Ninguna duda es posible con respecto a la barbarie a la que ha regresado Venezuela. La historia que cuenta Don Rómulo Gallegos en su novela “Doña Bárbara” se quedó demasiado corta; podría decir que es una pequeña semblanza, al compararla con el pulpo que es nuestra tragedia nacional, cuyos tentáculos, enrollados en el cuello de la patria, amenazan con provocar una asfixia generalizada.
La indefensión jurídica y personal a la que se enfrenta el venezolano de hoy, sólo encuentra parangón en los países que siempre han sido emblemas de la pobreza y de aquellos donde la libertad es desconocida por sus moradores. Se puede afirmar inequívocamente, que esta calamidad es la madre de las otras mil que padecemos, porque la ausencia de un Estado de Derecho deja al ciudadano sin instancias a las cuales recurrir, a la hora en que sus derechos y sus garantías constitucionales son conculcadas por funcionarios del régimen, o por las bandas organizadas, y bien armadas, que el sistema financia y protege.
Es innecesario exprimirse los sesos para ahondar en el tema, porque las evidencias son más que elocuentes. Los llamados delitos de conciencia son los que más aplica el Ministerio Público y el Poder Judicial, a todo el que tenga la desdicha de ser sorprendido “hablando mal de la revolución”. Las cárceles, que antes eran para los delincuentes que ahora están en la calle y son aliados del régimen, en la actualidad están llenas de opositores de arriba o de abajo que, de alguna manera, expresan públicamente su inconformidad por la catástrofe nacional inducida por los “revolucionarios” rojos.
Por otra parte, ni uno solo de los servicios públicos funciona plenamente; únicamente de manera parcial, por lo que más de las dos terceras partes de las familias carecen de todo. Derechos de tanta trascendencia universal, como la salud y la educación, ahora son ausencias que van tomadas de las manos, cual horrorosos fantasmas de lo que se logró durante un tiempo prolongado de nuestra historia republicana. En cuanto a la alimentación, el hambre se ha posicionado en cada hogar venezolano, de tal manera que aquella costumbre ancestral de tres comidas diarias desapareció hace mucho tiempo. Quienes lo logran consideran que están en otro país.
De algún modo el dibujo elaborado revela el drama multifactorial que identifica a la Venezuela de este tiempo, imagen y semejanza de la gran aldea en donde Doña Bárbara ejerció todo su arbitrario poder. Es odiosa la comparación, pero es obvio que Venezuela clama la presencia de un Santos Luzardo.
Se dice comúnmente que en situaciones como la que confrontamos los venezolanos, siempre ocurre el feliz surgimiento de reservas éticas, morales y patrióticas. Si esto es cierto, y todavía nosotros disponemos de ese recurso, me atrevo a proclamar sin perjuicio de la entereza y la venezolanidad de otros sectores sociales, que esa reserva podría estar hoy en los educadores, todavía en condición latente. Si en algún momento el poderío docente se une y se activa, que a nadie le quede duda: logrará un cambio de gobierno, o un cambio en la actitud del gobierno. Cuando los educadores estuvieron unidos, nadie los pudo vencer. Y ahora tampoco lo podrían hacer. Aclaro: el poder de los educadores es la unidad. Ésta es una fuerza imbatible que vence a través del convencimiento. ¡Adelante, líderes del magisterio! Tienen en sus manos un destino distinto para Venezuela.
Antonio Urdaneta Aguirre
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