Biden y Trump. Por Luis Acosta

Teóricamente, solo Biden y Trump conocen de los posibles fraudes ocurridos en los comicios electorales de noviembre pasado en los Estados Unidos. Se piensa de esa forma porque Trump aseguro, y aun sigue manteniendo, que hubo fraude. Por su lado, el Presidente Biden dejo claro que no ha habido tal fraude, y así lo sigue manteniendo. Esta situación es doblemente grave. La verdad esta fracturada en dos y ninguna verdad, quiera un humano o no, es divisible. Tenemos la palabra de un Presidente contra la de otro Presidente y ello solo obliga a ambos esclarecer la verdad. Es el propósito de nuestro trabajo ayudar en esta difícil pero regia, atractiva, oportuna y patriótica tarea de seguir hasta el final.

Al Colegio de Electores, o a quien le toque, ante tan enorme dilema, le corresponde levantar un informe pormenorizado del cuerpo de resultados de los controles y las auditorias del evento, así nadie lo pida individual o colectivamente. Pero algo de esto es verdad. En efecto, no pueden existir dos verdades sobre un mismo objetivo. De cierto, esto se corrige con la simple prueba de la suma que no es otra cosa que una segunda operación que se ejecuta para establecer si la primera  suma estuvo bien o mal hecha. Desde luego, el escrutador debe aplicar a la suma de votos, los mismos planes aritméticos, con las mismas añadiduras electorales que incluyan las diferentes normas y sus excepciones que se consideraron en la primera sumatoria del escrutinio más las que debieron haberse hecho y no se hicieron. Todo con la única finalidad de llegar a la verdad.

De igual manera, tenemos el palpito de que algo semejante debe usarse en las operaciones todas y, en general, la propuesta tiene sentido propio de responsabilidad, seriedad y conciencia. En primer término, se trata de diferencias sobre la materia más importante en el juego y compromiso político y constitucional del país: Las Elecciones Presidenciales. Segundo, es un todo que debe desarrollarse entre los ciudadanos de mayor jerarquía moral, cívica y pública en la vida de la República. Tercero, los resultados siempre serán conformados por los entes electorales encargados. Cuarto, las condiciones del evento se deben firmar bajo Fe de Juramento  y con estricta vigilancia y celo, al decir entre caballeros. Eso debe ser así porque nadie duda de sus autoridades en la razón única de buscar la verdad.

Agregado a  esto, es necesario distinguir los valores históricos y soberanos de una nación que desde el siglo XVIII, y bajo el amparo genuino de los Padres Fundadores, ha logrado mantener los factores de riesgos controlados con sabiduría e independencia, desde Washington y Lincoln hasta Trump y ahora Biden, lo cual garantiza que toda intención, elevada al logro de la equidad, es aplicable al sistema plural y real, e inducido de forma limpia, virtuosa y ética por unos 250 años de luz y honestidad, recogidos con empeño y discrecionalidad que produce el mejor ejemplo de pulcritud y exactos finales.

Dejar esta situación con pocas luces, con un señuelo opaco y frágil de un 50% de la población ajena a lo sucedido y que insinúa no reconocer los resultados, son toques que desaniman los nutrientes sociales y enferman la sana vida republicana. Entonces, repetir las elecciones seria una decisión salomónica, usando por supuesto las mismas autoridades y la perfección de los mismos votantes. Recordemos que aquella famosa decisión del Rey Salomón conquistó el mundo de su tiempo porque hizo aflorar la verdad y extraer lo inicuo de aquella situación que enfrentaba al lograr sacar a relucir la madre legítima de aquel bebé.

En corolario, sea lo uno o sea lo otro, el país norteño necesita plantear un extendido de los resultados y el mundo merece no una contradicción sino una afirmación. En efecto, la fama del sistema no puede ser rota con elementos de juicio tan simples. El país del Sueño Americano se resiste a permanecer tranquilo ante la pérdida de lo mejor que tiene la República, como ha comprobado que es, su Sistema Electoral. 

Hoy el mundo se hace eco de lo sucedido que dicen que no fue; o, lo que al final pasó, y un grupo grande de la nación no concuerda, ni acepta. Más, esa inconclusión el mundo la aceptó, como aceptó la Sinfonía Inconclusa de Schubert pero nunca será así con los resultados electorales del país norteamericano porque los Padres Fundadores  y Lincoln defenderán el prestigio y la seriedad de esos resultados de cada ciclo que sin miedo re-sumará y resumirá tantas veces sea necesario.

Trump y Biden representan lo más conspicuo de los ciudadanos de Estados Unidos y el mundo, por tanto, deberían hacer honor al obligante acuerdo de saber ¡quién ganó de verdad! Los demás podríamos tomar la actitud de “ellos son blancos y se entienden” y entonces darle la espalda; pero no es lo más sabio. Lo que todos realmente queremos y deseamos es leer, oír y conocer esa verdad final así nos cueste “llantos y lágrimas”.

Luis Acosta

 

 

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