Nadie había logrado en el planeta, a pesar de las máscaras que individualmente suele usar el ser humano, imponer un carnaval continuo durante todo un año y en todas partes del mundo. Tampoco a nadie se le había ocurrido la manera de lograrlo, hasta que la dictadura comunista china, sin mucho aspaviento, puso en marcha un siniestro plan de guerra biológica. Lo hizo con tanto acierto perverso, que ya la contingencia “bélica” ha cobrado más de tres millones de vidas humanas, además de los otros tantos millones de afectados que todavía se debaten entre la vida y la muerte, o guardan convalecencia todavía.
Precisamente, una de las incómodas consecuencias de la pandemia asiática, que tiene bastante parecido a una guerra biológica, es que toda la población mundial, aun a regañadientes, se ha visto obligada a disfrazarse de COVID 19; es decir, el uso de la mascarilla o tapaboca, hasta este momento, a casi año y medio del brote inicial del virus chino, llegó con intenciones de quedarse. Porque, según decisión calculada de la cúpula dictatorial citada, o por casualidad, para China la pandemia ha operado como una de las más letales armas biológicas. Los estragos causados por la COVID 19, tanto en la pérdida de vidas humanas, como en la debacle económica mundial, a quienes menos le ha hecho daño es a los chinos.
Quizás sea ésta la primera vez que el gobierno de un país, voluntaria o accidentalmente, le ha causado tanto mal al resto del mundo sin que nadie reaccione contundentemente. Todo hace pensar que el concierto de naciones libres y democráticas, a pesar de la tragedia que han debido enfrentar, ha decidido resignarse ante los designios chinos. Parece que en ningún otro momento de la historia, el comunismo internacional ha cosechado tanto éxito calculado o sobrevenido. ¡Y nadie, con la contundencia que el caso amerita, ha levantado ni la voz, ni un dedo, para cobrar la compensación pertinente!
Es obvio que el imperio comunista chino y sus cómplices en el resto del mundo, sin hacer mucho ruido, están celebrando las calamidades –algunas catastróficas– que el COVID 19 ha generado en los países desarrollados o más conocidos como capitalistas. Basta escuchar las loas en favor o reconocimiento del imperio asiático rojo, por parte de aliados suyos, como la dictadura nazicomunista venezolana, por ejemplo. Sin escrúpulo alguno, hace uso y abuso de los medios de comunicación, tanto públicos como privados, para felicitar a China, al acreditarle la hazaña de ser el único país con mayor crecimiento económico en el transcurso de la pandemia. ¡Es hora de pedirles cuentas a los aliados incondicionales del imperio chino!
Antonio Urdaneta Aguirre
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