Dicen que en la política todo se mueve, que nada es estático, las campañas son eternas, nunca se detienen y la alternabilidad o permanencia en el poder es el objetivo de los políticos que se respetan. En el entendido que usted sea un dictador, el pretender que será eternamente la solución a los problemas del país o que logrará el control sobre toda la población es una vana ilusión. Sabemos que lograron la destrucción de Venezuela, la expulsión de millones de venezolanos y que muchos de los que se quedaron comen de la basura. Pero algo está pasando.
Después de más de dos décadas en el poder de la desgracia chavista debería producirse un proceso de sustitución de la dirigencia política. En nuestro país ese no ha sido el caso, por lo que presumo que es una de las tantas causas del agotamiento de la democracia. Caldera no apoyó el relevo generacional en Copei (nunca dio razones), fue candidato a la presidencia a los 77 años; y en Acción Democrática la lucha entre Luis Alfaro Ucero, quien aspiró a los 76 años, y Carlos Andrés Pérez por el control del partido y la candidatura (a los 66 años en el 88), llevó al colapso del modelo político. Si le pasó a los demócratas le puede ocurrir a esta satrapía.
Los dinosaurios de la política chavista deberían pasar a la reserva y dejar que nuevos dirigentes asuman el protagonismo, pocos podrían dirigir al país de una manera más nefasta que Chávez o el sucesor impuesto, aunque con esa gente nunca se sabe. Otros dirán de Nicolás que con sus casi 59 años es un muchacho para la política, que ahora es cuando le queda; y que el Ministro de la Defensa que los mantiene en el poder es un año menor, y ni hablar de Diosdado de su misma edad.
Otros argumentarán que, en la política, como en cualquier organización, llega al poder quien puede y no quien quiere, el problema es el empuje de cada parte, los que pugnan por entrar y los que quieren quedarse en el ejercicio del poder. Así ha sido siempre, la eterna batalla. Por cierto, me refiero a lo interno de los chavistas nicolasistas padrinistas, quienes esperan su turno, algunos desde la Academia Militar, las gobernaciones y las alcaldías. Todos demostrando sus méritos y acumulando ingentes ahorros para el momento decisivo.
Tenemos, porque otros los escogieron y todos los sufrimos, una dirigencia chavista que se solaza en los errores cometidos y los celebran, se diría que están orgullosos de tanta impericia. Esos mismos desafueros que les reclama la oposición los observan las nuevas generaciones.
Veinte años después se ha desarrollado otra manera de pensar, hablar, entenderse, imaginar la política o querer al país. Se han sustituido a los dirigentes de los partidos de oposición de los años 90, y casi la de principios de este milenio, algunos por el simple paso del tiempo, por las elecciones internas, la persecución, la expulsión o la imposición desde el Tribunal Supremo de Justicia de falsas autoridades que utilizan en favor del régimen los símbolos de las organizaciones con fines políticos opositoras. En el chavismo solo han desaparecido los que se fueron a cantar al norte, los perseguidos por sus propios compañeros y quienes pidieron democracia interna. Esto último provoca risa, pero es cierto, excluyen a los que quieren mantenerse en la política de la tolda roja por la vía electoral. Hasta se dieron el lujo de desestimar a los que ganaron en sus primarias.
Suele pasar, aunque no es una ley natural, que los momentos insurreccionales los lideran grupos que se identifican como una generación. Anuncian nuevos hombres, nuevos procedimientos, nuevos ideales; igual que proclamó Cipriano Castro. Los que están en ejercicio del poder piden calma y cordura, dijo López Contreras. Si bien es cierto que “los venezolanos nos necesitamos todos” (Medina Angarita), Rómulo Betancourt aseveró: no somos comunistas, somos la izquierda revolucionaria. Los chavistas parece que dijeron: nos cogeremos todo el dinero y el que se disguste va preso.
Desde las entrañas de la revolución piden correcciones, afuera exigen cambios, los organismos internacionales abren procedimientos penales y aquí responden con unas leyes a las que antes desconocieron y luego tampoco respetarán. Pero, algo se oye, hay incomodidad, desazón, desencanto. El régimen está desvariando, las ideas suenan repetidas: elecciones, negociación, y el Covid-19 dejó de ser excusa para la inoperancia.
Un día de estos el capitán envidioso se le ocurre que él es tan bueno como sus superiores, que para meter la pata y ganar dinero no se necesita tener ninguna credencial, estudios o mente superior. En la Venezuela en la que todo es posible hay una fuerza al acecho, esperando su momento, porque la coyuntura es propicia y los viejos que gobiernan les cuesta entender el idioma que se está hablando.
Jesús Rangel Rachadell
@rangelrachadell