Chávez “con mis hijos no te metas”. Será inevitable evocar las concentraciones en las plazas públicas, desde donde millares de personas asumían el riesgo de desafiar la represión de un régimen intolerante. Y recordaremos a los valerosos productores agropecuarios impugnando la Ley de Tierras que dio lugar a esa seguidilla de atropellos. Le rendiremos homenaje póstumo, aunque sea en silencio, a Franklin Brito que entregó, gramo a gramo de su masa corporal, por los principios de propiedad privada que la tiranía desconocía.
Y volveremos a enumerar en una lista los nombres de los hatos, de las fincas, de las empresas lecheras, avícolas, pesqueras, porcinas y ganaderas, que hoy son un montón de ruinas.
Hoy esas campanas se doblan para que no olvidemos a los talentos de Radio Caracas Televisión, ni los de las emisoras asaltadas en nombre de una falsa revolución. Hoy nos diremos en susurros, que falta hacen los diarios impresos, los de circulación nacional como los que se imprimían en los estados del país como testimonio de la descentralización de la información.
Hoy esas campanas despertarán a más de un ciudadano rendido por el cansancio de tanto esperar dentro de su automóvil, a que le llegue el turno para «echar unos pocos litros de gasolina», y con lágrimas en sus ojos se dirá a sí mismo ¡que dolor tan grande siento de saber que liquidaron a nuestra PDVSA y que las refinerías que eran patrimonio nacional hoy están reducidas a chatarras!
Esas campanas deben sonar durísimo para mantener alerta la conciencia de lucha de un pueblo indoblegable. Que se escuchen en todos los rincones del país para que nadie se rinda, para que nadie sienta que no vale la pena continuar la predica en pos de la libertad de Venezuela.
Esas campanas deben tronar para llamar la atención de quienes tenemos responsabilidades de conducción de una ciudadanía que esta presta a proseguir su cruzada, pero con la determinación de no dejarse utilizar por falsos representantes de sus sueños libertarios.
Antonio Ledezma / @alcaldeledezma