La corrupción es un mal que carcome a la sociedad desde épocas inmemoriales. Hace dos mil años, cuando Jesucristo y Juan el Bautista andaban predicando, un grupo de soldados le preguntó al Bautista ¿Nosotros que haremos para ser justos? Juan les respondió: “A nadie extorsionéis, ni a nadie acuséis falsamente; contentaos con vuestro salario y no aceptéis dinero de nadie”. De este pasaje de la Biblia, se infiere que para la época en que este hecho ocurrió, la peste de la corrupción ya se había entronizado en el mundo.
Si bien es cierto que, actualmente algunos países y gobiernos parecieran aceptar y hasta practicar la corrupción como un mecanismo de financiamiento cuasi legal, en simultaneo con los presupuestos legítimos, yo estoy convencido de que, como sociedad debemos intensificar la enseñanza y practica de los principios morales y valores éticos que nos permitirán salir del albañal donde nos han sumergido. Debemos dejar de lado la indolencia que nos ha llevado a que en materia de corrupción pasemos del “diezmo” practicado en el siglo XX, al “cincuentesmo” y en algunos casos hasta al “cientesmo” que se ha instaurado en nuestro país, a raíz del siglo XXI. Asombra que la sociedad venezolana se comporte indiferente y hasta complaciente ante un hecho tan grave que ha permitido que, en estos momentos, en el sector público, pero extendiendo sus tentáculos hasta el sector privado, toda acción u omisión tenga un precio.
Me viene a la mente una conversación que sostuvo, ya hace unos años, la directiva de nuestro partido, con un prominente encuestador venezolano. En ese encuentro estábamos tratando de identificar los problemas que más afectaban física, mental y económicamente a los venezolanos, todo esto con la finalidad de focalizar los programas, proyectos y acciones de la organización. Cuando llegamos al tema de la corrupción el encuestador nos dijo: “ese tema no es relevante para la población, porque si bien es cierto que el sistema esta gangrenado por el peculado, a la gente pareciera preocuparle poco ese hecho. Para reforzar su afirmación nos mostró unos números, donde solo el 8 por ciento de la población, se manifestaba afectada por la corrupción, frente a casi el 80 por ciento que se sentía impactada por la carestía de la vida. Me quedé reflexionando sobre el hecho de que, como dirigentes, no hemos sido lo suficiente didácticos para explicarle a la población que cada bolívar, ahora cada dólar, que se paga en corrupción, o que se le fija en materia de impuestos, contribuye a aumentar el precio del bien que cada ciudadano deberá adquirir para satisfacer sus necesidades básicas.
Elucubremos sobre una materia que todos sabemos muy cercana a la realidad, hagámoslo a través de un hecho de los más sencillos: Cuando el transportista que surte de verduras u otros productos a la ciudad capital, paga una mordida para llenar el tanque de combustible o cuando debe entregar la matraca en las sopotocientas alcabalas en las carreteras venezolanas, esos costos no se esfumarán en el aire, no señor, pasarán a formar parte del precio final del bien, es decir, si cuando el comerciante salió de Barinas pensaba vender el kilo de queso en 4 millones de bolívares, después de sufrir todos los avatares durante el trayecto, el precio final quedará fijado en al menos 6 millones de bolívares, afectando de esta manera, el presupuesto familiar de cada consumidor.
Para concluir con este tema de la corrupción y su impunidad, la cual me produce nauseas, traigo a colación el nuevo sistema que el SAIME nos acaba de anunciar, rimbombantemente. Nos informan que han instalado unas máquinas de autogestión, ultramoderno mecanismo que supuestamente agilizará los trámites y eliminará el matraqueo de los funcionarios y sus allegados. Por todos los golpes y decepciones que he sufrido a lo largo de mi vida, veo con escepticismo todo este tipo de anuncios y para no guardar silencio, me hago la misma pregunta que una vez le formulé al creador del Registro Automotor Permanente ¿Esos sistemas estarán controlados por marcianos? De no ser así, entonces lo que estaremos es, pasando de la corrupción manual a la corrupción digital, en la cual, el funcionario agilizador le comunicará al interesado que, a partir de la instauración del nuevo mecanismo, el precio del trámite se incrementará debido a los nuevos controles. Todo esto sin contar que la República debió erogar una cantidad de millones de dólares por la compra de las máquinas, algunos de los cuales, posiblemente, se quedaron en el camino. Triste realidad ¿Verdad? Esa es mi opinión ¡Ahora me gustaría escuchar la suya!
Noel Alvarez