Lo que sucede en Venezuela no tiene par en ninguna otra parte del mundo. No exagero con esta afirmación. Es la verdad y aunque parezca que estoy pintando de amarillo esta caracterización para llamar la atención de los lectores, no es así. Basta con que se sepa que diariamente más de 500 personas abandonan el territorio nacional, a pesar del cierre de las fronteras con Brasil o hacia Colombia. Esos números no los estoy sacando de la copa de un sombrero, no son inventos febriles míos, son datos que aportaron esta semana los voceros de ACNUR. El señor Babar Naloch, vocero calificado de esa organización internacional, aseguró que “muchos de esos inmigrantes llegan en condiciones desesperadas a comunidades de acogidas”. Eso es patético.
¿Sería usted capaz de preguntarle a esos desplazados por el hambre, la crisis de servicios, la inseguridad y los efectos de la cruel pandemia que hoy azota al mundo?, ¿qué opinan de la diáspora? Es de suponer que nadie en su sano juicio es capaz de salir a correr esa aventura, atravesando trochas o caminos terroríficos, simplemente para darse un viajecito de placer. Son seres humanos víctimas de una catástrofe de la que no saldremos en Venezuela mientras esas bandas criminales usurpen los poderes públicos.
¿Qué dirá una madre de familia venezolana, si le consultan, sobre el resultado más reciente del Centro de Justicia y Paz? De seguro que responderá que esa noticia se recicla día tras día, que es verdad, que sí, que en Venezuela asesinan cada 28 horas a una mujer, que los feminicidios perpetrados en el transcurso de los últimos meses se han incrementado considerablemente. Dirán que las violaciones contra menores de edad son moneda corriente, más la trata de blanca en zonas específicas del país. También podrá agregar que los índices de embarazo adolescente se disparan colocando a nuestro país como el que lleva la punta en esos casos de multiplicación de nacimientos de criaturas paridas por madres entre los 13 y 18 años de edad.
La consulta puede ser también sobre el pulverizado bolívar fuerte, o el soberano que desapareció ante un dólar paralelo que remonta vuelo, a alturas hasta donde no llega la posibilidad de alcanzarlo, por lo menos por más del 90% de los ciudadanos, si nos atenemos que la pensión que recibe un jubilado es equivalente a 0,60 centavos de dólar. Las páginas marcadoras del comportamiento, tanto del dólar oficial como del paralelo, indican que hasta el pasado viernes el dólar se ubicó en 1.195.321,14 bolívares. Eso es el resultado de las políticas monetarias de Maduro que convirtió al Banco Central de Venezuela en una imprenta para sacar a la calle dinero inorgánico y así tenemos este desastre que mantiene a los ciudadanos venezolanos atrapados en esa hiperinflación.
¿Qué dirán nuestros agricultores, pescadores y ganaderos si les consultamos qué opinan de la situación del campo venezolano? Seguro que reiterarán sus denuncias, tal como lo hizo este pasado jueves el Dr. Aquiles Hopkins, presidente de Fedeagro, para quien “el año más trágico y nefasto que les ha tocado vivir a los trabajadores agropecuarios es el 2020”. Según el vocero de Fedeagro “la producción de este año es equivalente a la de las décadas del 60 0 70”. ¡Sin comentarios!
Por lo antes enumerado, es obvio que los venezolanos sabemos lo que sufrimos y al mismo tiempo lo que queremos que se haga para librarnos de este espanto de régimen que nos hunde en esta desgracia que diariamente se agrava.
¡No hay otra alternativa que insistir en la lucha hasta desalojar a Maduro y sus cómplices del poder que usurpan!
Mitzy Capriles de Ledezma