A menudo escuchamos comentarios hasta mal intencionados contra las personas que han dedicado buena parte de su vida al ejercicio político. Por supuesto, se trata de la prédica de la antipolítica; práctica ésta que nunca ha cesado desde el inicio del sistema democrático en 1958. Ese discurso tuvo poco eco al principio, pero a partir de 1989 empezó a tener audiencia y ésta fue creciendo en los años siguientes, causando un daño irreparable al sistema político de amplia libertad que vivíamos en Venezuela.
El “Caracazo” (1989), el injusto enjuiciamiento del Presidente Carlos Andrés Pérez (1993), la presencia en Miraflores de un oscuro militar como Hugo Chávez (1999) y el sustancial debilitamiento de los grandes partidos políticos democráticos del país, fueron los eventos que cavaron la fosa para sepultar la democracia. La ausencia de fortaleza en las organizaciones partidistas que mayor influencia tenían en la nación, abrió una inmensa brecha en la muralla de la libertad y el desarrollo que habíamos construido durante cuarenta años (1958-1998).
Es obvio que la antipolítica ha abonado el terreno, para que en los últimos veintidós años se haya consolidado la dictadura militar nazicomunista que instauró el nefasto Hugo Chávez. La misma que hoy tiene como cabeza a un grupo de uniformados de alta graduación, quienes ejercen su gobierno de fusiles y bayonetas, a través de un títere civil, al que hoy el país conoce como “El Usurpador”.
Los planteamientos que anteceden tienen la finalidad de demostrar, incluso con evidencias que nadie podría negar, qué ha sucedido en Venezuela con la prédica de la antipolítica. Es cierto que hay dirigentes políticos cuyo ejercicio, en vez de convencer, genera rechazo por parte de la colectividad. Pero medir a todos los líderes políticos con la misma vara, es como si pensáramos que todos los médicos son juzgables por mala praxis profesional, sólo por el hecho de que un galeno haya incurrido en ese acto de negligencia.
El ejercicio político es un servicio como cualquier otro que se le preste a la nación. Y podría decirse más: si queremos democracia, como parece ser la aspiración de la gran mayoría de los venezolanos, es necesario que comprendamos que los líderes políticos, jóvenes o veteranos, son los médicos naturales de la democracia. Por supuesto, me refiero a quienes son públicamente reconocidos como verdaderos demócratas. Conviene aclarar que si queremos ayudar a los líderes políticos de nuestra preferencia, ejerzamos el derecho de criticarlos constructivamente, cuando estemos seguros de que su desenvolvimiento es desacertado.
Antonio Urdaneta Aguirre
Educador – Escritor
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@UrdanetaAguirre