Desde todos los tiempos los humanos hemos usado maquillaje. La idea es tratar de que nos vean un poco mejor que nuestra realidad. Por ejemplo, los faraones gustaban de colocarse pintura en los ojos y en otras partes del cuerpo como artilugio de belleza y también como símbolo de autoridad.
Pero el cuidado en las apariencias va mucho más allá de las pinturas en la cara y el maquillaje incluye la vestimenta, los adornos, los perfumes, los peinados y miles de objetos que añadimos como símbolos. Un bonito carro puede incluirse en la lista y hasta la actual moda de los grandes tatuajes es un buen ejemplo del deseo de mostrarnos especiales.
Los gobernantes también hacen uso de esa simbología y, cuanto más totalitarios sean, pareciera que la importancia que le dan es mayor. Unas semanas atrás el régimen venezolano había aceptado reunirse con sus opositores para buscar una salida a la inmensa crisis del país. Hasta se había anunciado el mes de agosto para iniciar las reuniones, que estas se harían en México y que los noruegos serían los facilitadores.
Se decía del inmenso interés de la Unión Europea, los Estados Unidos y muchas otras naciones en lograr una solución. Todos coincidían que esa era la de hacer unas elecciones creíbles y un cronograma electoral que incluyera la Presidencia y la Asamblea Nacional. En los pasillos se rumoraba, a pesar de los “envidos” y griterías normales de Maduro para su público de galería, que a su régimen no le quedaba más remedio que asistir.
Al mismo tiempo, los dictadores cubanos también daban muestras de tener graves problemas. Los aportes venezolanos habían dejado de ser generosos y el nuevo presidente americano, quién había prometido volver a política flexible de Obama, no hacía cambio alguno a la recia política que Trump aplicó contra la isla.
Y entonces sucedió algo inédito. En varias poblaciones cubanas salieron manifestantes gritando consignas de libertad con gran alboroto. A Maduro y a Díaz-Canel se les bajaron las medias del susto que les provocó. No era para menos. Casi de inmediato los medios informativos mundiales abundaron en información, se llenaron las redes sociales con videos y declaraciones, organizaciones de todo tipo publicaron comunicados de respaldo a los manifestantes e importantes personajes políticos de muchas naciones opinaron sobre lo sucedido.
Era claro para los mandones cubanos que se estaba creando una matriz de opinión sobre una posible caída del régimen y eso, para los gobiernos totalitarios, es como si a una modelo profesional le quitan el maquillaje y le rasgan el vestido. El proyectar una imagen de debilidad para un dictador puede animar a muchos a presionar, ya no solo con manifestaciones, sino con acciones de fuerza y hasta muchos militares pueden sentirse tentados de pasar a la historia como los héroes del cambio.
La conexión Habana y Caracas es muy fuerte de manera que lo que pudiera suceder en Cuba arrastraría a Venezuela y, el símbolo de debilidad que habían creado las manifestaciones, afectaba a los dos países. Era la hora de recuperar la imagen de régimen indestructible e imposible de cambiar.
Los dos gobiernos comunistas salieron rápidamente a recuperar sus símbolos. En Cuba había que terminar con las manifestaciones a palo limpio y encerrar a los cabecillas y en Venezuela, que no habían sucedido manifestaciones, el régimen ejecutó algo que tenía preparado para cuando se necesitara y fue el encarcelamiento de líderes de oposición importantes.
La ocurrencia de los rojos venezolanos fue ligar, como cómplices, a dirigentes del partido Voluntad Popular con los sucesos en que bandas caraqueñas se defendían a tiro limpio, en sus barrios, de las fuerzas de seguridad. Esto se había convertido en noticia destacada y hacía ver al régimen de Maduro como débil e incapaz de controlar extensas zonas de la capital.
Para apreciar si el régimen de Cuba y el de aquí tendrán éxito en recuperar su imagen de dictadores fuertes, habrá que esperar un poco. Lo cierto es que todo este “patuque” también ha puesto en duda a la participación ciudadana en las elecciones regionales, pues frente a un totalitarismo brutal las elecciones son una quimera. También se ha puesto en espera a México y a Noruega y a Raimundo y todo el mundo.
Nuestra especulación es que una vez las aguas se calmen un poco, el régimen venezolano irá a la mesa de negociación, aunque deberán pasar varias semanas antes de volver a hablar del asunto. Para los dictadores su maquillaje de fortaleza es cuestión de supervivencia.
Lo bueno es que también ya los hemos visto sin sus adornos ni disfraces y sabemos que sus debilidades abundan.
Veremos
Eugenio Montoro