Festival de Avándaro: un Woodstock mexicano durante la “dictadura perfecta”. Por Ernesto Andrés Fuenmayor

A principios de los setenta se dio en México uno de los eventos más imponentes en la historia de la música latinoamericana: el Festival de Avándaro. Centenares de miles de personas se congregaron dejando atónitos a los organizadores, ya que solo habían contado con poco más de 25.000 asistentes.

 

Fue la expresión de un movimiento contracultural harto de los límites impuestos por el conservadurismo y un Estado altamente represivo.

 

Era un momento estelar para el rock en mexicano, un género y un movimiento que había logrado permear entre los jóvenes a pesar de la censura. Las 16 bandas que protagonizaron aquel fin de semana lluvioso eran solo la punta del iceberg.

 

El contexto político: PRI y protesta

 

No solo en la música, sino en las artes en general existían iniciativas que se revelaban contra el tradicionalismo, como el Movimiento de La Onda. Estas se desarrollaron durante la turbulenta década de los sesenta. Eran tendencias antisistema que se debían, en gran parte, al gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Desde los años treinta dicha organización estaba en el poder. Era ideológicamente inconsistente, con gobiernos que iban desde el nacionalismo revolucionario de izquierda hasta el corporativismo. Lo cierto es que el PRI no promovía el proceso democrático: no defendían la pluralidad política, y por ello no se veían en la necesidad de apegarse a las expectativas del electorado. Durante décadas no existió en México ni un ápice de alternabilidad, y no la habría hasta el 2000, cuando el PRI perdió el poder por primera vez en 70 años. Intelectuales como Vargas Llosa han tildado ese período como la “dictadura perfecta”, disfrazada de democracia.

 

A esto se le sumaba una tendencia represiva que llevó a masacres como las de Chilpancingo y Tlatelolco, ambas en la década de los sesenta. La situación empeoró con los años, a pesar de esfuerzos -parcialmente simbólicos-, de incluir más a la oposición en la toma de decisiones. Para los setenta el PRI era percibido como ilegítimo por grandes partes de la población.

 

El partido se había alejado definitivamente de sus orígenes, que habían estado ideológicamente atados a la Revolución Mexicana.

Avándaro y los “jipitecas”

 

El Festival de Avándaro, emulando la experiencia de Woodstock, se desarrolló en un ambiente que iba de la celebración a la protesta. La influencia del movimiento hippie entre los asistentes era evidente: la celebración del amor libre, el consumo abierto de drogas, la vestimenta y sus intenciones pacifistas eran las mismas, en su versión mexicana. Un sacerdote católico local describió célebremente a los hippies mexicanos como “jipitecas”, y así se les llamaba entre círculos conservadores.

 

Debido al apoyo del promotor de la empresa que hoy conocemos como Televisa y el periodista Jacobo Zabludovsky el festival había recibido amplia publicidad. Semanas antes del evento todos los hoteles de los alrededores habían sido reservados. Originalmente se había pensado ofrecer carreras de autos como entretenimiento, pero la magnitud de la asistencia lo hizo imposible.

 

Centenares de miles de jóvenes lograron llegar al asentamiento en el Estado de México. Las bandas más conocidas fueron los Dug Dug’s y Three Souls in the Mind, dos de las más influyentes entre el rock local. Ya para aquel entonces era común que las agrupaciones escribieran sus propias canciones. En los inicios del rock mexicano -y latinoamericano en general- las bandas frecuentemente traducían y tocaban temas de grupos norteamericanos.

 

Las diversas agrupaciones, un acto teatral y charlas sobre ecología se destacaron bajó la lluvia y entre innumerables asistentes. El festival fue considerado un éxito, a pesar de las dificultades logísticas y algunas fallas técnicas en el sonido.

 

El Avandarazo

 

Evidentemente Avándaro ocasionó una ola de controversias.

 

La reacción de la élite política fue duramente crítica. El Presidente del Senado, Enrique Olivares Santana, declaró su deseo de que “no haya más Avándaros en la República”. Se consideraba que el festival y sus asistentes representaban a una fracción revoltosa y problemática de la juventud mexicana.

 

No sorprende, sobre todo cuando tomamos en cuenta algunas de las canciones que destacaron en el festival como “Marihuana” y “Tenemos el Poder”.

 

Entre académicos e intelectuales hubo una aceptación moderada. Sin embargo, la mayor parte de la población mexicana no se identificaba con los planteamientos culturales de Avándaro y sus asistentes. Estos estaban planteando una forma alternativa de vida, radicalmente diferente al esquema tradicional mexicano.

 

Independientemente de juicios de valor, Avándaro alcanzó dimensiones históricas, y pocos eventos musicales latinoamericanos se le comparan en tamaño, significado e impacto. Fue la expresión de un grupo poblacional que dejó de identificarse con el status quo, consiguiendo un punto de congregación alrededor de algo que siempre ha movido fibras elementales: la música.

 

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