¡Pan y circo! Esa es la gran receta de los regímenes populistas como el que, por desgracia, continúa usurpando los poderes públicos en Venezuela. Con el agravante de saber que el que arrasa en nuestro país, no sólo tiene esa deformación que se alía con la típica cartilla que asumen como ruta los demagogos, sino que es al mismo tiempo sanguinario, cruel e inescrupuloso. No se paran en nada. Si tienen que robar lo hacen descaradamente y se justifican anunciando que “ese dinero que asaltan es para crear un fondo de reserva para el proceso”. Si es necesario sacar de circulación a un disidente que moleste por las redes o haciendo focos de protestas contra «la sacrosanta revolución», pues bien se le apresa, se le tortura y si es conveniente, a los fines de la revolución, asesinarlo, pues bién le dan los golpes de rigor hasta cegarle la vida.
Para todo tienen un pretexto. Y a la vez una narrativa que verbalizan sin que les tiemble un músculo de la cara. Asumen las mentiras como grandes verdades, de allí su entrenamiento en repetir falsedades, una y otra vez, hasta posesionar la farsa como un acierto incuestionable que deben defender, a ultranza, los miembros del PSUV. Utilizan los medios de comunicación, todos. Y el periódico o la radio o televisora que se resista, pues “la cerramos, la compramos o expropiamos”, advierten en torno firme y amenazante los Patriotas Cooperantes. -Para eso está PDVSA y los fondos del Banco Central de Venezuela, esos dineros son del pueblo y los podemos disponer como se nos antoje. Continúan exclamando los voceros de la revolución del Socialismo del Siglo XXI.
Como ya se sabe “el fin justifica los medios”. Para todo tienen una excusa a la mano. Si no hay gasolina gritan “que es por culpa de los gringos esos que nos quieren invadir”, aunque por dentro los corroe esa verdad que es imposible ocultar a los ojos de sus propias almas que saben que fue Chávez que destruyó las refinerías que antes procesaban combustible para consumir en Venezuela y para vender en muchas partes del mundo. Pero eso no se puede admitir, aunque sea verdad. Tampoco reconocer que fue Maduro el que terminó de rematar lo que quedaba de PDVSA, ni que la comida escasea porque con esa fulana Ley de Tierras arruinaron miles de empresas agrícolas.
En cuanto a las enfermedades que pululan en barrios, urbanizaciones y caseríos del país, sucede lo mismo: en 22 años desmontaron todo lo que se había edificado en materia hospitalaria. El huracán de la revolución se llevó todo por delante. No hay hospital que no refleje un problema. Cuando no son los quirófanos sin equipos, es que no hay luz, ni agua, ni personal, mucho menos medicinas. La situación se ha agravado con el desarrollo de la COVID-19. Son miles las muertes y muchos miles más las personas contaminadas. Pero ante esa tragedia, Maduro saca otra vez la receta populista. Su irresponsabilidad se extrema, al igual que los índices de indolencia que son rotos, dejando atrás la crueldad que puso de manifiesto Chávez en diciembre de 1999, cuando se negó a recibir de las autoridades de los EEUU, los apoyos en maquinaria para rescatar a miles de víctimas del deslave que sacudió al litoral guaireño en esos días pavorosos.
Hoy ante la pandemia Maduro aplica una extraña pócima llamada FLEXIBILIZACIÓN, permitiendo y promoviendo aglomeraciones como las que se han visto en muchas partes del país. Mi pueblo San juan de los Morros, no ha estado libre de semejante irresponsabilidad. Los jefes del chavomadurismo han organizado templetes con música, caña y pachanga. No hay comida, no hay gas, tampoco gasolina, ni faltan los apagones, pero sobra la demagogia de un régimen que juega con la vida de miles de seres humanos.
Carlos Ismayel
@CYismayel