Ansioso esperaba la semana de flexibilización para acercarse al parque Los Caobos, en Caracas, respirar un poco de aire puro y ejercitarse; pero al contrario de lo que siempre acostumbra hacer, en esta oportunidad prefirió dejar en casa, su cartera y teléfono celular.
Ese lunes, hace una semana, Carlos José, un joven comunicador social zuliano, no imaginó nunca que esa última decisión lo marcaría, literalmente.
Entusiasmado salió de su casa a las 5 de la tarde. Unos 20 minutos después ya estaba en el parque. Hacia las 6, al salir del mismo, mientras caminaba ensimismado, escuchó que alguien gritaba “hey, párate ahí”. Lo oyó varias veces, pero no creyó que fuera con él.
“Lo escuché más cerca y de repente vi que como a 10 metros, se me acercaban tres chamos. Me detuve. Uno me dijo ´dame el teléfono´. Y yo, en medio de mi susto y mis nervios, me reí y le dije ´pana yo no tengo teléfono´. Me respondió: ¿cómo que no tienes teléfono, maldito; ¿un chamo como tú no va a cargar teléfono, un chamo que viene hacer ejercicio?. Hablaban todo malandro.
Eso me dio a pensar que ellos me vieron cuando estaba haciendo ejercicio. Les repetí que no tenía teléfono y que, si querían, me revisaran. Me revisaron y vieron que no tenía nada encima”. Mientras esto ocurría, nadie intervino.
“Uno de los atracadores dijo: agárrale las manos, y otro obedeció la orden. Acto seguido, me halaron hacia atrás, como si estuviera esposado. El mismo pana me dijo ´echa la cabeza hacia adelante¨, y como no quise, el tercero, me agarró del cabello, me echó hacia atrás y me hizo una cortada en la frente”.
Después huyeron en carrera. Carlos José tomó una toalla con la que enrolló su cabeza, y luego buscó asistencia médica.
Tras superar los primeros minutos de la difícil situación, Juan Carlos se sintió agradecido con la vida, bendecido porque al menos a él, en Caracas, una de las capitales más violentas del mundo, le perdonaron su vida.
“Gracias a la vida, la herida con la navaja, no me hizo más daño. Porque no fue en un ojo o en otro lugar que ameritara operación”, reflexionó.
Casos como el Juan Carlos, ocurren a diario, muchos con letales resultados. Suceden a la luz del día, en plena vía pública, en cualquier momento y lugar del país, un país en el que el delincuente vive frustrado y al no conseguir lo que quiere, como una gratificación personal, la drena ensañándose con la sometida víctima.
Ellos, son parte de la resentida juventud llena de maldad y odio con sus pares que decidieron trabajar, estudiar y llevar una vida honesta, y el hacer daño como el que le hicieron a Juan Carlos, les da un placer que, al fin y al cabo, como criminales sádicos que son, lo disfrutan hasta lo más profundo de sus retorcidos seres.
La Nación